1. INTRODUCCIÓN 
Actualmente,  y  desde  ya  hace  unos  años,  las  empresas  se  enfrentan  a  un 
consumidor exigente que busca marcas adaptadas a los cambios e innovaciones 
del  mercado  y  que  cuenten  con  puntos  diferenciales  respecto  a  la  competencia. 
Precisamente por este motivo se produjo la evolución del marketing tradicional al 
marketing experiencial, una técnica nacida durante la década de los años ochenta 
que  daba  respuesta  a  las  necesidades  del  momento  de  las  compañías.  El 
marketing  experiencial  sitúa  al  consumidor  en  el  centro,  tratando  de  involucrarlo 
emocionalmente en el proceso de compra mediante la creación de experiencias.  
 
Dentro del marketing experiencial se encuentra la disciplina del marketing sensorial 
(Schmitt, 1999), que incluye los sentidos de la vista, el oído, el olfato, el gusto y el 
tacto  (Kohel,  2004),  y  se  basa  en  ofrecer  experiencias  al  cliente  mediante 
estímulos  sensoriales  con  el  fin  de  obtener  una  respuesta  en  la  conducta  o  el 
comportamiento  del  sujeto.  En  el  campo  del  marketing  sensorial  el  sentido  más 
influyente entre los cinco existentes es el del olfato, debido a su vinculación con el 
sistema límbico y, consecuentemente, con la vida emocional y la memoria de las 
personas (Cahill et al., 1995).  
 
Por  otro  lado,  existe  bibliografía  detallada  en  los  antecedentes  de  esta 
investigación que especifica que existe una relación entre el sentido del olfato y el 
proceso  de  compra,  siendo  el  aroma  un  elemento  decisivo  en  el  momento  de 
adquirir un producto o servicio, por ejemplo Canals (2007) o Gulas y Bloch (1995). 
Por  ello,  durante  los  últimos  años  son  muchos  los  establecimientos  que  han 
apostado  por  el  aroma  como  estímulo  para  el  comprador,  a  través  de  odotipos