2 MARTA SANZ AMADOR es psiquiatra. Doctora en psiquiatría por la Universidad Complutense de Madrid, especialista universitaria en Clínica y Psicoterapia Psicoanalítica por la Universidad Pontificia de Comillas de Madrid, diplomada en Estadística en Ciencias de la Salud por la Universidad Autónoma de Barcelona, Diploma Superior de Metodología en Investigación Clínica (Agencia Laín Entralgo). Tiene experiencia en tratamiento grupal con pacientes diagnosticados de trastorno afectivo y como coterapeuta en grupos ambulatorios para el trabajo con el insight en pacientes psicóticos en la Unidad de Hospitalización Breve del Hospital General Universitario Gregorio Marañón. En la actualidad es jefa de estudios en el Instituto Psiquiátrico José Germain de Madrid. VANESA CORRELLA BAZACO es médico especialista en psiquiatría por el Instituto Psiquiátrico José Germain de Leganés (Madrid). Máster en Psicoterapia de Perspectiva Integradora por la Universidad de Alcalá de Henares. En la actualidad trabaja como psiquiatra, profesora docente y coordinadora del Centro de Salud Mental de la ciudad de Bata, en Guinea Ecuatorial, donde compagina su actividad laboral con sus estudios de doctorado por la Universidad Autónoma de Madrid. EVA GRAU CATALÁ es psiquiatra. Trabaja en la atención a niños y adolescentes en el equipo infantojuvenil del Centro de Salud Mental de Leganés (Madrid). Especialista universitaria en Clínica y Psicoterapia Psicoanalítica por la Universidad Pontificia de Comillas de Madrid, con formación en psicodrama psicoanalítico (Instituto Español de Psicodrama Psicoanalítico) y en la Escuela de Clínica psicoanalítica de Niños y Adolescentes de Madrid. LARA KEHRMANN IRISARRI es psicóloga clínica por el Instituto Psiquiátrico José Germain de Leganés (Madrid) con formación en psicoterapia Gestalt (Instituto de Psicoterapia Gestalt de Madrid). Trabaja en investigación en el Servicio de Psiquiatría del Niño y Adolescente del Hospital General Universitario Gregorio Marañón de Madrid, actividad que compagina con la práctica clínica privada y docente como profesora colaboradora de la Universidad Pontificia Comillas de Madrid. SANDRA PACHECO CANTERO es psiquiatra. Trabaja en los dispositivos específicos de rehabilitación del Instituto Psiquiátrico José Germain de Leganés (Madrid). Está desarrollando la tesis doctoral 3 en psiquiatría transcultural en la Universidad Autónoma de Madrid. Máster en Psicoterapia Perspectiva Integradora por la Universidad de Alcalá de Henares. 4 PRESENTACIÓN: DE LA PSIQUIATRÍA COMUNITARIA A LA SALUD MENTAL COLECTIVA Manuel Desviat Es un hecho que, gracias a la reforma de la sanidad y los servicios sociales, se ha producido en España un importante crecimiento de recursos dedicados a la atención a los problemas de salud mental. Un cambio cuantitativo, pero también un cambio en la idea que la población y los profesionales tienen del trastorno mental y de su tratamiento. El hospital psiquiátrico ha perdido la hegemonía que tenía hace unas pocas décadas — aunque persista más o menos disfrazado de larga estancia terapéutica— en beneficio de una atención comunitaria, de amplias redes de programas sanitarios y sociales que permiten atender integralmente las variadas y cambiantes necesidades de buena parte de las personas con problemas mentales, tanto desde las unidades psiquiátricas de corta estancia en los hospitales generales o la atención domiciliaria, como desde el centro de salud mental, los pisos supervisados o las minirresidencias. Son recursos fundamentalmente públicos o concertados con organizaciones no gubernamentales sin ánimo de lucro, que incorporan a la sociedad civil, a familiares y enfermos, a la gestión sanitaria. Un nuevo modelo teórico y asistencial, basado en una mirada más plural y social, se ha ido abriendo camino, en las últimas tres décadas en España, en el proceso de reforma e implantación de medios materiales y humanos. Medios materiales y humanos —psiquiatras, psicólogos, enfermeros, trabajadores sociales, terapeutas ocupacionales, monitores…—, equipos formados en el proceso de reforma sanitaria y psiquiátrica, en la urgencia de nuevas formas de atención, de nuevas técnicas; profesionales con una gran necesidad de saber, de reflexionar sobre la práctica, de romper la brecha entre el apremio de la acción y el conocimiento. La reforma nos ha dejado unos programas eficaces, protocolos, guías, pero en muchas ocasiones frágiles en teoría. La mirada biopsicosocial se queda corta si se limita a la lucha contra los reduccionismos, sean del tipo que sean. El modelo comunitario exige reconstruir saberes y técnicas para adecuarse a un proceso ético-técnico que ha originado nuevas situaciones que producen nuevos sujetos: nuevos sujetos de derecho y nuevos derechos para estos sujetos. Más aún, cuando, paradójicamente, la psiquiatría hoy dominante, la psiquiatría biológica, ha renunciado a la teoría, sustentándose en manuales clasificatorios —DSM, CIE—, en listines de criterios donde se confunden los signos y los síntomas, hechos con el consenso de unos pocos, y con pretensión universal. De siempre ha existido un debate en la historia de la psiquiatría y de la psicología: ¿qué enferma, el cerebro o el alma? 5 Mente sin cerebro o cerebro sin mente. Confrontación entre ciencias naturales o ciencias del espíritu. Un debate que parece haberse resuelto en falso en las últimas décadas, cuando el predominio de la psiquiatría biológica se pretende como única verdad. Un debate que podría ser irrelevante si no fuera por su repercusión en la clínica, en la asistencia, en cuanto convertido el síntoma en falla neurológica, el contenido del delirio en ruido, quedan los fármacos como respuesta predominante, cuando no como única respuesta. Si el contenido de la alucinación y el delirio no tiene sentido biográfico, si la tristeza tiene su base originaria en un desequilibrio de los neurotransmisores —¿no podría ser al revés?—, ¿cuál es el papel del terapeuta, del psiquiatra, del psicólogo, de los profesionales de la salud mental? Y he aquí, en la práctica, el verdadero debate en cuanto que nos lleva a planteamientos claramente opuestos en la planificación y programación de servicios. Por un lado, una clínica sin escucha, atrincherada en los hospitales como detentadores de lo científico y, por otro, las redes de salud mental comunitaria, donde se articula un eje clínico con un eje social y se hace plural la mirada, donde no hay una única verdad, y donde la reflexión sobre la práctica se hace teoría. Y es desde aquí, en esta encrucijada, desde donde se debe entender el esfuerzo de una nueva colección de textos de salud mental, de psiquiatría y de psicología, de psicopatología. Primero, desde la necesidad de repasar los logros, la cultura acumulada por la salud mental comunitaria, por una psiquiatría y psicología crítica; pero también desde la necesidad de conocer o revisar las conquistas que sustentan el quehacer de equipos y profesionales; ver aquello que se ha quedado atrás en las prisas de la reforma y plantear una crítica, y proponer líneas de trabajo, programas, modos de actividad y de investigación que superen la brecha existente entre el conocimiento y la acción. Muchos consideran hoy que la psiquiatría, que la psicología están en crisis, faltas de una base teórica, de un paradigma que les dé sentido. Atrapadas entre un imperativo reduccionista y una demanda social proteica que, en muchos casos, pretende tapar las fallas sociales. Hay en ello una responsabilidad política, el progresivo desmantelamiento del Estado del bienestar, y una responsabilidad profesional, atrapados unos y otros por los intereses de la industria, por los mercados, cuando no por la desgana del esto es lo que hay y el consiguiente todo vale. En estos tiempos de crisis, de recortes, en que se pretende hacer recaer la responsabilidad de la enfermedad en el individuo y privatizar por tanto su coste, los profesionales deberemos hacer creíbles a la población modelos más sociales, más solidarios, para que la sociedad los haga suyos. Modelos que hagan frente a las desigualdades, que se ocupen de los sujetos más frágiles, que promocionen formas saludables de vida y que, sobre todo, entiendan la salud como un derecho inalienable, como un bien público del cual nadie puede ser excluido. Pero, para ello, no basta la conquista política, es necesario un desarrollo técnico, una continua indagación sobre la clínica, la continua construcción de posibilidades para responsabilizarse del malestar del sujeto, de los síntomas de su malestar. Para ello es necesario avanzar en la construcción de un paradigma ético-técnico-científico centrado en el cuidado y la ciudadanía, que se 6 asiente sobre la autonomía y el empoderamiento de las personas con problemas de salud mental. Hace falta un eje político, un eje ético y un eje técnico; hace falta sociedad civil involucrada y conocimiento profesional, para una salud mental colectiva. Los textos de esta colección quieren aportar material para esta tarea. 7 PRIMERA PARTE Introducción 8 1. Presentación y motivación del manual Marta Sanz Amador La vida humana precisa un entorno social, de relación con los otros, lleno de interacciones y vínculos. Las emociones y la conducta son un fenómeno intersubjetivo (Gamo y Pazos Pezzi, 2007). Es un aspecto fundamental en la evaluación del paciente que acude a Salud Mental conocer su biografía, relaciones familiares, desempeño laboral y vínculos significativos. La exploración de estos aspectos nos permite evaluar la disfunción que provoca el síntoma objeto de la demanda y estimar aspectos sanos y recursos internos del paciente. Esta valoración se deduce en la mayoría de los casos de la información que aporta el paciente en una entrevista individual desestimando la necesidad de la valoración del entorno más significativo para el individuo así como las interacciones que establece. Así mismo, a la hora de indicar tratamientos en los recursos ambulatorios de atención en salud mental, utilizamos menos de lo que sería deseable el encuadre grupal para trabajar en la mejoría sintomática y en un mejor ajuste psicosocial. La psicoterapia de grupo ofrece un beneficio adicional a las terapias individuales, y es la posibilidad de ofrecer un tratamiento científicamente demostrado eficaz (tanto como una intervención individual) a varias personas a la vez, optimizando tiempo y recursos dentro del sistema sanitario (Fernández Liria y otros, 2012). Así mismo el espacio grupal permite un corte en el discurso previo, centrado en la mejoría médica y las coordenadas sintomáticas (Gamo y Pazos Pezzi, 2007). Este espacio favorece la aparición de factores terapéuticos adicionales no presentes en la psicoterapia individual. Estos factores terapéuticos son comunes a todos los tipos de psicoterapia grupal y fueron descritos por Yalom (1985). La psicoterapia de grupos se ofrece como parte del catálogo de prestaciones del sistema nacional de salud en la actualidad. En el sistema público la indicación de la intervención ha de estar justificada por un criterio que va mas allá del mero deseo del paciente y ha de tomar en consideración aspectos como la necesidad o la eficiencia (Fernández Liria y otros, 2012). Sin embargo la investigación en el sistema público acerca de la eficacia de las terapias grupales plantea muchas dificultades. La puesta en 9 marcha de terapias grupales se da en un ámbito fundamentalmente asistencial en el que concurren varios factores que dificultan el llevar a cabo una evaluación sistemática del trabajo grupal. Aunque como hemos comentado se oferta dentro del catálogo de prestaciones, la puesta en marcha de un grupo depende actual-mente del esfuerzo del profesional en hacerse un hueco incluso fuera de su horario laboral para programar, documentar y dejar espacio para la puesta en marcha del grupo terapéutico en una agenda colapsada de entrevistas individuales. En los contratos de gestión en salud mental la actividad grupal no es considerada como una actividad clínica relevante, de hecho no se estiman indicadores que midan esta actividad. Por otro lado, es inevitable señalar que el encuadre grupal requiere una continuidad que la precariedad actual en muchos contratos no favorece. Otro aspecto es la franca división entre el ámbito asistencial y el investigador en el sistema nacional de salud. Claramente la actividad clínica y la investigación deben ir de la mano, ya que lo contrario supone un empobrecimiento progresivo y una labor ineficaz en ambos campos. La presión asistencial y la falta de formación previa hacen que el clínico no esté actualizado y no se sienta cómodo en el uso de técnicas de investigación relativamente sencillas aplicables en el área que trabaja, en este caso la terapia grupal. Hay que señalar también las dificultades que plantea el diseño de la investigación sobre todo desde la óptica de la investigación cuantitativa y de la medicina basada en la evidencia. Una mejor formación en investigación cualitativa permitirá quizás en próximos estudios un estudio más enriquecedor de la dinámica grupal. Por último, hay que plantear una reflexión en cómo la dinámica social claramente individualista y alienante en la que estamos inmersos puede condicionar la participación de los pacientes en un encuadre grupal. Aunque en este contexto el grupo ofrece una experiencia terapéutica fundamental, con frecuencia los pacientes se muestran reacios al tratamiento grupal, les genera mucha angustia y desconfianza el verse expuestos a la mirada y juicio de otros, prefieren desconocer y evitar los problemas de otros posibles participantes en el grupo y se sienten con más control y más seguros en un contexto individual. Hay que dedicar el tiempo necesario a informar al paciente de los objetivos de la terapia grupal y los posibles beneficios de la misma en el proceso que padece, así como explorar sus miedos y razones y trabajarlas. A pesar de las dificultades hay publicados diversos trabajos acerca de experiencias grupales, guías de terapias de grupo, experiencias clínicas grupales, trabajos de investigación y estudios de coste-eficacia. El trabajo de Smith y otros (1980) supuso un punto de referencia en cuanto a la eficacia de la psicoterapia, especialmente la de grupo, ya que gran parte de los estudios que revisaron (49% estaban basados intervenciones grupales) demostraron no sólo que la terapia era efectiva, sino que las diferencias entre los resultados obtenidos por terapias de diferente orientación teórica eran mínimas (Fernández Liria y otros, 2012). Por otra parte, los resultados del meta-análisis de Shapiro, que incluyó criterios de selección más estrictos, fueron aún más consistentes que los hallazgos de Smith (Shapiro y Shapiro, 1982). 10 A grandes rasgos las terapias de grupo se pueden englobar en tres grupos: Psicoterapia de apoyo (terapia ocupacional, relajación). Grupos centrados en problemáticas, patologías o ámbitos más concretos, dirigidas a trabajar en un síntoma y modificar la conducta. Psicoterapia psicoanalítica con objetivos más globales. Quizás los grupos más estudiados hayan sido los dirigidos al tratamiento de trastornos afectivos y de ansiedad (Garriga y otros, 2009; Monleón, 2005; Fernández Méndez y otros, 2010) aunque también hay experiencias muy positivas en terapia de grupo en trastornos mentales graves. La mayoría de la investigación en psicoterapia de trastornos psicóticos se ha centrado en la esquizofrenia. Las intervenciones familiares y las intervenciones psicoeducativas han demostrado eficacia en cuanto a la prevención de recaídas. La terapia cognitivoconductual de los síntomas psicóticos sobre la reducción de la gravedad de los síntomas positivos también ha demostrado ser eficaz (Fernández Liria y otros, 2012). En los trastornos bipolares hay publicaciones recientes que apoyan que los abordajes grupales en estos pacientes reducen el riesgo de recaída de cualquier tipo y son costo-eficientes (Tafalla y otros, 2010; Scott y otros, 2009). Colom y Vieta han demostrado que la psicoeducación grupal (en formato de seis meses de duración) es eficaz a largo plazo (cinco años de seguimiento) en cuanto a la prevención de recurrencias y la disminución del tiempo que permanecen enfermos (Fernández Liria y otros, 2012). Se han utilizado también formatos grupales para pacientes que sufren distintas alteraciones médicas (cáncer, fibromialgia, síntomas somáticos…) (Narváez y otros, 2008; De Felipe García-Bardón y otros, 2007; López García y otros, 2012). Dedicaremos también un capítulo a revisar las terapias grupales en el alcoholismo, patología que hoy por hoy se trata en la red de salud mental (Calvo Estopiñán y otros, 2009). Revisaremos en este manual la bibliografía más relevante publicada acerca de los fundamentos teóricos de los grupos de terapia y experiencias grupales desarrolladas en el sistema público de salud en España. Los profesionales del sistema público tenemos la responsabilidad de documentar y negociar con la Administración las modalidades de tratamiento más eficientes para favorecer la mejor gestión de los recursos públicos y dar una respuesta óptima a las necesidades de la población. Este breve manual pretende ser una pequeña aportación que ayude a fundamentar la puesta en marcha de tratamientos psicoterapéuticos grupales en un contexto ambulatorio 11 2. Funcionamiento y características de la psicoterapia grupal Sandra Pacheco Cantero INTRODUCCIÓN Definición de psicoterapia de grupo Entendemos por psicoterapia de grupo a la aplicación de técnicas psicoterapéuticas de forma planificada por un profesional, sobre un grupo de pacientes, que tiene por objetivo modificar las conductas inadaptadas de cada uno de ellos. Evolución de la terapia de grupo Desde la Antigüedad se han utilizado grupos con finalidad terapéutica. Podemos poner como ejemplo los ritos llevados a cabo los brujos o líderes religiosos con la intención de cambiar la conducta humana, o el objetivo claramente moralizante de las tragedias griegas (Díaz, 2002). No obstante, la terapia de grupo, tal y como la entendemos ahora, no tiene lugar hasta principios del Siglo XX y curiosamente no parte del mundo de la psiquiatría, sino de la medicina. En 1905, J.H. Pratt, en su sanatorio de Boston, comenzó a realizar sesiones grupales con sus pacientes tuberculosos y al observar la mejoría psicológica lo aplicó también a diabéticos e incluso a neuróticos. Hay que señalar, sin embargo, que desde 1902 se estaban realizando las conocidas como reuniones de los miércoles, en las que Freud reunía en su casa a sus discípulos. Aunque con un objetivo didáctico, no dejaban de ser un grupo de personas que se analizaban conjuntamente, por lo que son consideras el primer estudio de grupo analítico (Guimón, 2003). En su obra Psicología colectiva y análisis del yo (1922), Freud (1992) desarrolla sus concepciones sobre los grupos, destacando dos elementos: la regresión (entendida como un debilitamiento de las funciones racionales y una voluntad dispuesta a unirse a las emociones de la masa) y la pérdida de identidad individual. De este modo, 12 la identidad de grupo se establecería mediante la pérdida de la individualidad, delegando las decisiones en un líder idealizado, a cambio del placer de expresar emociones primitivas junto a la multitud. En la década de los treinta del siglo XX se produjo el auge de la terapia grupal en Estados Unidos y fueron muchos los autores que desarrollaron teorías propias, combinando conceptos freudianos con la transferencia familiar. Cabe destacar a figuras como Slavson, que promovió una psicoterapia orientada a la expresión de emociones y fantasías (conflictos) mediante el juego, en un contexto de seguridad; o Redl, psicoanalista que utilizó el abordaje grupal en niños y adolescentes y que ayudó a la aceptación de este tipo de terapia entre sus colegas. Fue fundamental la influencia de J.L Moreno, fundador del psicodrama y que apostaba por métodos de acción con relación a la vida real (lo que llamó teatro de la espontaneidad) sirviéndose de interacciones dramáticas basadas en la teoría de roles. Fue Moreno quien en 1923 acuñó el término psicoterapia de grupo. Con la Segunda Guerra Mundial, debido al aumento de las enfermedades psiquiátricas y a la escasez de psiquiatras militares, la terapia de grupo cobró un gran impulso por pura necesidad. De este modo, los hospitales militares británicos y americanos se convirtieron en escuela de los que más tarde serían grandes expertos en psicoterapia de grupo (W.R. Bion, S.H. Foulkes o A. Wolf, entre otros). CARACTERÍSTICAS DE LA PSICOTERAPIA DE GRUPO La terapia de grupo presenta una serie de propiedades que no comparten otras psicoterapias. Los factores terapéuticos que determinan la efectividad de la terapia de grupo fueron descritos por Yalom (1985): Infundir esperanza: es fundamental para la buena evolución de toda terapia, pues permite al paciente no abandonar y que otros factores terapéuticos puedan ser efectivos. En el contexto grupal, la mejoría de otros miembros ayuda a mantener esta esperanza de curación. Universalidad: con el testimonio de otros miembros del grupo, cada paciente es un poco más consciente de que no es el único que sufre. Información participativa: es importante informar al paciente sobre la enfermedad mental. Los consejos, que pueden proceder del terapeuta o de otros pacientes, aunque no son útiles directamente, forman parte del proceso. Altruismo: en el grupo los pacientes se ayudan mucho entre sí. Para un paciente que piensa que no puede ofrecer nada, la experiencia de ayudar a otros puede ser muy enriquecedora y además de aumentar la autoestima permite salir de la autoflagelación. 13 Recapitulación del grupo familiar primario: los pacientes pueden interaccionar con otros miembros del grupo como lo llevan haciendo desde siempre con su familia. Esta transferencia, que puede ser utilizada en todos los formatos grupales, es utilizada fundamentalmente en los psicoanalíticos. Socialización: aunque el desarrollo de habilidades sociales básicas es objeto específico de algunos formatos grupales, puede aparecer y ser enriquecedora en todos. Imitación: los pacientes pueden beneficiarse de la observación de otros miembros. Catársis: para los pacientes es muy poderoso no sólo compartir emociones en ocasiones desagradables, sino que éstas sean aceptadas por el resto del grupo. El grupo permite a los pacientes enfrentarse a factores existenciales como afrontar la vida solos, asumir la responsabilidad de sus acciones o, incluso, la enfermedad o la muerte. Cohesión: al estar compuesto de tantos miembros la cohesión en el grupo es un factor complejo. Por ello es fundamental hacer una buena selección de los miembros que lo van a componer. Aprendizaje interpersonal: el grupo permite desarrollar patrones de relación más saludables a través de la interacción con el resto de miembros. En estudios recientes, como el publicado por Norcross y Wamplond (2011), se han revisado qué elementos de la relación terapéutica son efectivos. Han demostrado eficacia la alianza terapéutica (tanto en formato individual como en grupos con jóvenes o con familias), la cohesión del grupo, la empatía y recoger el feedback que te da el paciente. La terapia de grupo engloba un gran número de prácticas que varían en función de características como la composición del grupo, su duración y objetivos. A grandes rasgos, podemos dividirlas en los tres grupos que se detallan en la tabla de la página siguiente. ASPECTOS TÉCNICOS Encuadre El encuadre es la suma de los elementos estructurales y de dinámica grupal. Es fundamental para un funcionamiento adecuado y debe mantenerse constante para entender todos elementos que surgen entre los miembros del grupo. 14 Elementos del encuadre: Lugar físico en que se llevan a cabo las sesiones: puede ser en un contexto de hospitalización o ambulatorio. El sitio elegido debe ser íntimo y confortable. Composición: en grupoanálisis se considera que la heterogeneidad en sexo, edad, sintomatología y estructura de personalidad favorece las identificaciones y la puesta en escena de fantasías individuales. No obstante, es necesaria cierta homogeneidad sociocultural para evitar exclusiones. En los grupos centrados en un problema determinado se elegirá a los miembros que presenten el síntoma focal. En cuanto a los grupos psicoeducativos y de apoyo, también es recomendable cierta homogeneidad. Cantidad: el número óptimo de pacientes varía en función del tipo de grupo. En terapia de grupo psicoanalítico se considera ideal entre seis y diez miembros, pues permite que emerjan elementos transferenciales sin que se vea dificultada la comunicación. Como veremos en el capítulo correspondiente, en el grupo multifamiliar pueden participar hasta 100 personas. Los grupos psicoeducativos o centrados en un problema pueden contener un mayor número de pacientes. 15 Frecuencia: puede ser de una a cinco veces por semana. En el origen de la psicoterapia de grupo se consideraban necesarias al menos dos sesiones por semana, para evitar que se acumulase material. No obstante, actualmente se acepta que una sesión semanal puede ser de utilidad. Duración: - De las sesiones: la duración de las sesiones puede variar entre 40 y 150 minutos. Existe consenso en cuanto a que un menor tiempo de terapia no permite que se instale el proceso multipersonal ni que el terapeuta pueda analizar los elementos que emergen. - Del tratamiento: varía en función del tipo de grupo. En grupos heterogéneos en los que se pretenden modificaciones estructurales la duración es ilimitada, pues no es posible predecir en cuánto tiempo se van a conseguir estos cambios. En grupos homogéneos con objetivos focalizados la duración suele ser limitada. Indicaciones de terapia de grupo La terapia de grupo estará indicada cuando un terapeuta grupal, después de un proceso de selección, recomiende a un paciente una forma de psicoterapia de grupo determinada. Además, habrá que tener en cuenta que, aun estando indicada una terapia de grupo, el paciente puede no encajar en un grupo determinado (por sus propias características o por las del grupo) (Toseland y Siporin, 1986). La indicación será sencilla cuando se trate de grupos específicos, pues suele bastar conque exista el síntoma focal (por ejemplo alcoholismo, obesidad…) y se complica en los grupos de orientación psicodinámica. Como criterios generales de inclusión y exclusión, Yalom (1985) propuso los siguientes: CRITERIOS DE INCLUSIÓN Capacidad de realizar la tarea grupal Motivación para participar en el tratamiento Áreas problemáticas compatibles con los objetivos del grupo Compromiso de asistencia a las sesiones y de permanencia durante toda la sesión CRITERIOS DE EXCLUSIÓN Incapacidad de tolerar el escenario de grupo Tendencia a sumir un papel desviado Agitación extrema Disconformidad o incompatibilidad con las normas grupales de conducta aceptable Grave incompatibilidad con uno o varios de los miembros restantes 16 Normas Previas a la formación del grupo: Ya hemos visto en el apartado anterior las indicaciones y contraindicaciones de la terapia de grupo y la importancia de prevenir abandonos. Por ello, es importante transmitir a los pacientes que las primeras sesiones pueden ser duras o incómodas y que deben intentar aguantar un tiempo para ver los resultados. Las normas que se dan a los pacientes antes de empezar un tratamiento grupal varían mucho en función del tipo de grupo y del terapeuta. Si se ha visto que realizar varias sesiones preparatorias facilita la buena evolución de la terapia. En ellas es fundamental que el terapeuta transmita al paciente la validez de la terapia grupal como tratamiento y su utilidad para favorecer un mejor funcionamiento de las relaciones interpersonales. Durante el grupo: Para el buen funcionamiento del grupo (sobre todo en los de corte psicoanalítico), el terapeuta debe: Animar a los pacientes a comunicarse, a compartir sentimientos y a hablar desde uno mismo sin juzgar a los demás. Evitar racionalizaciones. Fomentar lo que Foulkes denominó matriz grupal o red de relaciones afectivas entre los integrantes del grupo (Foulkes y Anthony, 1957). Permitir una interacción libre en los grupos de corte psicoanalítico y más dirigida en grupos más psicoeducativos. Interpretar lo que hay debajo de las interacciones superficiales. Identificar las gratificaciones superficiales. Desaconsejar las relaciones entre miembros del grupo fuera de las sesiones. En caso de que se produzcan, habrá que invitar a los pacientes a contarlo en la siguiente sesión. Evolución del grupo Yalom (1985), describió las fases por las que pasan los grupos psicoterapéuticos: a) Fase inicial (primeras sesiones): se producen intercambios de tipo social que favorecen la cohesión y que tienen por objeto buscar la aceptación de los demás y un lugar en el grupo. b) Fase intermedia: comienza el conflicto por el poder. Durante este período el terapeuta debe evitar que el grupo vuelque su hostilidad hacia un miembro (chivo expiatorio) (Rioch, 1979). Además, es frecuente que en esta fase el terapeuta también sea objeto de las críticas del grupo. Pasado este período de lucha es 17 común que los miembros se cohesionen y empiecen a aflorar las revelaciones. c) Fase avanzada: se pueden reconocer factores terapéuticos (descritos anteriormente), fenómenos defensivos y transferenciales. Es en esta fase en la que se suelen producir los abandonos e incorporaciones, por lo que el terapeuta deberá preparar al grupo para evitar el rechazo de los nuevos miembros. d) Fase final: como en cualquier psicoterapia se puede producir un agravamiento de los síntomas cuando se acerca el final y una dificultad por parte del terapeuta de poner fin al tratamiento de aquellos pacientes con los que se siente gratificado. TERAPIA GRUPAL EN EL ÁMBITO AMBULATORIO Para desarrollar un programa de grupo ambulatorio, José Guimón (2003) propone: Evaluar cuál es la demanda de psicoterapias, haciendo una clasificación por grupos de edad, sexo, estatus socio-cultural y diagnóstico. Designar un coordinador experimentado en programas de grupo. Evaluar los recursos humanos en psicoterapeutas, supervisores y colaboradores. Informar periódicamente a los pacientes de nuestra oferta. El coordinador será el encargado de estudiar las demandas y adaptarlas al programa. A la hora de seleccionar qué pacientes pueden formar parte de un grupo se plantean dos opciones: Que el terapeuta de grupo mantenga una entrevista individual con cada uno de los pacientes que han sido derivados al grupo por otro terapeuta, con el objetivo de decidir si pueden ser incluidos o no. Que los pacientes sean derivados directamente por su terapeuta individual y que entren a formar parte del grupo sin necesidad de realizar una entrevista previa con el terapeuta de grupo. Esta cuestión es especialmente importante cuando el grupo se configura en un marco ambulatorio, pues la variedad de profesionales que trabajan en él puede dificultar las labores de coordinación necesarias para que existan unos criterios de inclusión homogéneos. Consideramos que, prestando atención a los detalles expuestos anteriormente, la terapia de grupo es una modalidad de tratamiento que no sólo es posible en el ámbito ambulatorio, sino necesaria, pues ha demostrado ser al menos tan eficaz como la psicoterapia individual, optimizando tiempo y recursos, y por sus propias características 18 permite que emerjan factores terapéuticos adicionales. 19 SEGUNDA PARTE Psicoterapia grupal desde los distintos marcos teóricos 20 3. Psicoterapia dinámica de grupo Eva Grau Catalá INTRODUCCIÓN La terapia grupal de orientación psicoanalítica parte, esencialmente, de la misma base que el psicoanálisis individual: los trastornos psíquicos vienen determinados por conflictos en el mundo interno del individuo, de naturaleza inconsciente. La solución de estos conflictos (y por tanto de los síntomas que se derivan de ellos) se consigue cuando el individuo puede llevarlos a la conciencia mediante un proceso (el psicoanalítico) que requiere de una relación interpersonal (subjetiva) y un encuadre específico. Es necesaria la reactivación de esta conflictiva en la relación actual con el terapeuta (neurosis de transferencia) para, tras interpretarla y elaborarla, conseguir la curación (Guillem Nacher y Loren Camarero, 1995). Guimón (2003) incluye la terapia grupal psicoanalítica en lo que se puede denominar la psiquiatría dinámica, aquella que, sin corresponder exactamente con el método psicoanalítico original y ortodoxo, como mínimo reconoce la importancia del inconsciente y de la transferencia y se encuentra ligada al concepto de conflicto (entre deseos y defensas, entre distintas partes de la personalidad, entre impulsos y realidad) y a otros conceptos como el de determinismo psíquico, déficit en las estructuras intrapsíquicas o relaciones de objetos internos. La psicoterapia analítica grupal permite diferentes enfoques teóricos (relaciones objetales, psicología del yo, psicología del self, etc.) y técnicos susceptibles de ser utilizados como psicoterapia en el medio institucional (Guimón, 2003). Además de mantener las premisas específicas de lo psicoanalítico, el tratamiento grupal de orientación psicodinámica posee cualidades, fenómenos y herramientas no compartidos con las psicoterapias de características diádicas y que tienen que ver con las particularidades del escenario grupal. Algunos de estos elementos están presentes en cualquier grupo de terapia, independientemente de su orientación teórica. Yalom señala hasta once factores terapéuticos que la psicoterapia grupal suele generar (Vinogradov y 21 Yalom, 1996). Valiente (1987) propone también fenómenos típicos del grupo: YALOM Infundir esperanza Universalidad Transmitir información Altruismo Desarrollo de técnicas de socialización Comportamiento imitativo Catarsis Recapitulación correctiva del grupo familiar primario Factores existenciales Aprendizaje interpersonal VALIENTE Aceptación Compartir Socialización Devolución en espejo Alianzas e identificaciones Descarga de agresividad Bion (1980) denominó mentalidad grupal al estado de actividad mental compartida entre las personas que se reúnen formando un grupo. Si bien éste se considera un fenómeno universal que puede suceder en todo tipo de situaciones grupales no necesariamente de carácter psicodinámico y ni siquiera terapéutico, la idea original de este autor parte de una concepción kleiniana y es un eje fundamental en el trabajo psicoanalítico de grupo. Los participantes contribuyen a esta dinámica grupal de forma inconsciente con deseos, impulsos y acciones que emergen en determinados momentos de la vida grupal y operan en ellos colectivamente. A partir de este concepto Bion diferencia dos niveles distintos de funcionamiento en el proceso grupal: el grupo de trabajo y el grupo de supuesto básico. El grupo de trabajo contiene los aspectos generales relacionados con la tarea que el grupo desarrolla. Esta dimensión tiene lugar a nivel consciente y se comunica de forma verbal. El líder es el terapeuta. Los miembros del grupo necesitan entrenamiento y adquisición de experiencia para llevarla a cabo, así como la capacidad de cooperar. El desempeño del grupo de trabajo requiere el mantenimiento del contacto con la realidad. Los mecanismos por los que se rige el grupo de supuesto básico suelen entrar en conflicto con los objetivos del grupo de trabajo y con la tarea racional y consciente que 22 participantes y terapeuta se disponen a acometer. Pueden obstaculizarlo enormemente. El grupo de supuesto básico es una forma de regresión inherente a la situación grupal que actualiza modos de funcionamiento correspondientes a las etapas más primitivas del desarrollo del psiquismo (fantasías omnipotentes, ansiedades, mecanismos defensivos) y arraiga en impulsos emocionales e irracionales de origen arcaico y gran potencia. Los individuos que dan vida al supuesto básico lo hacen de forma automática y espontánea. Aunque pueden ser conscientes de los sentimientos y acciones en los que están inmersos, no lo son de su implicación en el desarrollo de un patrón predeterminado. El terapeuta psicodinámico puede participar de dos formas con el resto de miembros en este nivel de funcionamiento: de forma involuntaria a través de la contraidentificación proyectiva (Guillem Nacher y Loren Camarero, 1995); de forma voluntaria y consciente a través de la interpretación, que conduce al grupo de supuesto básico hacia el grupo de trabajo. El supuesto básico toma tres formas: supuesto básico de dependencia, supuesto básico de ataque-fuga y supuesto básico de apareamiento, que aparecen en distintos momentos del proceso grupal (ver Tabla de la página siguiente). BASES DEL FUNCIONAMIENTO DE LA TERAPIA PSICOANALÍTICA DE GRUPO En el grupo de inspiración psicodinámica el proceso terapéutico está determinado por varios elementos inherentes a las técnicas psicoanalíticas, pero que en este formato presentan características propias que le diferencian de la psicoterapia individual. Elegimos como los más significativos el encuadre, la transferencia, la asociación libre, la interpretación y las características del terapeuta. El encuadre El encuadre consiste en todas aquellas medidas y situaciones que favorecen en un grupo la instalación de un proceso terapéutico. Según Rodrigué sería el “conjunto de actividades no interpretativas que tienen por finalidad mantener la marcha ordenada del proceso analítico”. El encuadre correcto sería “aquel que proporciona un mínimo de interferencias a la actividad asociativa del paciente e interpretativa del analista” (Guillem Nacher y Loren Camarero, 1995). Guimón (2003) señala que, en gran parte, es el encuadre lo que diferencia la psicoterapia analítica grupal de la individual. A continuación comentamos algunas características específicas del encuadre en la psicoterapia grupal de orientación psicoanalítica. 23 a) El espacio físico: Debe ser un lugar fijo en el que las reuniones puedan desarrollarse con comodidad. Se busca el aislamiento del entorno (silencio, intimidad), la neutralidad y la funcionalidad del mobiliario. La colocación de los miembros ha de ir dirigida a que se puedan ver unos a otros, incluido el terapeuta, por lo que la colocación circular de los asientos es la más adecuada. Esto permitirá también que la disposición de los participantes no les fuerce a dirigir sus intervenciones preferentemente al terapeuta (cosa que ocurriría si éste ocupase un lugar diferente o destacado). b) Duración y frecuencia de las sesiones: La duración de las sesiones puede ser variable. Hay que dar tiempo suficiente para que el grupo alcance el necesario nivel de actividad, teniendo en cuenta el que se precisa para cada una de las tareas grupales a lo largo de la sesión: calentamiento, trabajo grupal en sí mismo (etapa a la que se dedica una cantidad de tiempo mayor) y análisis de las interacciones y las devoluciones. Podría durar entre una y tres horas. Lo habitual es entre una y media y dos horas. Las sesiones de grupo demasiado prolongadas pueden provocar una mayor aparición de actitudes resistentes, con el aburrimiento en un extremo y la sobreexcitación en el otro (Valiente, 1987). La frecuencia de las sesiones suele ser de una cada siete días. Desde el posicionamiento técnico psicoanalítico más clásico se han llegado a recomendar hasta cinco sesiones semanales. Hay autores que consideran que lo ideal sería reunirse dos veces a la semana, pero también advierten que este ritmo puede afectar 24 negativamente al cumplimiento de la asistencia y que la reunión uno de cada siete días es más asequible. c) El tamaño del grupo: Entre ocho y diez integrantes es el tamaño ideal, siendo cinco el mínimo y 12 el máximo. El más comúnmente aceptado es el de ocho. Si el número de miembros fuera menor sería difícil que se produjeran las interacciones suficientes y las oportunidades necesarias para consensuar y validar puntos de vista entre los participantes. Si los pacientes fueran menos, las ausencias podrían ser sentidas por el grupo como una amenaza de disgregación y disolución (más basada en una situación real que proyectiva), lo que forzaría una excesiva tensión de cohesión. Si el grupo es demasiado grande el tiempo para el análisis del material puede quedar corto. El grupo se convierte en multitud y es posible que aparezcan dificultades para el desarrollo de la cohesión grupal y mayor número de acting. La tendencia grupal se suele acercar más al funcionamiento esquizoparanoide y tiene más dificultades para alcanzar la posición depresiva. d) Duración de la terapia: El grupo psicoanalítico tipo suele ser de duración indefinida. Cuando logra un buen funcionamiento se reúne durante varios años, que son los necesarios para desarrollar todas sus etapas y posibilidades. Valiente (1987) señala que ha obtenido los resultados más positivos con pacientes que han estado más de tres años en grupo. Después de trabajar el periodo de duelo durante meses son los propios participantes los que deciden, con ayuda del terapeuta, el momento de la terminación. e) Grupos abiertos y grupos cerrados: La elección de uno u otro tipo de enfoque está influida por los esquemas teóricos del terapeuta, el escenario clínico, los objetivos y la duración del grupo. El grupo cerrado se inicia con un número determinado de miembros y no acepta pacientes nuevos a lo largo de su recorrido, a no ser que ocurran abandonos suficientes como para amenazar la continuidad del trabajo grupal. En este caso puede optarse por disolver el grupo o introducir un nuevo miembro. Este formato suele formularse con un número también predeterminado de sesiones. El grupo abierto es de duración indefinida y funciona como una entidad con vida propia, que permanece a lo largo del tiempo. Los pacientes que consiguen sus objetivos de mejoría finalizan el tratamiento y dejan su lugar a otros miembros que el terapeuta seleccionará e introducirá en la terapia de forma sucesiva. Suele tener unas metas más amplias y objetivos terapéuticos más ambiciosos. Los terapeutas que priorizan los aspectos particulares de la neurosis transferencial de cada paciente suelen trabajar en formato abierto. Los grupos cerrados son elegidos 25 por terapeutas que piensan más en la neurosis grupal que en la suma de las neurosis individuales de los participantes (Guillem Nacher y Loren Camarero, 1995). f) Homogeneidad del grupo: La homogeneidad del grupo hace referencia a la semejanza de los participantes en algún aspecto común. La mayoría de los psicoterapeutas psicoanalíticos se inclinan por grupos heterogénos en género y nivel sociocultural. También en edad, excepto en poblaciones especiales (niños, adolescentes). Hay otros que, dentro de la heterogeneidad, prefieren que las diferencias no sean muy extremas para evitar que la falta de bases comunes cree un ambiente disfuncional (grandes diferencias de estrato social, no más de 30 años entre el mayor y el más joven del grupo). Whitaker y Lieberman (1964) y Yalom (1985) dicen que las terapias de grupo dinámicas deben ser heterogéneas en cuanto a los conflictos de sus integrantes, pero homogéneas y similares en cuanto a fortalezas yoicas. La excesiva disparidad en este último punto puede afectar negativamente a la consolidación del grupo por los diferentes niveles de dificultad en la exploración de cuestiones psicológicas (Gabbard, 2002). En cuanto a la psicopatología, aconsejan no sobrecargar el grupo de pacientes con determinadas estructuras o mecanismo defensivos (depresivos, hipomaníacos, paranoides, obsesivos, actuadores) y equilibrar, en la medida de lo posible, determinadas estructuras con las antagónicas: obsesivas con histéricas, esquizoides con depresivos, para favorecer la formación de un grupo armónico (Guillem Nacher y Loren Camarero, 1995). Los grupos homogéneos raramente sobrepasan niveles superficiales de interacción y suelen ser utilizados en otro tipo de orientaciones. TERAPIA COMBINADA La combinación de psicoterapia de grupo con psicoterapia individual se hace con frecuencia. El paciente puede tratarse con dos terapeutas distintos o tener al mismo en los dos tipos de abordaje. Se complementan bien, siempre y cuando ambos terapeutas se apoyen y coordinen. El terapeuta individual puede dar la oportunidad de explorar el material desarrollado en el grupo y apoyar la persistencia del paciente en el mismo, previniendo el abandono. La terapia individual está especialmente indicada en pacientes con crisis vital grave que requieren apoyo individual temporal. La terapia grupal proporciona transferencias múltiples y un encuadre en el que el paciente puede arriesgarse a poner en práctica nuevos comportamientos derivados de lo trabajado en la terapia individual. Esta indicación puede ayudar a pacientes cuyas 26 relaciones interpersonales están especial y crónicamente perjudicadas. La terapia individual puede entorpecer la terapia de grupo si el enfoque de ambos terapeutas es muy diferente o si los pacientes consiguen utilizar sus sesiones individuales para expresar afectos que sería mejor expresar en el grupo (Vinogradov y Yalom, 1996). EL TERAPEUTA Y SUS FUNCIONES Valiente señala que, además de la formación y el entrenamiento, las cualidades personales del terapeuta de grupo de orientación psicoanalítica son esenciales para realizar el proceso grupal. Debe ser alguien con capacidad para percibir el mundo inconsciente y captar la dinámica emocional de los pacientes más allá de lo verbal y lo manifiesto y de colocar “su persona resonando emocionalmente” por delante del “personaje profesional y técnico”. Considera que para poder garantizar un buen funcionamiento de su tarea es imprescindible que el terapeuta haya pasado por un psicoanálisis personal, a través del cual conseguirá conocerse y resolver sus conflictos neuróticos, adquiriendo la madurez emocional necesaria para afrontar el trabajo de grupo (Valiente, 1987). Las funciones y las tareas del conductor de un grupo de esta orientación son múltiples. Enumeramos las principales: crear los cimientos del grupo, seleccionar y agrupar a los pacientes, la preparación de los candidatos y la creación de una cultura terapéutica son las primeras tareas del terapeuta grupal (Vinogradov y Yalom, 1996). Guillem Nacher y Loren Camarero (1995) se muestran de acuerdo con Zimmermann (1968) en distinguir la selección (evaluar en cada paciente individual si hay indicación de tratamiento en psicoterapia grupal) del agrupamiento (elección del paciente seleccionado previamente para su derivación a determinado grupo en particular). Habrá, pues, pacientes que pudiendo ser adecuados para psicoterapia grupal, tal vez no tengan indicación para un determinado tipo de grupo o para un grupo en particular (Guillem Nacher y Loren Camarero, 1995). Yalom (1985) señala que el terapeuta grupal se guía más en la selección de sujetos por los criterios de exclusión que por los criterios de inclusión. Muchos de los inconvenientes pueden reconocerse en el proceso de evaluación previa de cada paciente, como la hostilidad hacia la idea del trabajo en grupo, las expectativas poco realistas sobre la terapia, la pretensión de utilizar el grupo como fuente de contactos sociales o el fracaso previo en este tipo enfoque. En lo que se refiere a las indicaciones y contraindicaciones más específicamente para la terapia grupal de tipo psicoanalítico o psicodinámico de grupo, resumimos las que propone Gabbard (2002). CONTRAINDICACIONES Pacientes en situaciones conflictivas agudas y graves Pacientes con tendencias psicopáticas y perversos actuadores 27 Pacientes con importantes tendencias suicidas Personas que temen la divulgación de su presencia en el grupo Monopolistas crónicos INDICACIONES Pacientes con inhibiciones o conflictos vinculados al contexto social en el que se mueven Pacientes borderline Pacientes psicosomáticos que no corran riesgo de descompensación física aguda grave Terapeutas y similares Estos criterios son una guía y se valorará cada caso individualmente. En el caso del paciente borderline, por ejemplo, Gabbard es partidario de supeditar su inclusión a la capacidad de tolerancia a la frustración, la vivencia adecuada de la persona del terapeuta y a la buena capacidad continente del grupo, en el que, coincidiendo con la opinión de otros autores, no considera recomendable reunir demasiados pacientes de esta estructura a la vez (Guillem Nacher y Loren Camarero, 1995). Las situaciones de descompensación aguda pueden ser temporales y reversibles, por lo que se puede dar la alternativa de terapia individual, tras la que se reevaluará la inclusión del paciente una vez superada la fase problemática. La mayoría de autores están de acuerdo en no incluir personas que estén sufriendo una crisis psicótica o maníaca o a los pacientes con tendencias extremadamente paranoides. Otra de las funciones del terapeuta tiene que ver con mantener el encuadre: decidirlo, marcarlo, trasmitirlo a los participantes y garantizar la existencia y la permanencia del mismo como elemento necesario y protector del proceso grupal (Guillem Nacher y Loren Camarero, 1995). La función directiva o de liderazgo se inicia ya en las fases previas. Una vez que el grupo está en marcha, el terapeuta favorece que sus integrantes orienten el discurso por sí mismos de la forma más espontánea posible. Pero cuando el grupo se estanca, o se pierde en círculos viciosos poco progresivos (probablemente demostrando una resistencia), el terapeuta retoma toma las riendas. Detecta el tema inconsciente común, latente en las verbalizaciones de los miembros y les redirige hacia el mismo. La función interpretativa representa la actividad central del terapeuta psicoanalítico de grupo y la intervención más característica, específica y representativa de este formato. Antes de llegar a verbalizarla el terapeuta tiene que tener en cuenta el momento en el que se encuentra el grupo (fases iniciales, intermedias y de finalización; supuesto básico que se encuentra operativo) y prever el efecto y consecuencias que la intervención pueda llegar a tener (Valiente, 1987). También es trabajo del líder ser el soporte de las proyecciones de los participantes. Aunque el resto de miembros también las reciben, el papel destacado del terapeuta implica ser el principal blanco de las mismas y responsabilizarse de tomarlas a cargo y 28 ayudar a procesarlas (Guillem Nacher y Loren Camarero, 1995). Tiene la tarea de encajar la transferencia negativa del grupo, incluidas las actitudes hostiles hacia sí mismo sin que ello logre desorganizarle, pudiendo elaborar y controlar su contratranferencia. La presencia de un coterapeuta permite el apoyo, la complementación mutua y el análisis conjunto de lo ocurrido en las sesiones, de manera que puede ampliar la potencialidad terapéutica (Vinogradov y Yalom, 1996). La asociación libre En la terapia psicoanalítica individual la consigna que se da al paciente es la de comunicar verbalmente todo lo que se le venga a la mente, intentando no censurar nada para favorecer la exteriorización de contenidos inconscientes. En el grupo esta regla fundamental tiene características especiales puesto que, a partir de la invitación a los participantes de hablar de lo que quieran, las comunicaciones (tanto verbales como no verbales) de cada uno de los pacientes y sus interacciones estimulan la emergencia de contenidos latentes compartidos por el grupo. De esta forma “el grupo se encarga inconscientemente de ir buscando un mínimo de lógica interna, una coherencia en los comunicados para ir extrayendo un tema” (Valiente, 1995). Así, en un momento dado, lo que surge de la asociación de uno de los miembros puede ser expresión de su propio inconsciente y, a su vez, la canalización del contenido del inconsciente colectivo del grupo (Guillem Nacher y Loren Camarero, 1995). La transferencia La transferencia está presente y es útil tenerla en cuenta en todos los tipos de situación terapéutica grupal. Pero en la orientación psicoanalítica de larga duración su comprensión e interpretación es indispensable (Guimón, 2003). En la situación psicoanalítica individual la transferencia es unidireccional (pacienteterapeuta) y, en principio, se caracteriza por la idealización y la dependencia. En la psicoterapia de grupo esta condición se polariza en varios sentidos. En primer lugar, el terapeuta tiene que ser compartido con el resto de participantes, por lo que se movilizan también transferencias laterales que, además de facilitar material en relación a lo fraterno, diluyen intensidad de la transferencia hacia el terapeuta. Las relaciones de objeto interno de los pacientes se externalizan en las interacciones con cada uno de los miembros del grupo y con el terapeuta, por lo que éste cuenta con una especie de laboratorio donde el mundo interno de cada uno se despliega (Gabbard, 2002). Por otra parte, el grupo genera un flujo transferencial de los miembros hacia sí mismo como un todo, en su significado de lugar de pertenencia, espacio permisivo del cual no se puede quedar excluido (Gabbard, 2002). 29 La coterapia proporciona un abanico todavía más amplio de reacciones transferenciales. Suele movilizar material interesante a través de la relación entre ambos terapeutas, fantaseada por los integrantes del grupo especialmente si son de sexo distinto. En este caso lo triangular despierta en el grupo proyecciones edípicas, con lo que se enriquece el trabajo de la constelación parental de la familia de origen. La interpretación No es la única clase de herramienta terapéutica, pero sí la que caracteriza al grupo psicoanalítico/dinámico. Consiste en una intervención verbal del terapeuta que relaciona entre sí distintos aspectos conductuales o verbales de los miembros. Pone en evidencia, haciéndolas conscientes, fantasías y ansiedades conjuntas que aparecen implícitas en las comunicaciones del grupo (Guillem Nacher y Loren Camarero, 1995). Aunque ocasionalmente pueden utilizarse aclaraciones o interpretaciones individuales, en el grupo psicodinámico la mayoría de las intervenciones interpretativas van dirigidas al conjunto de los miembros. La interpretación debe estar centrada en la(s) transferencia(s). Produce una significación emocional nueva y la comprensión súbita de situaciones hasta el momento inconscientes ( insight). Su efecto se hará evidente no solo a través de los cambios experimentados por cada uno de los participantes (modificación de conducta, aporte de material nuevo, asociaciones, sueños, aumento de la capacidad de introspección), sino también por los cambios en las interrelaciones entre los miembros del grupo (sobre todo las más estereotipadas o rígidas) y por los cambios en la situación del supuesto básico (Guillem Nacher y Loren Camarero, 1995). PSICOTERAPIA BREVE DE GRUPO Hasta aquí hemos descrito las características básicas de lo que entendemos por psicoterapia analítica de grupo, basándonos en el formato de grupo de larga duración como prototipo. Guimón (2003) hace referencia a la progresiva crisis de las orientaciones analíticas y se pregunta si su larga duración, entre otras variables (dificultad en evaluar su efectividad, factores económicos que presionan para la búsqueda de mejorar la relación coste-efectividad, etc.), ha sido causa de la revisión de esta modalidad y del planteamiento de formatos breves y focales de grupo. Mackenzie (1997) clasificó los modelos de psicoterapia de grupo basados en las necesidades del paciente y la conciencia de las limitaciones en los recursos: intervención en crisis (una a ocho sesiones); terapia de tiempo limitado (ocho a 26 sesiones) y terapia de tiempo prolongado (más de 26 sesiones) (Gabbard, 2002). Guillem y Loren distinguieron entre la corta duración y el límite en el tiempo. Para estos autores, la terapia grupal de tiempo limitado definía mejor el tipo de abordaje breve, que conllevaba, además de la menor longitud temporal, varias diferencias 30 conceptuales y técnicas respecto al modelo clásico. Así como otros autores que han revisaron la psicoterapia breve de grupo (Wolf, por ejemplo), asociaron la psicoterapia breve a grupos homogéneos y, en la mayoría de los casos, temáticos y alejados de las técnicas psicoanalíticas), estos autores las definieron a través de su experiencia de tratamiento grupal breve de inspiración psicoanalítica. El formato propuesto implicaría una modificación de la técnica clásica, con metas más limitadas y cercanas a la reestructuración de defensas, focalización del trabajo sobre un conflicto más o menos compartido entre los miembros y fijación del tiempo de terminación desde el inicio del grupo y trabajo de duelo desde las primeras fases (Guillem Nacher y Loren Camarero, 1995). TIPOS DE PSICOTERAPIA GRUPAL DE ORIENTACIÓN PSICOANALÍTICA Guimón (2003) describe como grupos paradigmáticos los que resumimos en la siguiente tabla: 31 32 4. Psicodrama psicoanalítico de grupo Eva Grau Catalá INTRODUCCIÓN El psicodrama fue creación del médico general y psiquiatra rumano de origen judío Jacob Levi Moreno (1889-1974). Él mismo señaló el año 1921 como punto de inicio de esta disciplina, coincidiendo con la fecha en que fundó la primera compañía de teatro improvisado, el teatro espontáneo, con el que comenzó a usar la disposición circular del auditorio que todavía hoy se conserva como parte del setting psicodramático. Moreno fue un hombre creativo, muy productivo y polifacético. Trabajó con ideas sumamente originales sobre la espontaneidad, la creatividad, el encuentro, el drama y la imaginación, conceptos alrededor de los que gravita gran parte de las características nucleares del psicodrama. Contemporáneo de Freud, supo tener una visión crítica respecto a sus planteamientos en un periodo en el que el psicoanálisis dominaba de forma incuestionable el ámbito psico- terapéutico. En su época se desarrollaron los trabajos de precursores de la psicoterapia grupal (término que, junto al de terapia grupal, se atribuye a Moreno) como Slavson, Lewin, Lindzey, Abraham, Foulkes y James Anthony. La mayoría de sus técnicas fueron desarrolladas a partir de 1936. Creó varias revistas y realizó numerosas publicaciones, entre las que se encuentran sus monografías sobre la catarsis mental y la teoría de los roles, y dio origen al concepto de sociometría (Blatner, 2009). Moreno introdujo y expandió la práctica del psicodrama, basándose en la catarsis por la dramatización de los conflictos psicológicos (Gamo y Pazos Pezzi, 2007). Y dotó a éste de conceptos tan originales como el de tele, dando a otros, como el de espontaneidad, una dimensión particular. Más adelante, diversos autores adoptaron las aportaciones de Moreno desde el psicoanálisis. Sin abandonar su propia orientación, fueron incorporando gran parte de 33 sus procedimientos a los trabajos grupales, dando lugar a una gama de distintas modalidades terapéuticas psicodramáticas en cada una de las cuales la potencia y originalidad de los conceptos morenianos, se combinan, en mayor o menor medida, con las características psicodinámicas. En Francia, Anzieu y Lebovici (psicoanálisis dramático de grupo), G. y P. Lemoine (1974) (desde la escuela lacaniana), entre otros, son exponentes imprescindibles. En Argentina y en otros países de habla castellana surge la Escuela Argentina de Psicodrama Psicoanalítico, vinculada a Martínez, Moccio y Pavlovsky en sus inicios, para extenderse más tarde al Grupo Experimental Psicodramático Latinoamericano. Desde estos inicios, parten las líneas del psicodrama psicoanalítico (Losso, 1985). Pablo Población y Daniel Valiente son dos autores y exponentes cercanos de la práctica y docencia del psicodrama en Madrid. PSICODRAMA Y PSICOANÁLISIS A pesar del alto nivel de cuestionamiento con el que Moreno trató diversos puntos característicos del psicoanálisis (transferencia, determinismo, etc.), muchos de los conceptos psicoanalíticos tienen gran conexión con los fenómenos que podemos ver en la escena psicodramática. Podemos comparar el hecho de jugar con una dramatización espontánea realizada en el escenario (espacio del juego) donde se despliega el mundo interno infantil, para señalar la importancia que Melanie Klein otorgó a la dimensión simbólica del juego del niño. Menciona a Winnicott para situar la dramatización en la “zona de los fenómenos transicionales”, afirmando que “el espacio dramático permite al individuo desplegar su omnipotencia infantil en un ‘como si’ en el que es a la vez autor y actor”, y donde, como en el juego, decide en parte lo que va a suceder, para encontrarse, a su vez, con otra “parte” fuera de su control y sorprendente. Según este autor, también puede establecerse una equivalencia entre el sueño y la dramatización terapéutica: en ambos se representa un drama que se despliega en un escenario, con personajes que interactúan. La representación psicodramática favorece la emergencia de contenidos internos como el sueño. En la dramatización el deseo inconsciente se manifiesta en la escena, sobre la que se trabaja directamente con la ayuda del terapeuta y el resto participantes del grupo. Pichon-Rivière (1972) habló del grupo interno para referirse al mundo interno del sujeto concebido como un teatro en el que se desarrollan múltiples dramas mediante la interacción de una multitud de personajes entre sí (Losso, 1985). P. y G. Lemoine (1974), señalan que el grupo da la oportunidad de romper con el discurso previo del paciente para instaurar otro nuevo, relacionado con la escucha inconsciente y el deseo. El grupo psicodramático facilita la aparición de este discurso diferente, ante la mirada del otro. La sorpresa, la pregunta o el enigma surgidos de la dramatización dan una alternativa a la comprensión intelectual. Son equivalentes al lapsus en lo que se refiere al desmoronamiento del discurso yoico, facilitando la emergencia de lo reprimido o negado y del deseo ignorado. 34 CARACTERÍSTICAS PROPIAS DEL PSICODRAMA PSICOANALÍTICO DE GRUPO Estos autores consideran que las características diferenciales del grupo psicodramático frente a otros enfoques grupales son, esencialmente, la representación, el cuerpo y la mirada (el observador ofrece una visión de lo que ha podido no verse). Independientemente de la orientación teórica dentro del propio psicoanálisis y sus ramificaciones, las terapias psicodramáticas tienen todas unas características comunes, según J.M. Sacks: la temporalidad centrada en el presente, el desarrollo de la capacidad de simbolización, la escenificación como forma de privilegiar lo concreto frente a la generalización defensiva y el role playing como mediación entre la realidad y la fantasía (Gamo, y Pazos Pezzi, 2007). CONCEPTOS MORENIANOS. CONCEPTOS PSICODINÁMICOS Dar cuenta de la mayor parte de los conceptos morenianos merecería un capítulo aparte, tanto por la riqueza como por la abundancia y la originalidad de los mismos. Hemos elegido exponer los de espontaneidad y Tele por parecernos paradigmáticos. La espontaneidad fue definida por Moreno como “la respuesta a una situación nueva y la nueva respuesta de una situación conocida”. No solo como un proceso dentro de la persona sino como “un flujo de sentimiento en dirección hacia el estado espontáneo de otra persona”. Este concepto va directamente ligado al de tele. Lo tele surge del “contacto entre dos estados de espontaneidad” de dos personas distintas. Es una situación interpersonal real que se genera en el aquí y el ahora. Es la preferencia de un individuo por otro, pero no debida a una transferencia simbólica con motivaciones neuróticas, sino a realidades que esta otra persona representa en la situación actual. Tele sería lo opuesto a transferencia. Ambos son inversamente proporcionales en una terapia (Valiente, 1995). En el psicodrama moreniano se busca lo tele. La transferencia es un estorbo. En el psicodrama psicoanalítico tiene lugar una combinación de ambos en proporciones variables, según el momento grupal, la escena, el individuo. Desde el lado psicoanalítico destacamos una propiedad especial del grupo de psicodrama: la posibilidad de observar los fenómenos de introyección y proyección el mecanismo de identificación proyectiva e manera muy directa. Los tres tienen mucho que ver con la identificación, cuya importancia formula Valiente (1995) de la siguiente manera: Cada personalidad está compuesta por sucesivas identificaciones, resultado, a su vez, de distintas relaciones de objeto. Esto configura un mundo interno poblado de imágenes y roles, que emergerán en el grupo. Cada paciente trata inconscientemente de conseguir que el grupo real corresponda a su propia fantasía de grupo. Sin darse cuenta, introyectará los aspectos que encajen con 35 su fantasía interna y proyectará los que necesite poner fuera para confirmar su propia fantasía. El grupo se encarga corregir estas distorsiones. Devuelve a los participantes la imagen de sí mismos reflejada por los demás, (a lo que el terapeuta también ayuda con sus interpretaciones). Esto hace que el individuo se haga consciente de sus fantasías, deseos, miedos, problemas y motivaciones lo que le lleva a una comprensión profunda de sí mismo. LA SESIÓN PSICODRAMÁTICA J. Rojas Bermúdez (1997), partiendo de la concepción moreniana, describe los elementos de la sesión psicodramática a través de tres contextos, cinco instrumentos y tres etapas. Los tres contextos, el social, el grupal y el dramático se relacionan de forma equivalente a tres círculos concéntricos, cada uno de los cuales está apoyado en el anterior (de mayor a menor amplitud y de menor a mayor especificidad). El contexto social corresponde a la realidad ambiental de la que parten los miembros del grupo y está situado fuera del ámbito del trabajo terapéutico, es la realidad externa al grupo. De él proviene el material que los participantes aportan a la sesión (especialmente en los primeros momentos de la misma y en las primeras fases del grupo). En este nivel, la interacción se rige por las normas generales correspondiente al espacio sociocultural del individuo. El contexto grupal, dentro del anterior, está constituido por todos los integrantes del grupo, incluido el equipo terapéutico, y se desarrolla a partir de la red de interacciones entre ellos. Sobre una base de compromiso personal se va generando una historia con leyes propias que, aunque incluidas en el ámbito más amplio de las sociales, toma características propias en cada grupo particular. El contexto grupal es el soporte del contexto dramático. Sus contenidos pertenecen al nivel de la realidad del grupo. Estos dos primeros niveles serían superponibles a la estructura de cualquier formación psicoterapéutica grupal. Es el contexto dramático el que caracteriza al grupo de psicodrama. En él los pacientes juegan roles, se mueven en un como si en el que el protagonista puede liberarse hasta cierto punto de los condicionamientos sociales para desplegar sus sentimientos, conflictos y deseos. Este material perteneciente al ámbito de la fantasía y podrá ser objeto de trabajo a través de la dramatización. Esto permitirá modificar sucesos y personajes y tiempos. Los instrumentos a través de los que se desarrolla el suceso psicodramático son el protagonista, el escenario, el director o terapeuta, el yo auxiliar (o yoes auxiliares) y el auditorio. 36 El protagonista es el miembro del grupo que se constituye como representante del mismo en un momento dado, pasando al escenario y planteando un tema propio para dramatizar (Rojas-Bermúdez, 1997). El acontecimiento manifiesto que expone para la escena conlleva (como mínimo) otra escena que es latente, con una doble dimensión: personal y grupal, ya que evoca contenidos internos del propio individuo, así como de las escenas latentes individuales de cada uno de los participantes y componentes del auditorio, además de material relacionados con el momento evolutivo del conjunto del grupo (López-Barberá y Población, 2000). El yo auxiliar es otro de los elementos diferenciales del psicodrama respecto a otras clases de psicoterapia grupal. Esta figura tiene dos cometidos. Por un lado, el de ayudar al protagonista en la escena dándole el contrapunto en la representación. Para ello se basará en la descripción que el protagonista le proporcione sobre el antagonista que necesita ( cargar el rol) o en lo que le indique el director dramático. Comenzará su representación desde ese punto de partida dado para encarnarlo dejándose llevar por la espontaneidad y por el curso que siga la propia dramatización. Para ello necesita colocarse en una posición empática, al servicio del despliegue del mundo interno del protagonista. Realiza un trabajo terapéutico, haciendo equipo con el director de escena desde dentro de la misma (contexto dramático), donde el terapeuta no puede participar de forma directa. Tiene autonomía para dar giros a la dramatización y modular su intensidad emocional, facilitar material o aumentar la implicación del protagonista. Otras veces trabajará siguiendo las indicaciones del conductor del grupo. Su implicación emocional tiene que ser la necesaria para jugar el rol de forma verdadera, pero no incluye la posibilidad de trabajar material propio movilizado por la interacción. En la fase de devoluciones participará con las que impliquen al proceso primario (resonancia emocional), dejando las intervenciones en proceso secundario para el terapeuta. Valiente (1995) resume en cinco las funciones del yo auxiliar: 37 El director, psicodramatista o terapeuta es el responsable principal del equipo terapéutico. En la dimensión más moreniana tiene un papel de animador grupal, facilitador de la interrelación y director de escena, busca el fenómeno de la catarsis y no una toma de conciencia elaborada desde lo interpretativo. En el caso del psicodrama psicoanalítico el terapeuta sí realiza la labor de analítica e interpretativa sobre lo previamente ocurrido en la escena y en las interacciones de los miembros del grupo. El escenario, en su sentido más concreto, se considera el espacio físico en el que se realiza la acción dramática. Desde una perspectiva simbólica es un ámbito imaginario, el lugar del como sí en el que se desarrolla la representación y se despliega la fantasmática grupal. El auditorio (para el público) es un instrumento con una doble dimensión: una ayuda al paciente y un paciente en sí mismo (López-Barberá y Población, 2000). Presta su propia visión de la escena, tanto desde la resonancia afectiva como desde las devoluciones, completando con ello la parte ciega para el protagonista, yo auxiliar y actores. 38 Tras la apertura del grupo, en la que se plantea hablar libremente de lo que se desee (o callarlo, lo que lo diferencia de la consigna equivalente de la asociación libre en la terapia individual), se inicia el proceso psicodramático, con sus tres fases: caldeamiento, dramatización y análisis. El caldeamiento (warming-up) tiene la función preparar para la acción que implica la escena. Se trata de crear el clima adecuado para la dramatización, promover la espontaneidad a través de la acción, centrar el interés en el tema y establecer canales de comunicación dentro del grupo. Es un tránsito entre el contexto social del que se proviene hacia el contexto grupal al que se llega para terminar en el contexto dramático que se pretende alcanzar. Y, a la vez, una ayuda para disminuir la ansiedad que este camino conlleva (López-Barberá y Población, 2000). La primera parte del caldeamiento es inespecífica. En un primer momento es una animación de lo físico que el director promueve a través de la movilización del cuerpo, con diferentes propuestas: caminar por la sala de distintas maneras, estirarse y contraerse, desentumecerse, etc. Después se procede a calentar con consignas que promueven una interacción más emocional entre los miembros del grupo a través del cuerpo y también de la palabra (pequeños contactos visuales o táctiles entre los participantes, palabras, frases o preguntas breves). En tercer lugar, el caldeamiento va dirigido a despertar el proceso primario conduciendo al grupo a pensar en escenas dejando que estas acudan espontáneamente a la mente de los participantes (pueden aparecer situaciones del presente o del pasado, sueños, fantasías). Esta fase se puede activar con ejercicios o juegos psicodramáticos, planteados por el terapeuta. Mientras todo esto ocurre, el grupo se encarga de ir buscando, inconscientemente, una lógica interna y una coherencia entre las diferentes comunicaciones que han ido teniendo lugar. A través de ello surgirá el emergente grupal, un tema que empieza a circular en el grupo para terminar concretándose en un tema principal a través de alguno de los participantes, que encarnará el rol de protagonista cuando se represente la escena. La necesidad de protagonizar del participante puede surgir de forma espontánea por la implicación emocional que le haya despertado el procedimiento grupal previo. Si no surge claramente o hay varios candidatos puede ser el director o el propio grupo en consenso quien tenga que elegirlo. La elección de roles por parte del sujeto no es casual, sino interpretable en relación con sus pulsiones y defensas. En general tiene que ver con la realización de deseos no permitidos y fuertemente censurados (Valiente, 1995). La escena relatada verbalmente por el protagonista es la parte manifiesta de la escena latente que más tarde surgirá en la dramatización. Antes de comenzar la representación el protagonista elegirá entre el resto del grupo a los participantes que representarán los distintos roles de su drama en la escena. Nadie se verá obligado a dramatizar si no quiere, pero se puede trabajar para calmar los miedos que lo impiden (fantasías temidas, desvelamiento de lo reprimido…) (Valiente, 1995). La dramatización es la fase de la sesión en la que se representa la escena previamente propuesta. Aquí la trama ya no es narrada, sino directamente representada (a través de la 39 palabra, el lenguaje corporal y los gestos). Las reglas del grupo determinan que los temas van a ser interpretados en un como si parecido al teatro, en el que participan de forma activa el protagonista, y el Yo auxiliar o yoes auxiliares (que dan el contrapunto al actor o sujeto principal) y el resto de miembros que tengan un rol asignado en la escena. Los espectadores (resto de miembros o auditorio) no son pasivos, sino resonantes afectivamente. El terapeuta no entra en el contexto dramático como actor, dejando que la escena fluya por sí misma. Puede intervenir para introducir algún cambio mediante las técnicas psicodramáticas a través del Yo auxiliar. La representación sigue el guión manifiesto explicado, pero a partir de que se inicia la dramatización, ésta toma su propio rumbo (imprevisible), de forma espontánea. Al incorporar en la escena personajes de escenas latentes, manifestados a través de la representación, los participantes y el auditorio experimentan la movilización, por identificación parcial, de aspectos de la propia personalidad que estaban reprimidos o negados. A través de la dramatización, descubren, pues, aspectos de sí mismos que permanecían ocultos a su conciencia (Valiente, 1995). El análisis (también denominado fase de comentarios, devolución, sharing o eco grupal se inicia tras el cierre de la escena, a partir del momento en el que el protagonista y los yoes auxiliares se reincorporan al círculo con el resto de componentes del grupo (López-Barberá y Población, 2000). Va dirigido al desvelamiento, comprensión, interpretación e integración de la escena latente. Al finalizar la escena el terapeuta pregunta a los pacientes sobre sus vivencias e impresiones. Las primeras intervenciones las realizan los que han participado directamente en la escena, empezando por el Yo auxiliar (el más próximo al protagonista) y continuando con el resto de contrapuntos. Todos ellos expresarán lo vivido desde el rol. Después intervendrán el resto de participantes que han permanecido como espectadores desde el círculo. No se trata de aconsejar al protagonista. Lo que cada uno devuelve es lo que la escena le ha movilizado. Este material, cargado emocionalmente (cercano a la catarsis) y proveniente de la fantasmática de cada uno en sintonía con el emergente grupal, es la resonancia. Finalmente el protagonista intervendrá de nuevo, también desde el proceso primario, para expresar lo que ha experimentado en la escena. Partiendo de las asociaciones de los participantes, que surgen, a su vez, de la dramatización, el terapeuta construirá la interpretación grupal. La interpretación individual no es frecuente en el psicodrama analítico, aunque puntualmente el director puede dirigirse de forma individual a cada participante señalando lo que se ha visto de él durante la representación para estimular la introspección, la reflexión y el autoanálisis. Cada miembro del grupo hace lo propio con el resto de compañeros, llegando a funcionar como verdaderos agentes terapéuticos (Valiente, 1995). En psicodrama moreniano no se llevarían a cabo las interpretaciones, terminando en la fase de devolución desde la resonancia o catarsis grupal (LópezBarberá y Población, 2000). 40 TÉCNICAS PSICODRAMÁTICAS Son las herramientas para el trabajo de la escena, intervenciones que se llevan a cabo con el fin de facilitar, multiplicar los efectos y aumentar la profundización de la dramatización. Existen un gran número de ellas. En la tabla de la página siguiente resumimos las básicas. 41 42 43 44 Existen otros muchos recursos técnicos. Las llamadas técnicas complejas suelen consistir en la implementación de varias técnicas simples. Podríamos citar la galería de espejos, las escenas encadenadas y la silla vacía, entre otras. Las situaciones y escenas intermediarias, el uso de objetos inter e intra-intermediarios suelen ser de ayuda en el trabajo con pacientes psicóticos crónicos (Rojas-Bermúdez, 1997). CRITERIOS DE SELECCIÓN Para la selección de pacientes el director cuenta con varias opciones. En las entrevistas individuales previas con los futuros miembros, se proponen al menos cinco dimensiones a valorar: edad, sexo y nivel sociocultural; estructura de la personalidad; diagnóstico clínico y sintomatología dominante. Respecto a la personalidad, se da especial importancia a la capacidad para establecer relaciones de objeto reales, a la posibilidad de mantener controlado el mecanismo de proyección (para que no impida el reconocimiento del otro), a la fortaleza yoica y a la existencia de un superyó desarrollado al menos hasta el punto de permitir al paciente el respeto a las normas grupales y sostener la intención de no dañar al otro (Valiente, 1987). Varios autores coinciden en la idea de valorar la inclusión de cada miembro no solo en función de los rasgos personales objetivados o su diagnóstico, sino a través de estimación de la dinámica que cada uno, con sus características, pueda poner en marcha dentro del grupo. Prever qué papel puede desarrollar cada miembro en relación con los demás es una posibilidad. Valiente lo denomina impresión contratransferencial, entendiendo la contratransferencia en este caso como una dimensión grupal: “El terapeuta, no valora la adecuación del paciente de forma aislada, sino que imagina el funcionamiento del paciente en grupo con el resto de pacientes seleccionados. Hace funcionar imaginariamente a un grupo interno, viendo qué personas pueden actuar como facilitadoras o como obstaculizadoras” (Valiente, 1987). Otros proponen la inclusión de los pacientes entrevistados en grupos diagnósticos para observar directamente su comportamiento en la estructura grupal o la posibilidad de iniciar el grupo terapéutico, estableciendo un periodo de prueba tras el cual se decide la permanencia de cada uno de los miembros (Rojas-Bermúdez, 1997). INDICACIONES Y CONTRAINDICACIONES 45 Gamo incluye entre las indicaciones a los pacientes con necesidad de abordaje psicoterapéutico no susceptibles de terapia breve a los pacientes con trastornos de la personalidad, a los que presentan problemáticas neuróticas, crisis biográficas importantes, depresiones y a los que padecen trastornos psicosomáticos en algunos casos. No recomienda la inclusión de psicóticos en este, sino en otro tipo de enfoque grupal. Contraindica la inclusión de pacientes que estén descompensados clínicamente o propensos a recaídas graves y de aquellos casos en que exista una necesidad de contención terapéutica mayor o cuyo déficit estructural de personalidad no lo permita. Tanto este autor como Valiente descartan la participación de personas con marcadas tendencias manipulativas o actuadoras (Gamo y Pazos Pezzi, 2007). Los pacientes con rasgos psicopáticos no consiguen obtener beneficios de la terapia y, en cambio, ocasionan inconvenientes, perjudicando al resto del grupo. La personalidad histérica es una limitación relativa para este tipo de tratamiento. El escenario puede ser parasitado por la necesidad de monopolización del paciente. Si esta tendencia es muy acentuada, el trabajo grupal puede estar contraindicado (Valiente, 1987). Respecto a los pacientes con personalidades límite, Valiente anima a su inclusión en el grupo. Puede ser beneficiosa si las partes sanas del paciente se alían terapéuticamente con el grupo como para poder trabajar las enfermas (Valiente, 1995). La psicosis es un tipo de patología que merece especial mención en cuanto a la indicación de terapia psicodramática grupal. Los pacientes psicóticos plantean diferentes cuestiones. Por un lado la posibilidad de su inclusión en grupos heterogéneos con pacientes de otras características estruturales. Valiente señala que la presencia de un miembro psicótico puede enriquecer el grupo heterogéneo por tener la capacidad de captar y extraer más fácilmente que el resto de miembros los contenidos beta (proceso primario) circulantes en el grupo. Advierte de la posibilidad de que dramatización precipite una ruptura con la realidad, pero confía en la capacidad contenedora del grupo, que puede ayudar a evitarlo. Si finalmente se desencadena la descompensación aguda, se puede optar por interrumpir la asistencia del paciente para que se reincorpore a la terapia grupal cuando la sintomatología positiva haya cedido (Valiente, 1987). Otra cuestión a tener en cuenta es la de la comunicación. Rojas Bermúdez subraya que con los pacientes psicóticos es muy importante atender a la expresión no verbal o paraverbal. La comunicación puede ser interrumpida por el delirio o por el ensimismamiento y es necesario darle continuidad, dejando el análisis de los contenidos para un segundo momento. Para ello, señala las diversas posibilidades que ofrece el psicodrama, especial-mente el manejo de los espacios y el uso de objetos intermediarios (títeres, máscaras, sábanas, etc.), que pueden servir para dosificar la cantidad de estímulos que la comunicación natural (cuerpo a cuerpo; cara a cara; palabra a palabra) conlleva para el paciente, sobrepasándole y bloqueándole. Estas técnicas pueden facilitarle la codificación de los mensajes recibidos y la emisión de los mismos (RojasBermúdez, 1997). 46 La puesta en juego del cuerpo en la escena es una de las características diferenciales e intrínsecas del psicodrama. Para el paciente psicótico la utilización del cuerpo puede ser una herramienta terapéutica de especial utilidad. Por otro lado, el hecho de que el terapeuta u otro miembro puedan sobrepasar la distancia física que el psicótico necesita puede hacer que éste se sienta invadido. Con este tipo de paciente no deben forzarse situaciones de contacto corporal dirigidas hacia él como receptor pasivo, sino conducirle a situaciones favorables donde el agente sea él mismo y pueda tomar la iniciativa en la medida que su necesidad de distancia le permita. En los grupos homogéneos con pacientes psicóticos, no solo se usan éstas y otras aproximaciones especiales, destinadas a adaptarse a las características del paciente, muchas de las cuales tienen que ver con la facilitación a través de situaciones intermediarias. Rojas Bermúdez (1997) llega a proponer la intervención temprana con psicodrama como medida terapéutica en el brote agudo. ENCUADRE Gamo propone su método de trabajo (grupo y psicodrama de base analítica) para el medio ambulatorio, reuniendo semanal o quincenalmente durante hora y media un grupo abierto, formado por entre seis y doce pacientes, contando con un equipo terapéutico compuesto por dos terapeutas un animador (yo auxiliar) y un observador (Gamo y Pazos Pezzi, 2007). El resto de autores revisados no se apartan mucho de este esquema. El espacio físico donde se lleva a cabo el grupo debe ser un lugar suficientemente amplio para que los participantes puedan colocarse en disposición circular o de semicírculo, representándose la escena en el centro o, en la parte abierta respectivamente. Habitualmente los participantes se sientan en un suelo cómodo y el mobiliario suele reducirse a algunos almohadones. Se pueden utilizar objetos (cojines, títeres, máscaras) con funciones auxiliares o transicionales, coadyuvantes de la representación (López-Barberá y Población, 2000). APLICACIÓN EN EL SISTEMA PÚBLICO En su enfoque, Gamo señala varias ventajas de la aplicación del psicodrama psicoanalítico de grupo en el marco del sistema público. Además de aquellas relacionadas con el propio formato grupal (mayor aprovechamiento del tiempo y de los terapeutas; mejor manejo de la transferencia —ya de por sí complicada en la asistencia de tipo público— al ser compartida y no soportada por la sola persona del terapeuta), destaca la posibilidad de abrir un discurso distinto al que se centra en las coordenadas médicas y en la mejoría sintomática. Basándose en su experiencia a lo largo de 25 años en distintos grupos y centros de salud mental describe efectos positivos en la evolución de los pacientes (continuidad elevada, pocos abandonos, disminución del uso de tratamientos farmacológicos concomitantes, mejoría sintomática y subjetiva, social y 47 aumento de la capacidad de simbolización en la mayoría de los participantes (Gamo y Pazos Pezzi, 2007). Desde nuestro propio punto de vista, el grupo de psicodrama psicoanalítico puede aportar, sobre todo, la apertura a un espacio de trabajo esencialmente creativo. Ofrece un marco contenedor y cooperativo donde el paciente puede dejar que se asome su mundo interno con menos temor, puesto que lo hace en el mismo lugar en el que ocurre el juego: en una dimensión situada entre lo real y lo imaginario. La dramatización cuenta con la participación del cuerpo para realizar este como si lúdico. La intervención del movimiento y lo sensorial (la acción), ayuda a sortear las resistencias de las que el discurso verbal suele ser gran aliado, además de permitir un mejor acceso a los contenidos preverbales. El cuerpo es mucho más sincero en el escenario que la palabra en la consulta individual o en el grupo verbal. Ante la mirada del otro es, además, difícil de camuflar tras lo defensivo. En el caso del grupo, el protagonista no solo se expone a la vista del terapeuta principal sino a la del resto de miembros convertidos en observadores implicados y en agentes terapéuticos, dado que la relación entre los participantes se caracteriza por la mutualidad a la hora de trabajar las escenas. Este compromiso grupal favorece la tolerancia y la permisividad que el psicodrama incluye entre sus planteamientos básicos. El psicodrama es un modelo de tratamiento que no necesita etiquetar al paciente que lo practica y combina un talante inclusivo con el respeto a la individualidad, fomentando el reconocimiento de uno mismo frente a la alienación (en el sentido amplio de falta de conexión con lo que uno es). Por ello nos parece una buena alternativa terapéutica ante las tendencias uniformizadoras en boga, fácilmente aplicable en un centro ambulatorio público siempre que se pueda contar con un terapeuta y un Yo auxiliar debidamente entrenados. Pensamos que el aprendizaje práctico de esta terapia puede significar para los residentes en formación, no solo una herramienta técnica muy útil en su posterior desarrollo profesional, sino una fuente de autoconocimiento personal a través de la propia experiencia. 48 5. Terapia grupal desde el marco teórico cognitivo-conductual Vanesa Corella Bazaco INTRODUCCIÓN Dentro de las raíces históricas de la terapia de conducta, O’Donohue resumió su evolución conceptual en tres generaciones (O’Donohue y Kitchener, 1998). Primera generación: el surgimiento de la terapia de conducta La terapia conductual o del comportamiento remonta su base teórica ya a principios del siglo XX, con Pavlov (1927) y Tthorndike (1898), quienes discutieron los principios básicos del aprendizaje y la teoría del condicionamiento. La aplicación práctica de la teoría del comportamiento fue descrita inicialmente en las investigaciones de Watson y Rayner en 1920, en las que se introdujeron conceptos como reforzamiento y control de estímulos y se demostró que el ambiente puede cambiar la conducta del sujeto. Sin embargo, fue a partir de la década de 1950 cuando la terapia de conducta proliferó cuantitativamente en psicología aplicada con la descripción de casos terapéuticos. Autores como Skinner (1953) y Wolpe (1958), y posteriormente grupos de investigación como los del Maudsley Hospital en Londres, fueron los pioneros en este tipo de terapia (Fernández, 2006). Segunda generación: el papel de los aspectos cognitivos en terapia de conducta En torno a 1970 se inicia una fase de apertura hacia los aspectos cognitivos y sociales. Lazarus fue de los primeros en argumentar que los principios de aprendizaje eran insuficientes y se debían interesar por otras áreas de la psicología (emociones, memoria, etc.). A principios de la década de 1960, Beck y Meichenbaum pusieron de manifiesto las 49 limitaciones que poseía un enfoque estrictamente conductual para la explicación y tratamiento de determinados tipos de trastornos, como los afectivos (Beck, 1963; Meichenbaum, 1977). Estos autores introducirían lo que se denomina terapia cognitiva o abordaje cognitivo-conductual, en el que se interpretará la conducta del sujeto como determinada por las cogniciones, pensamientos y atribuciones del mismo en determinadas situaciones (Fernández, 2006). A finales de los setenta y a principios de los ochenta la terapia conductista comenzó a incluir técnicas como la reestructuración cognitiva, el entrenamiento en habilidades de intervención o manejo de situaciones y la relajación. Más tarde se añadieron los métodos de exposición a estímulos, como estrategias fundamentales en la intervención, al refuerzo y moldeamiento, basados en los principios de la teoría del aprendizaje social de Albert Bandura (1977 citado en Sheldon, 1996), quien formula el principio de determinismo recíproco, es decir, la existencia de influencia recíproca entre el comportamiento y el medio, mediada por los procesos cognitivos del individuo. Gracias a sus aportaciones, la terapia de grupo conductista se empezó a denominar terapia grupal cognitivo-conductual (Jorquera, 2006). Tercera generación: panorama actual de la terapia cognitivo conductual Actualmente etiología y tratamiento de un problema no se basarán exclusivamente en los modelos de condicionamiento, como ocurría en las décadas de 1960-1970, sino que existen numerosas variaciones de la terapia del comportamiento, y los distintos terapeutas darán distinto grado de importancia a aspectos fisiológicos, cognitivos o del ambiente (Fernández, 2006). Desde un punto de vista conceptual asistimos a un cambio sustancial que se evidencia en la polarización de los enfoques teóricos de la TCC, con los nuevos desarrollos del análisis conductual aplicado, las llamadas terapias contextuales, y las nuevas derivaciones de los modelos cognitivos, influidos por las teorías del aprendizaje constructivistas. Para describir el estado actual de las terapias cognitivas, Reda y Mahoney dividen las terapias cognitivas en dos grupos: enfoques asociacionistas (Beck, Ellis, Meichenbaum) y enfoques constructivistas que plantean una concepción activa de la mente. El enfoque racionalista recogería los modelos de reestructuración cognitiva y los cognitivos conductuales. Entre las terapias constructivistas se ha de citar la terapia cognitivoestructural o psicoterapia estructural de Guidano, la terapia de los constructos personales de Neimeyer (constructos personales de Nelly) y la psicoterapia constructiva de Mahoney. Por último, cabe destacar que los nuevos desarrollos del análisis aplicado de conducta han recibido diversas denominaciones, tales como análisis de conducta clínica, enfoque contextual, o conductismo contextual en el que se enfatiza el peso del contexto en la determinación y explicación de la conducta (terapias de tercera generación). Las tres 50 terapias más importantes dentro de este enfoque son la psicoterapia funcional analítica, la terapia de aceptación o compromiso (ACT) y la terapia de conducta dialéctica. Las terapias contextuales tienen una concepción del conocimiento y de la percepción del individuo que resulta similar a las propuestas constructivistas de la terapia cognitiva. Las terapias cognitivas constructivistas y contextuales están mostrando gran utilidad en el abordaje de trastornos realmente difíciles. HISTORIA DE LA TERAPIA GRUPAL COGNITIVO-CONDUCTUAL A principios de los años sesenta, con la llegada de la terapia conductista se hizo patente la posibilidad de utilizarla en el contexto del tratamiento grupal. Generalmente los grupos se componían de miembros con problemas similares. Se podían enseñar conductas concretas a los pacientes y se les podía reforzar con diferentes patrones de refuerzo dentro del propio grupo. Aprovechando la presencia de diversos modelos y fuentes de feedback del grupo, se podía llevar a cabo fácilmente un entrenamiento en habilidades sociales. A finales de los años sesenta, Rose (1967, citado en Sheldon, 1996), apoyándose en ejemplos clínicos, mostró cómo se podía aplicar los principios conductistas relacionados con el refuerzo, al tratamiento grupal, al tiempo que se servía del grupo como un recurso más para la intervención. Los años setenta fueron testigo de un cierto número de artículos que abordaban el entrenamiento asertivo en grupo (Fensterheim, 1972, citado en Sheldon, 1996). Robert Liberman (1970, citado en Sheldon, 1996) aportó investigaciones sobre diferentes estrategias conductuales para influir en la cohesividad y en la hostilidad de los miembros hacia el terapeuta. Aparecieron varios artículos en que se aplicaban las técnicas conductistas al grupo, aunque no tuvieron mucha resonancia en el mundo conductista. A mediados de los setenta aparecieron los libros de Rose, Heckel y Salzberg sobre terapia conductista grupal, fundamentalmente para adultos (Rose, 1977; Heckel y Salzberg, 1976, citados en Sheldon, 1996). De 1979 a 1985 se publicaron unas colecciones de manuales sobre terapia conductista grupal y sólo en algunos de estos artículos se consideró el grupo como factor fundamental del proceso del tratamiento de forma explícita. Con la teoría del aprendizaje social de Albert Bandura (1977, citado en Sheldon, 1996) surgió la terapia grupal cognitivo-conductual. Así, del mismo modo que en los años setenta el entrenamiento en habilidades sociales era la forma más importante de terapia grupal, en los ochenta y hasta el presente, el manejo del estrés y la agresividad se han convertido en los objetivos terapéuticos más importantes del enfoque grupal. Ambos objetivos utilizan la reestructuración cognitiva (Meichenbaum, 1977; Beck, 1976, citados en Sheldon, 1996) y el entrenamiento para la relajación (Everly, Rosenfeld, 1981, citado en Sheldon, 1996). También se han incluido en este conjunto la resolución sistemática de problemas. 51 Sin embargo, a pesar de lo expuesto anteriormente, la revisión de todos los experimentos realizados en grupo sobre ansiedad y depresión (Rose, Tolman y Tallant, 1985, citados en Sheldon, 1996) revela que se ha ignorado casi completamente el papel del grupo en la terapia cognitivo-conductual, siendo a partir de 1985 el momento en que se ha incrementado el interés por la dimensión grupal (Sheldon y Rose, citados en Sheldon, 1996). MODELO TEÓRICO TERAPIA COGNITIVO-CONDUCTUAL Definición y concepto Para Caro (citado en Fernández, 2006), los elementos básicos de las terapias cognitivas son los siguientes: 1. Ser = conocer 2. Problemas = problemas de conocimiento y significado El supuesto teórico de la terapia cognitiva es que la conducta está mediada en gran medida por el modo que tiene un individuo de estructurar el mundo, modo que está basado en actitudes y supuestos desarrollados a partir de experiencias previas de aprendizaje. Este modo supone que un individuo determinado percibe una situación y la evalúa en función de las experiencias anteriores. El cómo la percibe y evalúa suscita unas respuestas emocionales —observables y no observables—, unas imágenes mentales y un lenguaje interno, que etiquetan esas situaciones, y toda esa cadena de procesos indicarán al individuo cómo afrontar esa situación y emitir una conducta determinada en función también de su estilo de afrontamiento modulado por aprendizajes anteriores (Fernández, 2006). Esos procesos de percepción, etiquetado o evaluación y afrontamiento colorean el modo como un individuo ve el mundo y su lugar dentro de él. Por tanto, las distorsiones o déficits cognitivos pueden ser, en alguna medida, los responsables de la aparición de trastornos emocionales. La terapia cognitiva pone el acento en esos procesos mediadores y en su posible distorsión, e intenta identificarlos, analizarlos y modificarlos y, en consecuencia, los comportamientos que casarían con tales procesos (Jorquera, 2006). Por tanto, el modelo cognitivo, en el que se basa la terapia cognitiva, poseerá los siguientes postulados básicos: Las cogniciones influirán tanto en nuestras emociones como en nuestra conducta. La existencia de pensamientos irracionales generará la aparición de una conducta problema. 52 El objetivo de todo tratamiento cognitivo será eliminar o reducir las cogniciones irracionales que desencadena la sintomatología manifiesta. Una vez las cogniciones irracionales han cesado y son sustituidas por pensamientos racionales es de esperar que la sintomatología problema desaparezca (Fernández, 2006). Si bien desde un principio los teóricos potenciadores de la terapia cognitiva defendieron sus aspectos diferenciales y novedosos respecto a la teoría del comportamiento, en la práctica clínica diaria, siempre que se utilicen este tipo de procedimientos, se hará necesaria la utilización adicional de procedimientos conductuales, no con la finalidad de potenciar cambios conductuales del paciente, como era el caso del conductismo, sino con la intención de generar cogniciones y que se produzcan cambios a este nivel. En la actualidad la nomenclatura utilizada es la de terapia cognitivo-conductual (TCC). La práctica clínica y los estudios empíricos más recientes sobre la eficacia de estas intervenciones recogen este término como único, dado que incluye todas las aportaciones teóricas, clínicas y técnicas de ambas modalidades; precisamente la utilización de ambos procedimientos y técnicas asegura su eficacia terapéutica (Jorquera, 2006). Tipos y aplicaciones de la terapia cognitiva Las terapias cognitivas son diversas, tienen orígenes dispares y carecen de un marco teórico unificador que les otorgue cohesión como modelo teórico general. Una de las clasificaciones más conocidas de la terapias cognitivas es la Mahoney y Arnkoff (1978): I) Técnicas de reestructuración cognitiva: Están centradas en la identificación y cambio de las cogniciones (creencias irracionales, pensamientos distorsionados o autoverbalizaciones negativas). Enseñan al paciente a pensar de la manera correcta, atacando los errores o distorsiones en el procesamiento de la información. Se incluyen: Terapia racional emotiva de Ellis (1980). Terapia cognitiva de Beck (1976). Reestructuración racional sistemática de Goldfried y Goldfried (1987). Entrenamiento en auto-instrucciones de Meichenbaum (1977). Beck (terapia cognitiva para la depresión) y Ellis son los terapeutas más emblemáticos de la orientación cognitiva. II) Técnicas para el manejo de situaciones: 53 Persiguen enseñar habilidades para que un individuo pueda afrontar adecuadamente diversas situaciones problemáticas como las caracterizadas por el estrés o el dolor. Entrenamiento en inoculación de estrés de Meichenbaum (1983). Técnicas de manejo de ansiedad de Suinn (1971). III) Técnicas de solución de problemas: Dirigida a corregir el modo en que la persona aborda los problemas, facilitándole un método sistemático para resolver este tipo de situaciones: Terapia de solución de problemas sociales de D’Zurilla (1971). Terapia de solución de problemas interpersonales de Spivack (1976) y la ciencia personal de Mahoney (1977). TERAPIA COGNITIVO-CONDUCTUAL APLICADA AL GRUPO Introducción al grupo Dado que muchos problemas que se discuten en los grupos cognitivo-conductuales son socio-interaccionales, la presencia de otros pacientes supone, para el terapeuta, la oportunidad de observar y para los pacientes, la posibilidad de poner en práctica nuevas habilidades sociales y de interacción con otros compañeros en un entorno de protección. En líneas generales, la intervención grupal posee grandes ventajas ya que ofrece a los pacientes la oportunidad de compartir su experiencia con otras personas, verse identificados con las vivencias de otros, modificando la estructura grupal y movilizando así aspectos difíciles de conseguir en una intervención individual (Sheldon, 1996). El grupo cognitivo-conductual ofrece a los pacientes muchas oportunidades para aprender y practicar conductas y cogniciones, aportar a los otros feedback y consejos (Benedito y otros, 2004). Como resultado, los pacientes desarrollan importantes habilidades de liderazgo. Ayudando a otros pacientes, generalmente, aprenden a ayudarse a sí mismos de forma más eficaz que cuando son receptores únicos de una terapia particular. Otra característica exclusiva de la terapia cognitivo-conductual en grupo es la oportunidad de refuerzo a través de los compañeros. El terapeuta puede estructurar una situación terapéutica en la que cada individuo tiene oportunidades frecuentes, instrucciones e incluso refuerzos por reforzar él a otros miembros del grupo. Algunos autores sugieren que, a medida que las personas aprenden a reforzar a los demás, son reforzados recíprocamente, y se incrementa la afinidad mutua (Goldstein, Heller y Sechrest, 1966). Otra contribución a la terapia grupal podría ser la precisión de las evaluaciones. El 54 grupo ofrece al paciente una fuente de información importante sobre las conductas que resultan molestas o le hacen atractivo ante los demás. Ofrece también evaluaciones del resto de los participantes sobre las percepciones que el paciente individual tiene de las situaciones sociales. De esa forma, se puede confrontar a cada miembro con las percepciones distorsionadas o defensivas. Este tipo de confrontación se acepta con mayor facilidad cuando viene de un igual que cuando viene del terapeuta (Sheldon, 1996). Además, en la terapia cognitivo-conductual el grupo pone a disposición del paciente una gran variedad de modelos, ejercicios, entrenadores, role players, resolución de problemas y la tormenta de ideas para el entrenamiento conductual, personal para el control y compañeros para el sistema de trabajo entre sesiones por parejas. Aspectos clínicos de la terapia grupal ambulatoria Organización del grupo: La mayoría de los grupos de terapia intensiva se realizan en 14 o 18 sesiones semanales, con algunas sesiones de revisión durante uno a seis meses después de la finalización. Los adiestramientos a corto plazo duran de seis a 12 sesiones. Proceso de tratamiento grupal: En primer lugar, se lleva a cabo la evaluación diagnóstica, definida como la actividad grupal que se ocupa de definir y determinar las conductas y cogniciones que deben modificarse, las situaciones que se viven como conflictivas, los puntos fuertes del paciente, los miembros del grupo y sus respectivos entornos que facilitarán la solución del problema del paciente y los obstáculos a la eficacia del tratamiento. Una evaluación eficaz requiere varias entrevistas preliminares para explorar las situaciones ansiógenas que padecen los pacientes y sus conductas, cogniciones y respuestas afectivas. Se enseña a los pacientes a definir sus problemas en términos de conductas directamente observables y descripciones de sus estados internos (afecto y cognición) en respuesta a situaciones que perciben como ansiógenas o problemáticas. Se adiestra al grupo para que ayude a perfeccionar la evaluación diagnóstica de los otros a través de su implicación como examinadores y entrevistadores, reuniendo información, haciendo de jueces en el role playing de otros miembros y ofreciendo feedback. Con esto además de incrementar la afinidad entre miembros, se movilizan las capacidades grupales de evaluación. Uno de los pasos más cruciales en el desarrollo de la evaluación diagnóstica es el análisis de situaciones vividas como problemáticas o 55 estresantes, en el que se pregunta a los pacientes cuál fue el momento más difícil para ellos y a esto se le denomina momento crítico. En éste deben describir su conducta, afecto y cogniciones. Entre las respuestas afectivas específicas se incluye la satisfacción, ansiedad o cólera frente a su respuesta conductual. Si el paciente no sabe cómo responder ante esa situación específica, entonces es necesario un entrenamiento en resolución de problemas y en habilidades sociales. Si se trata de un problema de minusvaloración o de excesiva demanda hacia sí mismo, se puede utilizar la reestructuración cognitiva y el autocontrol. Si se trata de una situación inmodificable suele ser útil el entrenamiento en habilidades de manejo de situaciones. En caso de problemas complejos puede que se necesiten las tres técnicas (entrenamiento en habilidades sociales, reestructuración cognitiva y entrenamiento en habilidades de manejo o intervención) para lograr la meta determinada. Una vez definidas las conductas y las situaciones en que se suscitan, se observan sistemáticamente. Todos llevan registros de situaciones estresantes y los modos en que se enfrentaron a ellas, de forma que durante todo el tratamiento se van controlando dichos datos. Posteriormente, el terapeuta evalúa dichos datos para valorar la eficacia de las técnicas específicas de intervención, las reuniones del grupo y el curso de la terapia. Terapeuta y paciente determinan periódicamente el grado y las condiciones bajo las que se están consiguiendo, total o parcialmente, los objetivos terapéuticos. Planificación de la terapia: La planificación terapéutica tiene dos componentes: el individual y el grupal. Incluye el diseño de un plan individualizado para cada paciente, pero con la opinión previa del terapeuta y del grupo y siempre dentro de las metas específicas del grupo. Por otra parte, cuando se han discriminado los déficits comunes y específicos, se seleccionan las actuaciones comunes y se ajusta el paradigma terapéutico para que coincida con las necesidades de la mayoría de los miembros. a) Resolución sistemática de problemas: En el entrenamiento para la resolución sistemática de problemas, los pacientes aprenden a elaborar una serie de pasos en el análisis del problema, descubriendo nuevas formas de abordaje del mismo, evaluando esas alternativas, seleccionando entre las mismas aquella que pueda resultar más eficaz en un momento dado y desarrollando estrategias para llevarlo a la práctica en el mundo real. El paciente pone a prueba las estrategias en el mundo real y el 56 grupo ayuda al paciente a evaluar los resultados. En el grupo, se enseña la resolución de problemas a través de ejercicios de resolución en los que cada persona trae un problema y el grupo sigue los pasos específicos que se han citado previamente, con la aportación de nuevas ideas por parte de los demás miembros. También se utiliza la resolución de problemas cuando se suscitan problemas grupales y se hace necesario afrontarlos. Tanto el entrenamiento en habilidades sociales como la reestructuración cognitiva están incorporadas como pasos fundamentales en la resolución de problemas. Entrenamiento en habilidades sociales: Las habilidades sociales incluyen varios supuestos críticos. El primero es que la conducta interpersonal se basa en un conjunto de habilidades sociales que son fundamentalmente conductas aprendidas. Por ello, el comportamiento de cada individuo en una situación interpersonal depende del repertorio de conductas sociales que posee. El segundo supuesto es que las conductas sociales apropiadas son específicas para cada situación. Los factores culturales y situacionales determinan las normas sociales y lo que las personas sienten que se espera de ellos. Un tercer supuesto es que el funcionamiento eficaz (por ejemplo, hacer nuevos amigos) en el contexto de las circunstancias sociales, se convierte en una fuente de refuerzo del mantenimiento de ese mismo funcionamiento en circunstancias similares. El cuarto supuesto se refiere a que una deficiencia en tales habilidades genera un castigo social y la evitación de situaciones similares futuras. Algunas veces el fracaso en la actuación se produce a causa de una percepción errónea de la situación social. Se han identificado las siguientes habilidades para lograr percepciones acertadas: capacidad de escucha, aclaración, de mantener la relevancia, de timing y de identificar emociones. Antes de comenzar el entrenamiento en habilidades sociales, el terapeuta discute las técnicas, motivaciones fundamentales y da ejemplos. Solicita a los pacientes que determinen por turnos lo que se debe lograr en una situación específica y en un momento dado. Se les pide a los participantes que aporten sugerencias sobre cómo se puede lograr el conjunto de metas y el paciente que tiene el problema determina la globalidad de la estrategia final. Generalmente, el terapeuta u otro miembro modela la conducta (verbal o no verbal) deseable, a través de un breve role playing. El paciente, en combinación con el grupo evalúa el realismo de la 57 situación y articula lo que le es útil de la demostración. Entonces el paciente practica la situación simulada representando, lo más fielmente posible, las actuaciones acordadas. En sucesivas series de prácticas se incrementa la dificultad y complejidad de la situación. Las tareas en casa posteriores son parte integrante de este abordaje y se utilizan para incrementar el tiempo que se dedica a la labor terapéutica así como para generalizar los logros terapéuticos al mundo real. b) Reestructuración cognitiva: Al describir sus respuestas cognitivas durante las situaciones estresantes, los pacientes a menudo manifiestan pensamientos contraproducentes o creencias tremendamente distorsionadas sobre sí mismos y en relación a situaciones específicas del día a día. En algunos casos esas cogniciones por sí mismas parecen generar una gran cantidad de ansiedad e incluso depresión. Se denomina, por tanto, reestructuración cognitiva al proceso de identificar y evaluar las propias cogniciones, reconociendo los efectos perniciosos de las cogniciones desadaptativas, y su reemplazo por otras más apropiadas, con la esperanza de que sigan otros cambios positivos. Ello significa romper la asociación entre la situación desencadenante y la cognición previa El primer paso imprescindible consiste en transmitirle al paciente los motivos fundamentales de tal reestructuración. Se anima a los participantes a que den sus propios ejemplos de la relación entre cognición, ansiedad y manejo. El siguiente paso consiste en identificar las cogniciones auto-críticas e irracionales de cada paciente en particular a través de un análisis de las respuestas cognitivas a las situaciones estresantes traídas por los pacientes, que son entrevistados por otros pacientes. El grupo le da a cada participante un feedback sobre la certeza de tales cogniciones y sobre los peligros últimos o el costo de mantenerlas durante mucho tiempo. Los participantes aportan a los demás no sólo feedback, sino también modelos repetidos y diferentes de análisis cognitivo, ideas sobre el potencial de autosuperación o cogniciones de manejo. Después de que el paciente elige un conjunto de afirmaciones cognitivas cómodas y seguras, se utiliza el moldeamiento cognitivo; el paciente imagina la situación estresante, experimenta las afirmaciones contraproducentes iniciales, se para y sustituye la afirmación contraproducente por una afirmación de superación (Sheldon, 1996). En ocasiones, una vez se les expliquen a los pacientes las características del modelo, se les comentará que en los registros diarios de pensamientos, que deberán llevar a cada sesión, deberán valorar al lado del pensamiento irracional, 58 el carácter positivo y/o negativo de estas cogniciones y el grado de creencia de ellas (de 0 a 100) (Fernández, 2006). Cuando se siente cómodo, practica el proceso completo en silencio (entrenamiento encubierto). Generalmente, después de varios intentos en el grupo, se le asigna con su consentimiento, la tarea de practicar en casa en determinado número de ocasiones. Por último debe realizarse en el mundo real. c) Entrenamiento en habilidades de manejo o intervención: Se ha encontrado que otras técnicas conductuales más generales son eficaces para la intervención y manejo de situaciones, concretas y generales, de tensión. Estas son relajación, respiración profunda, clarificación y (en algunos casos) evitación de la situación de tensión. La relajación y la respiración profunda se enseñan a través de ejercicios grupales. Se enseña la técnica, los participantes practican por parejas y le dan feedback al otro y, con la ayuda de vídeos instructivos, practican la técnica en casa. Se enseña cuándo hay que usar la clarificación (recolección de información) en situaciones estresantes o generadoras de agresividad, a medida que cada paciente trae una situación conflictiva. Siempre se hace la misma pregunta: ¿qué información necesitas para reducir la ambigüedad de la situación? También se puede contemplar la evitación de la situación estresante como respuesta alternativa para todas las situaciones problemáticas. Sin embargo se debe preguntar si los riesgos o el costo de la evitación son mayores que abordar la situación o llevar a cabo una estrategia de intervención física o cognitiva. Transferencia y mantenimiento de la modificación conductual Esta generalización incluye la aplicación de las estrategias utilizadas en el tratamiento al mundo real del paciente. La transferencia se lleva cabo a través de dos tipos diferentes de técnicas: el primero son los procedimientos intragrupo; representan un paso 59 preparatorio hacia la realización fuera del grupo; el segundo son las técnicas extragrupo por la que el paciente pone a prueba la conducta que ha entrenado en la comunidad. El mantenimiento del cambio incluye las estrategias para mantener el nivel de objetivos o la igualdad de conductas realizadas durante la terapia, después de que el tratamiento ha finalizado (Rose, 1989, citado en Sheldon, 1996). Se utilizan diferentes técnicas: desaparición gradual de las técnicas terapéuticas, disminución de los patrones de refuerzo y sobreaprendizaje de las nuevas conductas a través de ensayos frecuentes. Igualmente se necesita repasar las estrategias cognitivas para que los patrones complejos se mantengan. En los grupos, ese repaso se realiza al final de cada sesión (Sheldon, 1996). CONCLUSIONES DE LA TERAPIA GRUPAL COGNITIVOCONDUCTUAL La terapia grupal cognitivo-conductual ha resultado útil en la reducción del estrés, entrenamiento en habilidades sociales y se ha aplicado con éxito al tratamiento de una gran variedad de problemas, tales como la reducción de los efectos de la depresión, reducción de ansiedad general, control de la agresividad en personas violentas, desarrollo y perfeccionamiento de las habilidades relacionadas con la paternidad, resolución de problemas de adaptación en personas divorciadas y manejo del dolor, tanto en adultos como en niños (Sheldon, 1996). Siguiendo las conclusiones del estudio realizado por María del Carmen Benedito Monleón en el protocolo de tratamiento psicológico grupal diseñado para abordar sintomatología depresiva (Benedito y otros, 2004), obtenemos la siguiente revisión bibliográfica al respecto: Neimeyer y otros (1995) estudiaron 352 pacientes deprimidos en un hospital psiquiátrico privado, demostrando que la combinación de la terapia cognitivo-conductual grupal y las intervenciones farmacológicas producía una rápida mejoría en pocas semanas. En esta línea, Manning y otros (1994) evaluaron a 531 pacientes psiquiátricos con diagnósticos heterogéneos, poniendo a prueba la eficacia de un tratamiento que combinaba psicofármacos y una terapia grupal cognitivo-conductual. Los autores encontraron una mejoría clínicamente significativa, que se mantuvo durante el año posterior a la finalización del tratamiento, en las medidas de depresión, ansiedad y locus de control de los pacientes que participaron en el estudio. Otro estudio que apoya la utilidad de la intervención cognitivo-conductual es el de Bright, Baker y Neimeyer (1999), en el que se demostró la eficacia de la terapia cognitivo-conductual grupal para reducir los síntomas depresivos. Centrándose en pacientes bipolares, Swartz y Frank (2001) estudiaron la eficacia del tratamiento psicológico en la depresión bipolar y encontraron que la terapia cognitivo-conductual resultaba especialmente útil para dicha depresión. Finalmente, Kaas y Lewis (1999) demostraron que la terapia grupal cognitivo-conductual es una intervención eficaz en el tratamiento de la depresión geriátrica. Además, puede ser utilizada en las residencias de la tercera edad para facilitar 60 el buen funcionamiento y manejo de los residentes, así como para prevenir la depresión. De acuerdo con Pérez y García (2003) hay tres tratamientos psicológicos que tienen mostrada su eficacia en la depresión mediante estudios controlados. Éstos son la terapia de conducta, la terapia cognitiva y la terapia interpersonal. Además, todas son susceptibles de aplicación en grupo, y no sólo como tratamiento en fase aguda sino también como continuación, mantenimiento, prevención de recaídas y recurrencias. Según estos autores, la eficacia ha mostrado ser, como mínimo, igual a la eficacia de la medicación antidepresiva, y tanto en las condiciones menos severas como en las más severas. Es evidente que las terapias psicológicas son susceptibles de ser aplicadas en grupo, de modo que su eficacia puede multiplicarse haciéndose más eficientes. La terapia de grupo no tiene sólo un interés de eficiencia, sino que también es de interés para la eficacia. En esta línea, un estudio de Echeburúa y otros (2000) ha demostrado la viabilidad de la terapia de grupos en centros de salud mental, lo que los propios autores valoran como un ahorro de costes importante. Las técnicas y perspectivas cognitivas se han aplicado a otras alteraciones y trastornos tales como el abuso de alcohol, el control del tabaquismo, el manejo del dolor y la tolerancia a los procedimientos hospitalarios invasivos (Foreyt y Rathjen, 1978; Kendall y Hollon, 1979, citados en Jorquera 2006; DeRubeis y Crits-Christoph, 1998). Los datos sobre su eficacia en estos tratamientos son menos claros, pero los patrones observados son similares a los de la depresión (Jorquera, 2006; DeRubeis y Crits-Christoph, 1998). En esta línea, se comentará que los grupos de terapia cognitiva se centran en modificar procesos cognitivos sobre la adicción (Liese y otros, 2002, citados en DeRubeis y Crits-Christoph, 1998; Carroll, Ball y Martino, 2008). La terapia cognitiva está enfocada en ayudar a los miembros a controlar y modificar sus procesos de pensamiento en torno a los comportamientos adictivos. Se enseña a los miembros del grupo habilidades de afrontamiento específicas, como la regulación del estado emocional, el manejo de crisis y el mantenimiento de relaciones, empleando tareas para el hogar con el fin de lograr objetivos específicos (Center for Substance Abuse Treatment, 2005, citado en DeRubeis y Crits-Christoph, 1998; Carroll, Ball y Martino, 2008). Así pues, la prevención de recaídas (PR) es un programa de autocontrol diseñado con el fin de ayudar a los individuos a anticipar y afrontar los problemas de recaída en el cambio de las conductas adictivas. Basada en principios de la psicología de la salud y en la teoría social cognoscitiva de Bandura, la PR combina los procedimientos conductuales de entrenamiento en habilidades, la terapia cognitiva y el reequilibrio del estilo de vida. Según el estudio realizado por Pilar Calvo Estopiñán y otros (2009) en el que se compara la terapia grupal en prevención de recaídas del alcoholismo frente a seguimiento ambulatorio individual, concluye afirmando que la terapia grupal de prevención de recaída es fácil de aplicar en la consulta externa ambulatoria, eficiente y obtiene mejores tasas de abstinencia en el seguimiento al año, que el tratamiento ambulatorio habitual. 61 Concluiremos añadiendo que la terapia grupal cognitivo-conductual ambulatoria se está aplicando en otros trastornos como los alimentarios (Jorquera, 2006; Espina y otros, 2001), donde está suscitando elevado interés, así como en el estrés postraumático (DeRubeis y Crits-Christoph, 1998; Botero, 2005), el manejo del dolor crónico (Almendro y otros, 2011), el mejor control de los síntomas, menos recaídas, mayor adherencia al tratamiento y mejor funcionamiento social en el trastorno bipolar (Luna, 2005), la atención temprana en psicosis, donde las terapias cognitivo-conductuales (psicoeducación e intervención familiar), están demostrando su eficacia en diferentes áreas en el inicio de la psicosis (Bravo y otros, 2009) o posteriormente en el tratamiento de la esquizofrenia, donde la terapia cognitivo-conductual grupal es eficaz para reducir la gravedad de los síntomas psicóticos a través de intervenciones psicoeducativas en grupo, así como para la mejora de habilidades perdidas a través de programas de entrenamiento en habilidades sociales (el más conocido y divulgado ha sido el programa de módulos de habilidades para la vida social e independiente de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA), o con intervenciones dirigidas a rehabilitar déficits neuropsicológicos en grupo, como la terapia de mejora cognitiva (Ruiz-Parra y otros, 2010). 62 6. Terapia familiar sistémica Sandra Pacheco Cantero INTRODUCCIÓN El modelo sistémico es el marco teórico que más difusión ha dado a la terapia familiar y a su vez, se ha ido renovando gracias a la influencia que la terapia familiar ha recibido de otras orientaciones. Quizá, esta sea la causa de la confusión que ha existido entre ambos conceptos desde su origen (Fernández Liria y Rodríguez, 1997). En este sentido, es importante recordar que el modelo sistémico se puede aplicar a distintos formatos de intervención y que la terapia familiar ha sido, a su vez, desarrollada desde múltiples modelos. La característica principal del modelo sistémico, es su visión interpersonal relacional de los problemas. Considerar a la familia como un sistema implica fijar la atención en las interacciones actuales entre sus miembros. El paciente forma parte de un sistema complejo, que se rige por patrones interaccionales (es decir, las acciones de un miembro se explican en función de las acciones de los otros y viceversa) complejos y recurrentes y donde el síntoma puede explicarse si entendemos qué función cumple dentro de la dinámica familiar. ORIGEN La terapia familiar surgió, en torno a los años cincuenta, impulsada por ciertas condiciones sociales y clínicas gestadas en décadas anteriores. Hacia finales del siglo XIX, el ciudadano estadounidense, fue progresivamente aislándose y cediendo su responsabilidad al estado. De este modo, adquirió relevancia la asistencia social, que consideraba los problemas de los individuos como problemas de higiene social, sujetos a intervenciones preventivas y terapéuticas. Después de la Primera Guerra Mundial se favoreció la fundación de las Child Guidance Clinics, cuyo objetivo era la prevención secundaria de las enfermedades y que entendía los problemas de la 63 infancia dentro de su contexto familiar. Estas escuelas formaron a algunos terapeutas familiares importantes como Ackerman, Whitaker y Minuchin. La Segunda Guerra Mundial supuso un punto de inflexión: por un lado, la destrucción bélica puso de manifiesto que las acciones del individuo podían estar determinadas en parte por el contexto y por otro, a su fin, dejó multitud de víctimas y veteranos de guerra con problemas psiquiátricos (Bertrando y Offanetti, 2004). En un momento en que la defensa de los Derechos Humanos comenzaba a cobrar gran importancia, el Gobierno estadounidense no podía permitirse desatender a su población y dispuso fondos para el desarrollo de programas de salud mental. Este desequilibrio entre la demanda y el escaso desarrollo de la psicoterapia favoreció la aparición de nuevas intervenciones. Aunque ya desde dentro del psicoanálisis algunas figuras como Flügel (1968) y Ackerman (1937) habían señalado la importancia del trabajo con las familias, su nacimiento como terapia se sitúa en la década de los cincuenta cuando diversos equipos terapéuticos, de forma independiente, comenzaron a interesarse por el grupo familiar. Por otro lado, coetáneamente fueron cristalizando nuevos modelos metateóricos, de los que podemos, por su importancia para la terapia familiar, destacar los tres siguientes: Ludwig von Betalanffy (1976) desarrolló la hoy conocida como teoría general de sistemas. Consideraba al sistema como un conjunto de partes en interacción mutua, que sólo era comprensible conociendo la transacción entre sus componentes. Norman Wiener (1958) creó la cibernética, definiendo el funcionamiento de los ciclos de feedback. Whitehead y Rusell (1910) desarrollaron la teoría de los tipos lógicos, que pretendía resolver el problema de las paradojas lógicas. Bateson, muy influido por sus investigaciones anteriores, se acompañó de un grupo multidisciplinar (Haley, Weakland, Fry y Jackson), conocido como Equipo de Palo Alto, con el objetivo de entender el papel de la comunicación en el comportamiento humano (Bateson y otros, 1956). Fueron los pioneros en aplicar conceptos sistémicos con el objetivo de entender a las familias y en 1956 desarrollaron un teoría sobre la esquizofrenia fundamentada en el doble vínculo, que partía de la idea de que los comportamientos de un esquizofrénico, en el contexto familiar, eran un intento de adaptarse a una forma de comunicar confusa y contradictoria. CARACTERÍSTICAS DE LA TERAPIA FAMILIAR SISTÉMICA Como hemos dicho en el apartado anterior, la terapia familiar sistémica es el resultado de aplicar, a la psicoterapia familiar, conceptos derivados de varios modelos teóricos. 64 Conceptos de la teoría general de sistemas Un sistema es un conjunto de elementos en interacción dinámica en el que el estado de cada elemento está determinado por el estado de cada uno de los demás. Tipos de sistemas: - Sistemas cerrados: no se produce intercambio de materia, energía o información con el entorno. - Sistemas abiertos: existe un intercambio de materia, energía o información con el entorno. Por lo tanto, sistema y entorno se modifican mutuamente. La familia es un sistema abierto. Totalidad y no sumatividad: El cambio en un miembro del sistema afecta a los otros, puesto que sus acciones están interconectadas mediante pautas de interacción. Las pautas de funcionamiento del sistema no son reducibles a la suma de sus elementos constituyentes (Feixas, y Miró, 1993). Complejidad organizada: el cambio en uno de los elementos supone el de todos, debido al cambio operado en la relación. Causalidad circular: debido a la interconexión entre las acciones de los miembros de un sistema, las pautas de causalidad no son nunca lineales, sino circulares. Es decir, una causa A no solo provoca un efecto B, sino que B refuerza retroactivamente la manifestación de A. Equifinalidad (sólo válida para sistemas abiertos): un mismo efecto puede responder a distintas causas, es decir, se puede llegar a una misma pauta interaccional a partir de orígenes diferentes. Equipotencialidad: idénticos orígenes pueden tener diferentes resultados. Entropía negativa: desorganización de un sistema cuando no es atendido. Conceptos de la cibernética Feedback: en un sistema, las acciones de cada miembro influyen en las acciones de los demás. Hablamos de feedback positivo cuando favorece determinadas acciones y negativo cuando las corrige. Homeostasis: mantenimiento de la organización del sistema a través de un feedback negativo. Morfogénesis: proceso que facilita el cambio en la organización de cualquier sistema, a través de un feedback positivo. La cibernética se puede dividir en: CIBERNÉTICA DE PRIMER ORDEN 65 Estudia el sistema familiar disfuncional La familia es el objeto de observación Predomina la tendencia a la homeostasis, que se mantiene a través de los síntomas El cambio se produce cuestionando la homeostasis familiar El terapeuta interviene sobre el sistema familiar dirigiendo el cambio. Es un observador externo y neutral. La meta terapéutica es modificar la estructura y organización de la familia y hacer desaparecer el síntoma. CIBERNÉTICA DE SEGUNDO ORDEN Estudia la interacción del sistema terapéutico con el sistema familiar. El observador se convierte en parte del sistema que observa. Se ve a la familia como un sistema con capacidad de cambio y de auto organización. El cambio se produce a partir de la introducción de nueva información en el sistema. El terapeuta interactúa con la familia, coevoluciona con ella y coconstruye una nueva realidad de significados. A partir de la nueva información, la familia encontrará sus propias soluciones. Conceptos de la teoría de la comunicación humana Los autores de la teoría de la comunicación humana (Watzlawick y otros, 2008) dividieron la comunicación en tres áreas de estudio: Sintáctica: se refiere a la transmisión de información en relación con aspectos como la codificación, el canal o la redundancia. Semántica: engloba lo relativo al significado de la comunicación. Pragmática: influencia de la comunicación en la conducta del individuo. Es el área en que se centraron dentro del trabajo sistémico. Entender las relaciones humanas en clave de comunicación implica que todo lo que hacemos está en relación a otro, es decir, el comportamiento de cada miembro tiene valor de mensaje para los demás. Así mismo, resumieron la comunicación en cinco principios o axiomas: Primer axioma: es imposible no comunicar. Segundo axioma: hay dos niveles comunicacionales, el nivel de contenido y el nivel relacional. Tercer axioma: el intercambio interaccional está determinado por la puntuación de las secuencias entre los comunicantes. 66 Cuarto axioma: la comunicación se transmite de manera digital y analógica. Quinto axioma: los intercambios comunicacionales pueden ser simétricos o complementarios, según estén basados en la diferencia o en la igualdad. Bateson (Bateson y otros, 1956), influido por la teoría de los tipos lógicos, dividió la comunicación en dos niveles: Clase (nivel analógico): designa qué tipo de relación se da entre emisor y receptor y se transmite en los niveles no-verbal, para-verbal y de contexto. Esta definición de la relación está en continua negociación. Miembros (nivel digital): hace referencia al contenido del mensaje y se codifica en función del nivel analógico. La capacidad para metacomunicar de forma adecuada es esencial para una comunicación eficaz, pues cada mensaje dice algo de nosotros mismos. Cuando existe una incongruencia entre ambos niveles se produce una paradoja. Hablamos de paradoja pragmática cuando el contenido digital es incongruente con la definición de la relación que se da en el nivel analógico. Si la comunicación paradójica se convierte en el tipo de comunicación predominante en un sistema familiar, puede tener efectos perturbadores para sus miembros. Los más sensibles a este tipo de comunicación son los niños y adolescentes, pues parte de su identidad depende de que puedan verse confirmados por sus mensajes. La hipótesis del doble vínculo, postula que la comunicación paradójica es el patrón comunicacional predominante en familias de pacientes diagnosticados de esquizofrenia. Los sistemas abiertos se caracterizan por patrones de circularidad, sin un principio y un fin. La definición de cualquier interacción depende de la manera en que los participantes en la comunicación dividan la secuencia circular y establezcan relaciones de causa-efecto (es decir, de la puntuación de las secuencias de comunicación). En el sistema familiar, las relaciones pueden ser: Simétricas: se basan en la igualdad. En toda relación entre iguales, existe una tendencia a la competencia que, si se cronifica, puede llevar a una escalada simétrica. Complementarias: se basan en la diferencia. El psicoanálisis las denomina relaciones masoquistas y suponen la unión entre dos individuos cuyo carácter se complementa. Cuando este tipo de interacción se cronifica, hablamos de complementariedad rígida. 67 PRINCIPALES ESCUELAS Modelo intergeneracional El modelo multigeneracional, o modelo de la familia de origen, tiene sus principales exponentes en Murray Bowen, Ivan Boszormenyi Nagy y James Framo. Considera que el ser humano, desde su nacimiento hasta su muerte, se va enlazando a varias generaciones (la de sus padres, la de sus contemporáneos cuando elige pareja, y más tarde la de sus hijos). Para Bowen (1991), los conceptos importantes son: Diferenciación de sí-mismo, que se relaciona con el grado en que una persona se va diferenciando emocionalmente de sus padres. La escala de diferenciación del sí-mismo sitúa, en el extremo inferior de la escala, las personas con los niveles mínimos de diferenciación, y en el extremo superior a aquellos con una diferenciación total. Bowen aclara que no necesariamente quienes tienen una diferenciación muy baja son patológicos y viceversa, pero las personas de la mitad inferior de la escala vivirán controlados por las emociones (los sentimientos y la subjetividad, prevalecerán sobre el razonamiento), evitando las relaciones o buscando una relación fusional que pueda gratificar sus necesidades emocionales. Las personas con un yo altamente diferenciado tendrán una visión bastante objetiva de la situación, se adaptarán mejor a los contratiempos de la vida y no temerán involucrarse en relaciones personales. Grado de ansiedad: la ansiedad, que es universal, se convierte en un problema familiar cuando se mantiene en el tiempo y genera tensión en toda la familia e incluso síntomas. Sistema emocional: indica la distancia emocional, sin tener en cuenta si se ha logrado mediante mecanismos internos o con distancia física. Proceso de proyección familiar: los padres proyectan parte de su inmadurez sobre uno (lo más común) o varios hijos. Generalmente, el niño objeto de proyección es el más apegado emocionalmente a sus padres, y el que termina, a su vez, con un self menos diferenciado. Transmisión multigeneracional: intenta explicar la pauta por la que, generación tras generación, se alcanzan niveles de diferenciación más bajos. Según esta teoría, los problemas emocionales más graves, se han venido gestando a lo largo de varias generaciones. Perfiles de la posición entre hermanos: intenta explicar cómo el grado de diferenciación entre hermanos se influye mutuamente. Triángulos: el desarrollo de la familia (y casi todas las relaciones) se da en triángulos, es decir, cuando la tensión aumenta, se incluye a un tercero. 68 Desconexión emocional: se refiere a los problemas emocionales no resueltos de los padres, cuanto mayor sea, menos diferenciación existe. Regresión social: la tensión social elevada tiene repercusión en las familias, llevando a una ansiedad crónica, que lleva a tomar las decisiones recurriendo a la parte emocional, en lugar de a la intelectual. De este modo, la teoría de Bowen explica que las pautas de comportamiento se van estableciendo a lo largo de la vida: lo que el niño aprende de su familia en la niñez lo lleva al matrimonio, mezclándolo con el aprendizaje de su pareja, y formando un estilo nuevo que transmitirán a sus hijos. Ivan Boszormenyi-Nagy (1987) desarrolla la terapia familiar contextual, que se caracteriza por determinar qué ideas, creencias y lealtades se heredan de las generaciones pasadas. El reconocimiento de las lealtades, permite definir los síntomas de un individuo como expresión de dichas lealtades. La delegación se refiere a los encargos que los padres encomiendan a sus hijos. Esta terapia pretende lograr el crecimiento familiar, la diferenciación y modificar la forma en que los miembros se relacionan. James Framo (1996) se ve altamente influenciado por la teoría de las relaciones objetales de M. Klein (1987). Convoca a la familia de origen pretendiendo que se aborden los problemas y que todos los miembros puedan conectarse emocionalmente. Escuela simbólico-experiencial Carl Whitaker (Whitaker y Bumberry, 1988) y Thomas Malone (Malone y otros, 1990) opinan que la experiencia es la que hace cambiar a las familias, y no necesariamente la formación. Entendida como un proceso interactivo que utiliza el leguaje metafórico, utilizando a través de la experiencia, producir un proceso de crecimiento. Utiliza el sí mismo del terapeuta como elemento curativo. Escuelas dentro de la cibernética de primer orden 1. Enfoque del Mental Research Institute (MRI) de Palo Alto: Fundada por Don Jackson en 1958. Nació con el objetivo de desarrollar nuevas técnicas terapéuticas basadas en el modelo sistémico. Es destacable el importante papel que han tenido sus representantes en la divulgación del modelo sistémico, fundamentalmente Paul Watzlawick. La aportación fundamental de la escuela de Palo Alto es su análisis del problema en función de la secuencia de interacciones que lo rodean. Consideran que las dificultades son una parte esencial e inevitable del ciclo vital, que la persona irá resolviendo, de forma espontánea o con ayuda de su familia y amigos. Acudirán a consulta cuando las dificultades se conviertan en problemas que generan gran malestar y que 69 se intensifican ante los intentos de intervención por parte del sistema familiar. Cuantos más intentos hace la familia por solucionar el problema, más se agrava, creando un círculo vicioso que perpetúa el problema. Consideran que si se evita la solución que retroalimenta el problema, los propios recursos del sistema podrán resolver el conflicto. Por este motivo, es más importante conocer la secuencia de interacción actual, que la causa primaria. Hablamos de cambio 1 (por ejemplo, pisar el acelerador) o de primer orden, cuando los cambios no suponen una modificación de la estructura del sistema, y cambio 2 (Watzlawick, 1995) (por ejemplo, cambiar de marcha) o de segundo orden cuando si lo hacen. Las soluciones intentadas por la familia (o incluso algunos profesionales), que acaban por retroalimentar el problema son consideradas cambios tipo 1, y es frecuente que consistan en hacer lo contrario al síntoma, que es lo que dicta el sentido común. Para conseguir un cambio tipo 2, será necesario emplear intervenciones paradójicas, que intenten una modificación de la estructura del sistema. Esta escuela publicó en 1974 un formato de terapia breve, en diez sesiones máximo, centradas en un problema específico. La primera entrevista tendría el objetivo de identificar un problema concreto, explorar las soluciones que se han intentado y establecer unas metas razonables a alcanzar. Con esta información, el terapeuta deberá diseñar, de cara a la próxima sesión, una tarea que interrumpa dicho círculo. La terapia está centrada en el cumplimiento de estas tareas, sin pretender una comprensión por parte de la familia de los mecanismos que potencian el problema. 2. Terapia familiar estructural: El creador de la escuela estructural, Salvador Minuchin, comenzó a trabajar, a principios de los años sesenta, en una institución para jóvenes delincuentes, en un suburbio de Nueva York, donde era fundamental el trabajo con las familias para aportar cierta estructura. En 1965 fue nombrado director de la Philadelphia Child Guidance Clinic, dedicada a la atención de niños y adolescentes con problemas psicológicos. Los tres principios que caracterizan el modelo estructural son: La actividad individual tiene el poder de alterar el contexto en que se sitúa El individuo participa en reciprocidad con el ambiente y ambos se influyen entre sí. 70 La experiencia interior del individuo cambia cuando lo hace el contexto en que vive. Para la escuela de Minuchin, la estructura de la familia se define por las reglas que regulan las transacciones entre sus miembros (no por sus aspectos biopsicodinámicos). Si la estructura es suficientemente clara, cada miembro tendrá un rol con unas funciones definidas. En esta terapia se asume que el síntoma es igual a una estructura familiar alterada. El sistema familiar se compone de los subsistemas conyugal, parental y filiar, separados por fronteras o límites que tienen como objetivo proteger su diferenciación y facilitar la integración de sus miembros en él. Podemos identificar los límites familiares porque en cada subsistema se aplican unas reglas de conducta diferentes. En terapia familiar estructural, existen varias categorías de patología familiar: a) Patología jerárquica: si no está claro quién toma las decisiones, se puede ver dificultado el desarrollo de los miembros de la familia, fundamentalmente de los niños. b) Patología de frontera: cuando la conducta de frontera de quienes participan en subsistemas se vuelven inadecuadas, estorbando el intercambio adaptativo de información entre subsistemas. 71 c) Patología de alianzas: la alianza es el grado de afinidad entre dos miembros de una familia, cuando esta afinidad se da por oposición a un tercero, la alianza pasa a denominarse coalición. Así, se pueden desviar conflictos hacia un chivo emisario y generarse coaliciones intergeneracionales no adaptativas. El concepto tríada rígida se refiere a las configuraciones relacionales paterno-filiales en las que el hijo se usa rígidamente para evitar los conflictos parentales. Según Minuchin (1974) existen tres configuraciones de tríada rígida: TIPOS DE CONFIGURACIONES DE TRÍADA RÍGIDA SEGÚN MINUCHIN (1974) TRIANGULACIÓN Cada cónyuge intenta obtener el apoyo del hijo en su conflicto con el otro cónyuge. COALICIÓN 72 Uno de los progenitores apoya al hijo en un conflicto con el otro progenitor. DESVIACIÓN DE CONFLICTOS Se define a un hijo como malo y los padres se unen en su esfuerzo para controlarlo (o si se define como enfermose unen para cuidarlo). El terapeuta estructural se une al sistema familiar (joining) y se convierte en su líder, promoviendo la interacción entre los miembros, interviniendo para marcar o flexibilizar las fronteras o límites y cuestionando la distribución o ejercicio del poder. Se comienza por la evaluación familiar (Minuchin y Fishman, 2007), en la que el terapeuta se une al paciente identificado, explorando el problema, sus potencialidades y recursos. Posteriormente, deberá pasar de lo individual a lo relacional, investigando sobre cómo la familia ha podido intervenir en la construcción del problema. En fases posteriores, se procederá al cuestionamiento del síntoma, de la estructura familiar y de la realidad familiar. Va a implicar una lucha dialéctica entre terapeuta y familia. 3. Terapia estratégica: El creador de la escuela estratégica, Jay Haley (1985), participó del equipo inicial de Palo Alto y también mantuvo un estrecho contacto con Minuchin, pero su enfoque no se definió hasta que se estableció en Washington en los años setenta. Otros representantes de esta escuela son Madanes (1984) o Watzlawich (Watzlawick y Nardone, 1999). Los conceptos básicos de la terapia familiar estratégica son: Los síntomas son un mensaje, es decir, una forma de comunicarse con los demás, a modo metacomunicativo. Los síntomas tienen una función protectora o benéfica para la familia Se da una jerarquía incongruente alrededor del síntoma La solución se convierte en el problema. Haley propone un modelo de terapia breve, cuyo objetivo es resolver el síntoma: Consiguiendo que el mensaje se exprese o su función se cumpla de una manera más funcional. Estableciendo nuevas secuencias de interacción. Restableciendo una jerarquía clara y congruente. Por su manera de conceptualizar los problemas, el enfoque estratégico hace hincapié en lo analógico, es decir, los síntomas son formas de comunicarse con los demás. Por ello, los objetivos de la terapia son impedir la repetición e 73 introducir alternativas. El terapeuta debe discernir qué miembros están involucrados e intentar modificar la organización familiar para que el problema no sea necesario. Las intervenciones directivas son la principal arma terapéutica y para poder aplicarlas es fundamental motivar a la familia. Las estrategias terapéuticas son las siguientes: Redefinir el síntoma teniendo en cuenta la posible intencionalidad positiva y protectora de la conducta. Cambiar las interacciones mediante tareas directivas, que pretenden cambiar las secuencias de interacción o el significado del síntoma o mediante instrucciones paradójicas. Las redefiniciones ofrecen un significado alternativo del síntoma. Escuela de Milán: Su origen se sitúa en la década de los sesenta, cuando un grupo de importantes psicoanalistas de Milán, empezaron a estudiar el modelo sistémico que se estaba aplicando en Estados Unidos. Los principales representantes de esta escuela, son Mara Selvini Palazzoli, Giulina Prata, Gianfranco Cecchin y Luigi Boscolo. Simultanearon durante años su trabajo individual con las sesiones familiares, a las que destinaban los pacientes más graves: trastornos alimentarios y psicóticos (Selvini Palazzoli y otros, 1989). Método terapéutico del equipo inicial: Su método de entrevista ha sido una guía maestra para parte de los terapeutas sistémicos. Ya desde la petición telefónica de consulta, se recoge información básica que permita elaborar una hipótesis inicial acerca de la función que cada miembro de la familia cumple en el síntoma del paciente identificado. El terapeuta revisa la hipótesis inicial mediante preguntas dirigidas a confirmarla o refutarla. Parte del equipo se mantiene detrás de un espejo, lo que asegura que el terapeuta mantenga su neutralidad. Dentro de las intervenciones más características de este equipo se encuentran la connotación positiva del patrón interaccional, seguida de la intervención paradójica de no cambio. El cuestionamiento circular, ha sufrido varias elaboraciones desde su introducción por los terapeutas de la escuela de Milán. Las preguntas circulares están ideadas para revelar las relaciones y las diferencias entre ellas, y suelen consistir en preguntas triádicas en las que uno de los miembros es invitado a describir la relación entre otros dos miembros (o cómo uno de los miembros reacciona ante un problema, y el resto ante su reacción). Las reacciones que provocan este tipo de preguntas en los miembros aportan una valiosa información relacional. 74 Mara Selvini- Palazzoli: Una vez escindido el equipo inicial, Selvini se unió a nuevos colaboradores con el objetivo de revisar algunos fracasos del método inicial y de experimentar con la prescripción invariable. Su aplicación estandarizada en los casos de transacción rígida, le permitió formular la teoría de los juegos psicóticos (Selvini Palazzoli y otros, 1990). La noción de juego familiar, describe una secuencia de interacción compleja que se desarrolla en el tiempo a través de la historia de la familia. Se puede entender en términos de la trama emocional que los distintos miembros de la familia han ido realizando con el tiempo. Selvini con su equipo describió los juegos familiares que se producen en la anorexia y en los trastornos psicóticos. Vamos a ver cómo funcionan éstos últimos: Trastornos psicóticos: se parte de una situación de simetría inestable, en la que no hay un vencedor claro de la lucha de poder, desembocando en una escalada simétrica. El cónyuge más activo aparecerá como ganador, mientras que el cónyuge perdedor se aliará con el hijo que posteriormente desarrollará síntomas psicóticos, instigándole para que ataque al contrario. El hijo, cansado de ver que su apoyo no es suficiente, decidirá hacer algo para ganar. Esta muestra de iniciativa e independencia, asusta a los padres, que se unirán contra él. Éste ataque va a ser vivido por el hijo como una traición insoportable que llevará al brote psicótico y que servirá a los padres como nexo de unión. Cuando la situación se cronifica, los síntomas formarán parte del equilibrio familiar. Escuelas dentro de la cibernética de segundo orden (Bermúdez y Brik, 2010) 1. El constructivismo y el construccionismo social: En la década de los ochenta, algunos de los terapeutas familiares más influyentes (Paul Watzlawick, Paul Dell o Bradford Keeney), insatisfechos con las metáforas sistémicas y envueltos en la reflexión epistemológica, se fueron acercando al constructivismo. Bateson (1976), afirmó que “creamos nuestro propio mundo al mirarlo de acuerdo con nuestras propias presuposiciones, nuestras propias premisas, nuestras propias expectativas”. Lynn Hoffman (1985), afirmó que el mayor cambio que aportó el constructivismo a la terapia sistémica fue restar importancia a las secuencias conductuales y centrarse en los significados compartidos por la familia. Krenneth Gergen (1985), pionero del construccionismo social, consideró al ser humano como un constructor social, cuyo 75 funcionamiento depende de los procesos sociales, de manera esencialmente lingüística, en lugar de biológica o psicológica. Esta teoría es la base fundamental de la Escuela Narrativa de Epson y White, donde el diálogo o conversación es la herramienta básica. 2. Terapia centrada en soluciones: Nace a principios de 1980 en el Brief Family Therapy Center (BFTC) de Milwaukee, creado por Steve de Shazer e Insoo Kim Berg en 1990. Lo importante es el cambio a través del proceso lingüístico, de la forma en que los clientes construyen su experiencia. Las premisas son los cambios pequeños, más de lo mismo, simplicidad, el lenguaje del problema es diferente al lenguaje de la solución, no hace falta conocer el problema para solucionarlo, trabajo de equipo, activación de los recursos de los clientes y la responsabilidad es del cliente. 3. Terapia basada en el equipo reflexivo: Modelo terapéutico creado por Tom Andersen (1994), donde los participantes se dividen en sistema terapéutico (terapeuta y familia) y sistema observante o equipo reflexivo (unos cuatro profesionales detrás del espejo unidireccional). Se realizan varias pausas durante la entrevista en las que la familia escucha las reflexiones que el terapeuta hace con el equipo reflexivo, que son vividos por las familias y el terapeuta como cabezas pensantes al servicio de la familia. CONCLUSIONES La terapia sistémica familiar, desde su origen en los años cincuenta, ha ido creciendo hasta convertirse en uno de los modelos más populares entre los psicoterapeutas. Su campo de aplicación, la familia, ocupa el centro de la vida de todos los individuos y nos permite, no sólo conocer mejor al paciente identificado, sino cuidar los movimientos que puedan ocurrir en el sistema familiar como consecuencia del tratamiento. Estas características la convierten en una herramienta no sólo útil, sino eficiente y por ello debería ser uno de los tratamientos clave en cualquier centro de salud mental. 76 7. El grupo multifamiliar Sandra Pacheco Cantero INTRODUCCIÓN Cuando en 1958 Jorge E. García Badaracco, psiquiatra y psicoanalista, comenzó a trabajar en el Hospital Psiquiátrico Borda de Buenos Aires, se dio cuenta de que el encuadre psicoanalítico puro era intolerable para los pacientes mentales muy graves. Puesto que las experiencias que se estaban llevando a cabo en ese momento en el campo de la terapia familiar, también presentaban limitaciones, ideó un método para trabajar con todos los pacientes y los familiares a la vez. Así, incluyendo progresivamente a los familiares en todas las actividades que se realizaban en la Unidad, fue dando forma a la comunidad terapéutica. En palabras de Badaracco: La comunidad es algo así como una matriz terapéutica que a través de sus recursos humanos debe comportarse como un continente que pueda hacerse cargo de los componentes más enfermos y de los momentos más regresivos de los pacientes (García Badaracco, 1990). El grupo de psicoanálisis multifamiliar es un grupo multifamiliar grande, de hasta 100 personas, en el que los pacientes y sus familias comparten un espacio común con otras familias. La duración es de 90 minutos a dos horas y la frecuencia semanal, aunque también pueden realizarse dos veces por semana, o incluso a diario. Es dirigido por un coordinador, que está siempre presente y por varios terapeutas que, con el objetivo de favorecer la contención, se sitúan en lugares estratégicos, cercanos a los sujetos más vulnerables. Es característica también la espontaneidad de las intervenciones de los terapeutas, que prefieren ofrecer ejemplos sencillos a interpretaciones abigarradas para favorecer así la cercanía y la comprensión. También es útil la presencia de familias que lleven tiempo trabajando, para que puedan ayudar con su experiencia y dar esperanza a las demás. 77 CONCEPTOS BÁSICOS EN LA OBRA DE BADARACCO Continente Comenzó a considerar el grupo multifamiliar como un continente al percatarse de que la expresión de la enfermedad mental, muchas veces violenta, estaba mucho más contenida (y se podía expresar más abiertamente) en este formato, que en una sesión individual o un grupo pequeño, ya que el temor a dañar es menor. Interdependencias patógenas y objeto enloquecedor Durante el estado primitivo, la unión afectiva entre el niño y su cuidador (PichonRivière, 1980) permite, sin necesidad de explicitar verbalmente el contenido, la comunicación de información. El niño, que depende completamente de sus cuidadores, irá recibiendo de ellos los recursos necesarios, a través de sucesivas identificaciones, para estructurar su aparato psíquico. Si durante esta época del desarrollo, los padres transmiten sus propias angustias, el niño las puede recibir de forma amenazante, y quedar introyectadas como una identificación patógena. Aunque permanecen inconscientes, generan emociones en los demás y determinarán cómo el sujeto se relaciona tanto con sus padres como con el mundo (Phillips, 1997). Las identificaciones patógenas se incorporan al aparato psíquico, sometiendo a las demás funciones mentales y ahogando la espontaneidad. El yo inmaduro, que no puede defenderse, acaba perdiendo sus aspectos propios y transformándose en el otro. Durante el desarrollo, estas identificaciones patógenas se irán organizando como partes escindidas de la mente, es decir, como objetos internos enloquecedores. Cuantas más identificaciones patógenas y menos identificaciones estructurantes se produzcan, más difícil será conseguir un sí-mismo verdadero y una relación sana con el mundo exterior. El yo necesitará entonces establecer un vínculo simbiótico, primitivo, con otro exterior para poder utilizar sus recursos yoicos. García Badaracco (1995) consideraba que estos conflictos dilemáticos fruto de los vínculos de interdependencia patógena no pueden solucionarse simplemente tomando conciencia de ellos, si no que es necesario que se den ciertos cambios. En su experiencia, el paciente mental grave necesita un contexto comunitario para que su locura pueda expresarse. En este contexto, cuando una familia aborda sus problemas, generalmente con una alta carga de violencia reprimida esto supone, por identificación, una experiencia emocional para el resto de familias. Compulsión a la repetición Las formas patológicas de funcionamiento mental se constituyen para evitar el sufrimiento psíquico y a través de su repetición compulsiva, dejan atrapados los 78 conflictos. De este modo, el paciente repetirá el síntoma hasta que pueda abandonarlo sin ser invadido por la angustia. Badaracco consideraba que el grupo multifamiliar era la herramienta más potente para promover este cambio: El paciente, al sentirse colocado en un contexto comunitario multifamiliar en el que la actuación de su locura encuentra límites seguros que contienen su destructividad fantaseada, puede desprenderse de las redes de interdependencias patológicas, tanto externas como internas, que le dan una engañosa vivencia de seguridad (García Badaracco, 1995). Virtualidad sana Entendemos por virtualidad sana (Mitre, 1998), ese potencial de salud que existe en todo individuo y para el que es fundamental la mirada del otro. En el contexto grupal el terapeuta deberá ayudar a las familias a que vean el potencial sano en el paciente. Mente ampliada El grupo multifamiliar, por sus características, permite la apertura de espacios mentales. En primer lugar, porque todos pueden escuchar respetuosamente lo que dicen los demás, aunque no estén de acuerdo. En segundo lugar, porque en este contexto las familias al sentirse más seguras y respetadas, dirán cosas que quizás nunca se habían atrevido a decir. Por último el relato de los demás, por identificación, permitirá ir tomando conciencia progresivamente de las propias interdependencias patógenas. FUNCIÓN DEL TERAPEUTA Tolerar lo incomprensible La experiencia del terapeuta con pacientes afectados de patología mental grave es difícil de tolerar y de explicar. En palabras de Badaracco: Percibimos la locura en carne propia cuando una persona francamente alterada se expresa a gritos muy enojada o dice cosas aparentemente incoherentes. Se trata entonces de poder tolerar lo que esa persona nos hace sentir con toda la confusión de no poder pensar ni entender lo que nos quiere decir (García Badaracco, 1995). Aunque es fundamental que el terapeuta sepa poner límites, si se asusta y desvía del tema o intenta intelectualizar, se puede perder la posibilidad de trabajar con los 79 elementos que bloquean tanto a pacientes como a familiares. Mantener una proximidad empática Para poder pensar la locura y mantener un vínculo de interdependencia recíproca sana, es fundamental mostrarse empático pero manteniendo la distancia suficiente. Cuidar al grupo Es fundamental crear un clima de solidaridad en el que todos los miembros del grupo se sientan acompañados en su sufrimiento y así puedan expresarse con libertad. Además, habrá que evitar señalar cosas que puedan poner en evidencia a un sujeto dentro del grupo y manejar aquellas situaciones que puedan tener un carácter traumático, para que quien interviene no se sienta agredido. Favorecer la expresión Puesto que las situaciones traumáticas son violentas, es imposible evitar que la violencia contenida se exprese de alguna forma. Es común que en los grupos algunas personas permanezcan calladas durante mucho tiempo, por miedo a expresar o recibir esa violencia. La labor del terapeuta consistirá en crear un clima de seguridad que permita que todos puedan expresarse e ir tomando conciencia de aquello que no les deja avanzar ni pensar. Clarificar Por otro lado, el terapeuta también debe ayudar a quien se está expresando a entender qué le lleva a decir algo concreto: si es un mecanismo defensivo, si está intentando elaborar algo o si está ayudando a otros a elaborar. Señalar semejanzas Aunque los conflictos sean similares, van a adquirir en el grupo formas diferentes en las diferentes familias (García Badaracco, 2000). Por ello, una de las funciones principales del terapeuta será poner de relieve las semejanzas existentes entre lo que expresa y siente una familia, en relación a lo que le pasa a otra. Ver más allá del personaje Cuando en un grupo se incluye a los familiares, las características de los pacientes se potencian y parecen habitados por varios personajes, a veces incomprensibles que dificultan la labor del terapeuta de ver a la persona sana. 80 CONCLUSIONES Como hemos visto, el grupo multifamiliar no sólo tiene la propiedad de permitir la expresión y contención de la locura de pacientes y familiares, sino que favorece que estas emociones, a veces violentas, puedan servir de experiencia emocional correctiva para el resto de familias. Esto, junto con un clima de solidaridad en que pacientes y familiares dejan de sentirse sufrientes únicos, hace del grupo multifamiliar un formato de terapia tremendamente útil en cualquier recursos asistencial, prueba de lo cual, es la multiplicación de su uso por todo el mundo, tanto en ámbito público como privado. 81 TERCERA PARTE Psicoterapia grupal en programas específicos 82 8. Terapia de grupo en los trastornos de la conducta alimentaria Lara Kehrmann Irisarri INTRODUCCIÓN El objetivo primordial en el tratamiento de los trastornos de la conducta alimentaria es colocar la comida en su sitio (física y psicológicamente). Habrá que trabajar las conductas y cogniciones disfuncionales, así como el malestar emocional tanto a nivel intrapersonal como interpersonal. Esto se puede conseguir a través de distintos tratamientos psicológicos y farmacológicos (Calvo Sagardoy y otros, 2008; Agència d’Avaluació de Tecnologia i Recerca Mèdiques de Cataluña, 2009). En el caso de las mujeres, la prevalencia de este tipo de trastornos alcanza el 6%. Muchos de estos casos se resuelven espontáneamente, otros solo requieren una mínima intervención. En el polo opuesto, se encuentran los casos donde se requiere un ingreso hospitalario o incluso fallecen. Hay pacientes con bajo peso y clínicamente graves cuya evolución no es positiva (aunque su estado de salud no peligre). En estos casos, es recomendable terapia de grupo como complemento y apoyo a la terapia individual (Pérez Sales, 1998; Saldaña, 2001). Entre otros aspectos, en las terapias grupales se trabaja el mundo social del paciente. Tanto las relaciones familiares como interpersonales juegan un papel importante en el desarrollo de los trastornos de la conducta alimentaria. De este modo, el grupo se puede entender como un espacio para generar vivencias emocionales correctoras. Además, aprenden estrategias de afrontamiento ante distintas situaciones conflictivas o estresantes. También aprenden a aceptar la imagen corporal (American Psychiatric Association, 2002; Mateos y de la Gándara, 2003). Es probable que se compartan experiencias que nunca antes hayan contado. Esto favorece a que se hagan cargo de sus dificultades en vez de negarlas. Y al darse cuenta que sus dificultades no son únicas, si no que se comparten con otros miembros, esto 83 tiene un efecto ansiolítico (Agència d’Avaluació de Tecnologia i Recerca Mèdiques de Cataluña, 2009). TIPOS DE GRUPOS La terapia de grupo en los trastornos de la conducta alimentaria se ha abordado desde los distintos modelos teóricos, en consecuencia, tanto los planteamientos como los objetivos terapéuticos varían entre unos grupos y otros (Pérez Sales, 1998; Saldaña, 2001). Grupo psicoeducativo La psicoeducación es un elemento esencial dentro del tratamiento de estos trastornos. Esta intervención suele ser breve, en torno a seis o siete sesiones didácticas. El objetivo de estos grupos es establecer una relación (actitud y comportamiento) sana con la comida y con el hecho de comer. Así como eliminar los mitos y las distorsiones cognitivas acerca de la comida, de uno mismo y de los otros. Se trata de sensibilizar a los pacientes con sus dificultades y prepararles para un tratamiento posterior. El trabajo es motivar hacia el cambio, sin mandatos ni obligaciones (excepto cuando se ponga en peligro la salud y/o la vida del paciente) Conviene tener cuidado con estos grupos porque pueden tener un efectos iatrogénico, convirtiéndose el grupo en un espacio donde compartir dietas, trucos para vomitar o esconder la comida, etc. (Pérez Sales, 1998; Harper-Giuffre y MacKenzie, 1996; Sánchez del Hoyo y otros, 2007). Los temas típicos que se abordan en los programas psicoeducativos son los siguientes (Pérez Sales, 1998; Mateos y de la Gándara, 2003): Elementos centrales de los trastornos de la ingesta. Relación entre trastornos de la ingesta y trastornos afectivos. Naturaleza plurifactorial de los trastornos alimentarios. Controles fisiológicos sobre el peso corporal. Índice de masa corporal (IMC), peso mínimo saludable (IMC=18,5 aproximadamente), peso de ingreso voluntario (IMC=16,5), peso de ingreso involuntario (IMC≤ 14, 5). Informar acerca de los efectos de inanición (siguiendo el estudio de Minesota, 1947): - Efectos cognitivos de la inanición: disminución de la concentración, evaluaciones empobrecidas, apatía. - Cambios emocionales y sociales: síntomas depresivos y ansiosos, irritabilidad y labilidad emocional, episodios psicóticos, aislamiento social, cambios de personalidad. 84 - Actitudes y conductas ante la comida: colección de recetas, libros de cocina y menús, hábitos de alimentación inusuales, incremento consumo de café, te o especial, chicles, atracones. - Complicaciones físicas: alteraciones del sueño, debilidad gastrointestinal, hipersensibilidad al ruido y a la luz, edema, hipotermia, parestesias, disminución del interés sexual. Círculos disfuncionales: dieta-hambre-atracón-culpa-vómito-dieta y dietaestreñimiento-laxantes-hinchazón-dieta. Importancia de patrones normales de alimentación. Efectos negativos de hipofagia, hiperfagia y tomar laxantes. Imagen corporal, autoconcepto y autoestima. Presiones socioculturales en mujeres para estar delgadas y agradar a los demás. Mitos sobre la comida y buena nutrición. Recursos para controlar la voracidad. Es recomendable acompañar estos grupos con un grupo para los padres, también de tipo psicoeducativo. De este modo, se ofrece un espacio donde los padres pueden expresar sus dudas, temores, conflictos y problemas. Así, se recomiendan pautas de relación intrafamiliar separadas de la comida (no hablar del aspecto físico, la comida, etc.) (Pérez Sales, 1998). Algunos ejemplos de grupos educativos se describen a continuación: R. Davis y M.P. Olmsted (Harper-Giuffre y MacKenzie, 1996; Davis y Olmstead, 1992) han descrito un programa de grupo psicoeducativo que dura siete semanas y combina aspectos psicoeducativos con técnicas cognitivo-conductuales. Está dirigido a pacientes diagnosticados de bulimia. El número de los miembros del grupo oscila entre seis y dieciocho personas. La frecuencia de la sesiones era semanal y con una duración de 90 minutos. Las sesiones consistían en lecturas informativas además de un manual que se había dado con anterioridad a cada paciente. Se pedía que hicieran una lectura previa. Estudios de seguimiento constataron cambios en las actitudes disfuncionales y en la clínica de los pacientes (Harper-Giuffre y MacKenzie, 1996; Davis y otros, 1990). MacKenzie (1997) llevó a cabo grupos breves informativos para pacientes con trastorno de la alimentación. El objetivo era informar con el fin de cambiar actitudes y conductas relacionadas con el comportamiento alimentario. Los grupos duraban dos meses. Las sesiones tenían una duración de 90 minutos y una frecuencia semanal. Se les facilitaba material escrito. Tras una pequeña clase, había una discusión posterior 85 (Guimón, 2003; MacKenzie, 1997). Grupo cognitivo-conductual Este tipo de grupos suelen combinar aspectos psicoeducativos de los trastornos de la conducta alimentaria y técnicas cognitivo-conductuales (ver Tabla 1). Se centran en corregir distorsiones de pensamiento, mitos y concepciones erróneas sobre los trastornos de la alimentación, la comida, la autoestima y los problemas interpersonales (ver Tabla 2). La finalidad de estos grupos es lograr cambios en tres niveles: cognitivo, afectivo y comportamental. La duración del tratamiento suele ser entre 16 y 25 sesiones (HarperGiuffre y MacKenzie, 1996; Sánchez del Hoyo y otros, 2007). Técnicas cognitivo-conductuales (Harper-Giuffre y MacKenzie, 1996) TÉCNICAS CONDUCTUALES Autoevaluación. Planificación de comidas. Control de estímulos. Solución de problemas. TÉCNICAS COGNITIVAS Detectar ideas disfuncionales acerca de la comida, el peso y la forma corporal y eliminarlas. Ser capaces de formar juicios racionales y realistas sobre la imagen corporal, la alimentación y las relaciones interpersonales. Estudiar la relación entre el físico y la autoestima. Reestructurar imagen corporal alterada. Examinar la validez y función adaptativa de las ideas. Creencias irracionales maladaptativas según Lee y Duna (1999, citados en Palacios Espinosa, 2007) Desconexión Abandono/inestabilidad: creencia acerca de que las relaciones cercanas van a desaparecer inminentemente. Defectuosidad/vergüenza: creencia acerca de que se es imperfecto e inadecuado, por lo que se puede avergonzar a otros. Deprivación emocional: creencia acerca de que las propias necesidades emocionales jamás deben de ser conocidas por otros. Desconfianza/abuso: creencia acerca de que los demás van a aprovecharse siempre de uno. Aislamiento social: creencia acerca de que uno está solo en el mundo, a 86 diferencia de otras personas y que no hace parte de una comunidad. Restricción emocional: creencia acerca de que uno siempre debe inhibir las emociones e impulsos porque cualquier expresión de sentimientos podría herir a otros o afectar su autoestima, generar indisposición y retaliaciones o abandono. Autonomía afectada Dependencia/incompetencia: creencia acerca de que uno no es capaz de manejar las responsabilidades diarias de manera competente e independiente. Vulnerabilidad de ser herido y de enfermar: creencia acerca de que siempre se es susceptible de experimentar una catástrofe. Sentirse atrapado: creencia acerca de que se carece de una identidad individual por sobreinvolucrarse con otros. Ausencia de autoeficacia: creencia acerca de que se es incapaz de hacer algo bien. Vivir subyugado: creencia acerca de que debe someterse al control de otros para evitar consecuencias negativas. Autocontrol y autodisciplina insuficientes: creencia acerca de que uno no puede controlar totalmente sus impulsos y sentimientos. Límites afectados Derecho/grandiosidad: creencia acerca de que las personas están autorizadas, pueden hacer o decir siempre lo que deseen aun lastimando a otros. Temor a la pérdida de control: creencia acerca de que uno siempre debe inhibir emociones e impulsos, y la razón para ello es el temor a la pérdida de control. Control excesivo Autosacrificio: creencia acerca de que uno debe sacrificar sus necesidades por ayudar a otros. Altos estándares de exigencia/hipercrítica: creencia acerca de que uno debe esforzarse por alcanzar estándares irreales. Este tipo de grupos es más intervencionista que los meramente educativos. Se consideran eficaces en cuanto a la mejoría de los síntomas relacionados con el comportamiento alimentario y la psicopatología asociada (Harper-Giuffre y MacKenzie, 1996). En el caso de la bulimia nerviosa, el programa cognitivo-conductual derivado del trabajo pionero de Fairburn en 1981 es el más empleado. Se ha aplicado tanto a nivel individual como grupal (Saldaña, 2001; Fairburn, 1981; Wifley y otros, 1993). 87 Blouin y otros (1995, citado en Guimón, 2003 y en Davis y otros, 1997) llevaron a cabo un programa grupal de orientación cognitivo-conductual de diez semanas con resultados positivos, para pacientes diagnosticados de bulimia nerviosa. Wilfley y otros (1993) desarrollaron otros de mayor duración, de doce y diecisiete sesiones respectivamente. Sin embargo, un estudio posterior (Davis y otros, 1997) demostró que añadir siete sesiones de psicoterapia de grupo clásica no resulta más beneficioso que el que se obtiene en un programa psicoeducativo grupal breve (Guimón, 2003). Grupo de autoayuda o de apoyo. Son grupos de pacientes con la misma o similar problemática. El objetivo es darse apoyo mutuo, informarse y aumentar la autoestima. Se fomenta un cambio en el estilo de vida, así como el crecimiento personal y la autorrealización. Enfatiza la interacción personal y la capacidad de asumir responsabilidades por parte de sus miembros. Compartir vivencias, conflictos y dificultades con otros pacientes que tienen características similares. Es un elemento terapéutico coadyuvante (Agència d’Avaluació de Tecnologia i Recerca Mèdiques de Cataluña, 2009; Harper-Giuffre y MacKenzie, 1996; Sánchez del Hoyo y otros, 2007; Davis y Olmstead, 1992). Rice y Faulkner (1992) describen un grupo de apoyo dentro de un programa de tratamiento de pacientes diagnosticados de trastorno de la conducta alimentaria. El grupo era abierto y grande (a veces llegaban a ser más de quince personas). Los miembros del grupo estaban diagnosticados tanto de anorexia como de bulimia y eran mayores de edad. Las sesiones duraban dos horas y la frecuencia era semanal. El grupo lo dirigían dos counselors. El trabajo grupal se centraba en el contenido del grupo. Una de las hipótesis de estos grupos es que estos pacientes pueden resolver sus problemas relacionados con el peso y la comida. El objetivo es que estos pacientes logren pautas normalizadas alimentarias. Se ofrecía información sobre los trastornos de la conducta alimentaria y sobre distintos recursos terapéuticos para ayudar a los pacientes a elegir acerca de opciones de tratamiento (Harper-Giuffre y MacKenzie, 1996; Rice y Faulkner, 1992). En ADANER (Asociación en Defensa de la Atención a la Anorexia Nerviosa y Bulimia) llevan a cabo cuatro grupos al mes para familiares y allegados y doce grupos al mes para pacientes. Los grupos para familiares y/o allegados son de frecuencia quincenal se centran en establecer un primer contacto con la enfermedad y después en facilitar una comprensión al malestar emo- cional que experimentan los pacientes. Se llevan a cabo doce grupos de pacientes, con frecuencia semanal cuyo objetivo es la comprensión de sus dificultades y malestar emocional. Se entiende como complemento al tratamiento (ADANER, 2014). Grupo interpersonal Se trabaja con emociones en el aquí y ahora para promover cambios en las relaciones 88 interpersonales. El grupo sostiene y estimula el desarrollo de la autoestima, la comunicación y la responsabilidad. Este tipo de grupos está pensado para pacientes graves pero con cierta estabilidad de peso y estado nutricional. Suelen ser grupos de mayor duración, alrededor de un año (una media entre 16 y 25 sesiones) (Harper-Giuffre y MacKenzie, 1996; Sánchez del Hoyo y otros, 2007). Un ejemplo de este tipo de grupos es el desarrollado por Heather Harper-Giuffre, K. Roy MacKenzie y D. Sivitilli (1992, citados en Harper-Giuffre y MacKenzie, 1996). Basado en una combinación de los principios de la terapia psicodinámica y la cognitivoconductal con el abordaje de Yalom (1985), los grupos estaban formados por más de ocho pacientes, sesiones de frecuencia semanal y de duración de noventa minutos durante mínimo uno año. Se observaron resultados positivos en la autoestima y en las relaciones interpersonales, además de corregir ciertas distorsiones conceptuales. Se han realizado diversos estudios comparando el tratamiento grupal de orientación cognitivo conductual e interpersonal. Wifley y otros (1993) hicieron un estudio con 56 mujeres. Había tres grupos: terapia de grupo cognitivo conductual, terapia de grupo interpersonal y grupo de pacientes en lista de espera. El tratamiento duraba dieciséis semanas. Las sesiones eran semanales. Los pacientes que acudían a terapia de grupo redujeron los atracones. Las conclusiones obtenidas fueron que la conducta alimentaria y el factor interpersonal, son centrales en la comprensión y tratamiento de la bulimia. Nevonen y Broberg (2006) realizaron otro estudio donde comparaban dos formatos de tratamiento (individual y grupal) en pacientes diagnosticados de bulimia nerviosa. El tratamiento consistía en veintitrés sesiones, al principio las sesiones eran de orientación cognitivo conductual seguida de terapia interpersonal. No encontraron diferencias significativas entre el formato individual y el grupal, ambos funcionaron bien. Grupo de atención continuada Estos grupos están destinados a los pacientes resistentes donde el trastornos de la conducta alimentaria se considere crónico. Ofrecen un tratamiento de apoyo, poco exigente y a largo plazo. El objetivo se centra en mejorar la adaptación social, dejando de lado el cuerpo y la alimentación. Los grupos eran de frecuencia semanal. Los pacientes tenían una media de 30 años y llevaban enfermos 13 años. Tenían seguimiento médico. Uno de los aspectos positivos del grupo es el sentimiento de aceptación e intimidad (Harper-Giuffre y MacKenzie, 1996). ¿Grupos homogéneos o heterogéneos? En cuanto a la composición del grupo, es recomendable que este tipo de pacientes se integren en grupos homogéneos ya que es característico que estos pacientes presenten una máscara de normalidad y adaptación social. Así, en un grupo heterogéneo podría ser difícil hallar y comprender su psicopatología y apenas obtener beneficio de las interacciones grupales (Harper-Giuffre y MacKenzie, 1996). 89 Los pacientes diagnosticados de anorexia nerviosa se integran peor que aquellos que tienen un diagnóstico de bulimia nerviosa, ya que las defensas de los primeros son mayores. Se pueden combinar pacientes de ambos diagnósticos en un mismo grupo, pero con el fin de que no se aísle a ningún paciente por su diagnóstico, se recomienda que haya mínimo dos pacientes de cada categoría clínica (Harper-Giuffre y MacKenzie, 1996). A la hora de hacer grupos es importante y conveniente tener en cuenta no solo el diagnóstico sino también en qué estadio del cambio (modelo de Prochaska y Di Clemente) (Prochaska y Di-Clemente, 1982) se encuentra el paciente con el fin de agruparlos por estadios (Tabla 1 de la página siguiente). Se podrían agrupar los pacientes que estuviesen en las fases iniciales (1, 2) y otro grupo para aquellos que se encuentren en las fases del cambio propiamente dicho. Así los pacientes que se encuentren en las dos primeras fases se recomienda que acudan a un grupo de iniciación, psicoeducativo (Pérez Sales, 1998). Tabla 1: Estadios del cambio 90 CONCLUSIONES La intervención grupal en este tipo de trastornos puede servir como elemento coadyuvante en el tratamiento sobretodo en situaciones de alta carga asistencial donde el tiempo de intervención individualizada se limita. Se ahorra tiempo y recursos humanos. Además, evita que la persona se aísle. Puede compartir sus experiencias, emociones, conflictos con personas que están en su misma situación. Aunque resulte beneficioso hay que ser cautos y valorar las dificultades antes de embarcarse en esta ardua misión. Así, será frecuente encontrarse con pacientes con baja autoestima y sensibilidad a las críticas por lo que costará que acudan y/o permanezcan en el grupo. Se recomienda limitar el tema de la comida y el peso a aquellos momentos donde específicamente se decida hablar de ello (Agència d’Avaluació de Tecnologia i Recerca Mèdiques de Cataluña, 2009; Pérez Sales, 1998). 91 9. Terapia de grupo en los trastornos de personalidad Lara Kehrmann Irisarri INTRODUCCIÓN Según el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-IV-TR) el diagnóstico de trastorno de la personalidad solo es posible cuando los rasgos de personalidad son tan disfuncionales y disruptivos que hay un deterioro y perturbación en la vida personal, social y /o laboral de la persona (American Psychiatric Association, 2002). En las últimas décadas, los trastornos de la personalidad (en especial los tipos borderline y narcisista) han suscitado un interés considerable. Son considerados un desafío terapéutico debido a su escasa motivación para el cambio y a su dificultad para seguir un tratamiento (Cramer Anzima, 1996). Últimamente, la tendencia en salud mental ha sido hacer tratamientos con menos costes. Aquí se incluiría el tratamiento grupal, que suele ser el formato más aceptado para este tipo de pacientes. Los rasgos de personalidad se manifiestan abiertamente en las interacciones con los otros, tanto con los demás componentes del grupo (con quienes se pueden identificar), como con el terapeuta (Cramer Anzima, 1996). Ante el despliegue de sus comportamientos disfuncionales los otros pueden ayudarles a cambiar con ideas y sugerencias (Piper y Ogrodniczuk, 2007). Dos elementos clave para un proceso terapéutico grupal productivo serían: la cohesión grupal (lazos, actitudes y compromiso entre los miembros del grupo) y la alianza terapéutica (definida como la relación que desarrolla cada paciente con el terapeuta del grupo) (Marziali y otros, 1997). TRASTORNOS ESPECÍFICOS: TIPOS DE GRUPOS 92 Dentro de los trastornos de la personalidad, la mayoría de experiencias de tratamiento grupal descritas en la literatura se centran en el tipo límite o borderline. Este tipo de pacientes se caracterizan por la impulsividad, la desregulación emocional, la afectividad negativa y por mantener relaciones interpersonales disfuncionales (Clarkin y otros, 2007). La terapia de grupo es un tratamiento indicado y eficaz y se suele combinar con la psicoterapia individual (Piper y Ogrodniczuk, 2007; Melendo Granados y Cabrera Ortega, 2009). De hecho, la terapia de grupo se puede considerar una preparación para el tratamiento individual, de tal manera que el grupo les permite diluir la intensidad de emociones y permite reducir la escisión del self y de los otros (Cramer Anzima, 1996; Horowitz, 1987). Este formato ofrece al paciente la oportunidad de comprender sus mecanismos de defensa: la escisión y la identificación proyectiva (Melendo Granados y Cabrera Ortega, 2009). Además de servir de laboratorio donde observar sus interacciones interpersonales desadaptativas y aprender otras nuevas. Un espacio donde los otros pueden servir de freno a las conductas impulsivas y ayudar a fijar límites (Gunderson, 2010). Es recomendable que los grupos sean homogéneos (Melendo Granados y Cabrera Ortega, 2009). Las dificultades residen en los otros pacientes del grupo. Les pueden percibir como agresivos, impredecibles, ofensivos y traidores. Los pacientes borderline pueden expresar emociones intensas de manera inesperada (Cramer Anzima, 1996; Piper y Ogrodniczuk, 2007). La transferencia se diluye en el grupo evitándose que se concentre la transferencia negativa en el terapeuta y fomentando la identificación con otros pacientes. La contratransferencia a su vez es menos intensa o está también más diluida, ya que en ocasiones la terapia de grupo se hace en coterapia. De este modo, tanto las reacciones transferenciales como contratransferenciales son más difusas y se pueden tolerar mejor (Piper y Ogrodniczuk, 2007; Marziali y otros, 1997; Melendo Granados y Cabrera Ortega, 2009; Gabbard, 2002). En cuanto al tratamiento ambulatorio, se describen distintos grupos en función de la orientación teórica y los objetivos de los mismos: los grupos de capacitación y las terapias de orientación psicodinámica (Gunderson, 2010). Grupos de capacitación Estas terapias suelen ser de corta duración y el objetivo principal es una mejoría a nivel conductual. Trabajan fundamental-mente con el déficit en la regulación emocional y conductual y estimulan a los pacientes a que procesen las emociones más que a controlarlas. El papel del terapeuta es de didacta y colaborador. En los últimos años se han desarrollado cuatro terapias de grupo de capacitación: TDC (terapia dialéctico conductual), PISA (intervención de grupo psicosocial/psicoeducacional para personas con intentos recurrentes de suicidio), 93 STEPPS (formación en sistemas para la previsibilidad emocional y resolución de problemas) y ABERG (intervención de grupo de regulación emocional basada en la aceptación). Se describen a continuación en la tabla de la página siguiente (Gunderson, 2010). Terapias de grupo psicodinámicas Psicoterapia de grupo interpersonal: Es de orientación psicodinámica. Las relaciones interpersonales disfuncionales son un factor clave tanto en la etiología como en el diagnóstico de trastorno límite de la personalidad. Ante un problema en las relaciones interpersonales (las cuales son intensas e inestables) aparece una conducta sintomática (por ejemplo: intentos de suicidio o autolesiones). Esta manera de relacionarse la van a trasladar a la terapia ya sea grupal o individual. Módulos de capacitación: similitudes y diferencias (Gunderson, 2010) 94 El grupo provee un espacio donde los pacientes observan y reflexionan acerca de las dificultades en las relaciones interpersonales. Además, les sirve para probar las expectativas que tienen de uno mismo y de los otros. Es un espacio de contención donde se trabaja el autocontrol y se intentan debilitar las defensas patológicas. A diferencia de la TDC, en este tipo de grupos se evitan los consejos y las pautas psicoeducativas (Gunderson, 2010; Marziali y Munroe-Blum, 1995). Terapia de grupo basada en la mentalización: Es una combinación de teoría psicoanalítica y una técnica de desarrollo de capacidades. El objetivo es aprender la técnica psicoeducativa de la mentalización 95 (prestar atención de forma deliberada, en el aquí y ahora y sin juzgar). Un ejemplo es el programa de Tobias, Haslam-Hopwood, Allen y otros (2006): ofrecen sesiones de grupo de frecuencia semanal de 50 minutos, durante seis-ocho semanas. Admiten hasta 24 pacientes por sesión (Gunderson, 2010). En función de la duración de la terapia de grupo se puede hacer una clasificación (Guimón, 2003): Larga duración: El tratamiento grupal a largo plazo obtiene resultados positivos en cuanto a un mejor funcionamiento del self (Guimón, 2003) y a nivel interpersonal (Schreter, 1978). Además, hay una disminución de los comportamientos regresivos (Horowitz, 1987). Como ejemplos estarían la terapia dialectico-conductual de Linehan (1993) descrita anteriormente o el enfoque de la gestión de relaciones de Dawson y MacMillan (1993). Este último es un formato de tratamiento grupal a largo plazo donde los pacientes pueden asistir las veces que quieran. Un tercio de los pacientes asisten de manera regular, el 15% intermitentemente y otra proporción de pacientes llegan a estar entre uno y dos años. No se permiten los acting-out. Parten de la premisa de que estos pacientes son vulnerables y el rol a adoptar por el terapeuta es de neutro y no directivo. Corta duración: Suelen ser de orientación cognitivo-conductual. Nos encontramos con distintas experiencias. Budman y otros (1996) aplican una terapia de grupo durante 18 meses. Obtuvieron resultados positivos; cambios en la autoestima y disminución de síntomas. MacKenzie (1997) lleva a cabo una terapia basada principalmente en técnicas de autogestión y en el manejo de las relaciones interpersonales. Desarrolla un grupo de tamaño reducido de un año académico de duración (35 sesiones). Se ofrece la posibilidad de hacer un segundo año. Gunderson (1999) desarrolla y prueba la eficacia de los programas psicoeducativos en esta población. En cuanto a la investigación, se han realizado diversos estudios: Schreter (1981) llevó a cabo un estudio con 12 pacientes diagnosticados de trastorno límite de la personalidad tratados en grupos heterogéneos. El enfoque era poco confrontativo y el objetivo era el aumento del insight. Los resultados fueron positivos ya que hubo una disminución del uso de los servicios sanitarios, menos citas, y una mejoría en el manejo emocional y de las relaciones interpersonales (Cramer Anzima, 1996; Schreter, 1981). Macaskill (1982) hizo un estudio con nueve mujeres diagnosticadas de trastorno límite de la personalidad. El abordaje estaba basado en la terapia interpretativa focalizada. Se mostró mejoría en insight, comprensión de sí mismos así como en 96 sentimientos altruistas (Cramer Anzima, 1996; Macaskill, 1982). Linehan (1987) realiza el primer estudio de ensayo con control aleatorio con 22 mujeres límte parasuicidas. El formato de tratamiento era terapia individual combinada con la terapia grupal de orientación dialéctico-conductual. Los resultados fueron positivos: disminución de los episodios parasuicidas y de comportamientos disfuncionales y una mejoría en el estatus laboral (Cramer Anzima, 1996; Linehan, 1987). Kretsch, Goren y Wasserman (1987) realizaron un estudio con pacientes neuróticos y límites en tratamiento combinado (terapia individual y grupal de orientación dinámica). El tratamiento era individualizado, de tal manera, que había pacientes que estaban en terapia individual, otros en el grupo y otros en terapia combinada. Se observó una mejoría en el funcionamiento yoico en ambos grupos de pacientes en la terapia individual, con o sin tratamiento grupal. Los pacientes límite que acudieron a terapia de grupo, mejoraron clínicamente. Sin embargo, los neuróticos mejoraron en algunas funciones yoicas pero aumentaron los problemas en sus relaciones objetales y el contacto con la realidad. La conclusión de los autores fue que la terapia grupal produce cambios que no se observan durante la terapia individual (Cramer Anzima, 1996; Kretsch y otros, 1987). Salvendy (1989) realizó un estudio de un abordaje grupal de duración limitada (18 sesiones). Dos de ellas estaban orientadas al insight y el resto eran de orientación cognitivoconductual. Le pareció un tratamiento demasiado breve y como sugerencia a mejorar, la aplicación del tratamiento grupal como complemento a la terapia individual (Cramer Anzima, 1996; Salvendy, 1989). Marzialy y Munroe-Blum (1994). Hicieron un estudio donde se comparaba la terapia interpersonal en grupo limitada en el tiempo (25 sesiones semanales de 90 minutos y posteriormente una sesión cada quince días durante las diez semanas siguientes. Un total de 30 sesiones) con psicoterapia individual semanal sin límite tiempo. No se apreciaron diferencias estadísticamente significativas (Piper y Ogrodniczuk, 2007; Marzialy y Munroe-Blum, 1994). Por otro lado, en relación al resto de tipos de trastorno de personalidad hay menos descrito y consensuado. Se recomienda el tratamiento grupal a los pacientes cuyo principal déficit que experimentan es en el mundo social (trastorno esquizoide y trastorno esquizotípico de la personalidad). Así, se podría lograr un aprendizaje social a través de un contacto estructurado con otras personas. El grupo les sirve de laboratorio para el desarrollo de las habilidades sociales básicas (Cramer Anzima, 1996; Piper y Ogrodniczuk, 2007). El tratamiento grupal está indicado y suele ser útil para los pacientes diagnosticados de trastorno de la personalidad por evitación. Algunos miembros del grupo satisfarán sus necesidades de dependencia y otros, por el contrario, las frustrarán y confrontarán su actitud general de que los otros se hagan cargo de sus vidas. Uno de los riesgos del 97 tratamiento grupal es que de manera iatrogénica se fomente la dependencia con el grupo (Cramer Anzima, 1996). Se han realizado distintos estudios. Cappe y Alden (1986) llevaron a cabo un tratamiento conductual breve de ocho semanas de duración (dos horas semanales).Los pacientes que estuvieron en un tratamiento combinado de exposición gradual y entrenamiento en relaciones interpersonales habían mejorado significativamente más que los que estuvieron solo en tratamiento de exposición gradual o en lista de espera. Alden (1989) investigó tres modalidades de terapia de grupo breve (dos horas y media durante diez semanas). Los sujetos que participaron en la terapia de grupo mejoraban significativamente versus los pacientes en lista de espera (Piper y Ogrodniczuk, 2007). La terapia de grupo también puede ser útil para los trastornos obsesivos compulsivos de la personalidad. Si bien, se corre el riesgo de que se comporten como un terapeuta más, asumiendo un rol de coterapeuta. También se recomienda este formato de tratamiento a los trastornos de personalidad por dependencia. Se recomienda el tratamiento grupal, ya que puede ser una buena oportunidad para aprender a ser más independientes y expresar más sus vivencias, dificultades, pensamientos y emociones (Cramer Anzima, 1996; Piper y Ogrodniczuk, 2007). A veces, el formato grupal no siempre es el tratamiento más indicado para determinados tipos de trastorno de la personalidad. Así, los pacientes diagnosticados de trastorno histriónico de la personalidad pueden dinamizar los grupos aportando energía, actividad y gran variedad de afectos (Cramer Anzima, 1996; Piper y Ogrodniczuk, 2007). Sin embargo, tienden a eclipsar el grupo, demandando ser el centro de atención. Así, el formato grupal solo será posible en combinación con un tratamiento individual (Gunderson, 2010). Del mismo modo, la terapia de grupo con pacientes diagnosticados de trastorno de la personalidad narcisista es difícil y puede llegar a ser problemática. A veces, la derivación a una terapia de grupo la pueden vivir como un rechazo o como una falta de interés en el paciente. El rol del terapeuta consistiría en confrontar, interpretar y aceptar el comportamiento grandioso y abusivo en el momento actual y que los otros miembros del grupo observarán (Cramer Anzima, 1996; Gunderson, 2010). El grupo, puede ser un espacio donde hacer un despliegue de que es un ser único y especial. Desean monopolizar las discusiones del grupo, opinan acerca de las dificultades de los demás y niegan las propias. Pueden disfrutar de tener una audiencia pero a veces se pueden sentir disgustados al ver que el terapeuta escucha y atiende las demandas de otros (Gunderson, 2010). Suelen ser elegidos como chivos expiatorios. Además, la tasa de abandono de este tipo de pacientes es alta (Piper y Ogrodniczuk, 2007; Gunderson, 2010). En relación al trastorno paranoide de la personalidad, en el caso de los grupos heterogéneos, la posibilidad de aceptar en el grupo a un paciente diagnosticado de trastorno paranoide de la personalidad depende de diversos factores como serán, la composición del grupo, momento del proceso grupal, sentimiento de autoeficacia del 98 terapeuta y el encaje del paciente con la personalidad del terapeuta (Cramer Anzima, 1996). Por último, el tratamiento grupal ambulatorio está contraindicado para el trastorno antisocial de la personalidad. Entre otras razones, por la falta de respeto a las normas sociales, y por ende, a las del grupo (Cramer Anzima, 1996; Piper y Ogrodniczuk, 2007). TIPOS DE GRUPOS Según el modelo teórico en el que se base el grupo encontramos distintos tipos (Cramer Anzima, 1996): Grupos de orientación psicodinámica: se recomiendan para pacientes con una sintomatología menor. Suelen estar diseñados para una intervención a largo plazo. Esto permite una mayor vinculación entre los pacientes y con el terapeuta. Grupos basados en estrategias cognitivas y educacionales: se recomiendan para las intervenciones iniciales. Según la duración del tratamiento, nos encontramos con grupos de: Corta duración: grupos de menos de veinte sesiones semanales. Los objetivos de estos grupos están centrados en comportamientos o síntomas específicos. Larga duración: estos grupos suelen durar entorno a uno o dos años con una o dos sesiones semanales. Se centran en las relaciones interpersonales y se basan en la idea de que el grupo representa la sociedad. Así, el comportamiento del paciente en el grupo se entiende como un reflejo de cómo se comporta en su vida. El objetivo del grupo está enfocado a lograr cambios a un nivel más profundo; cambiar los rasgos básicos así como la estructura de personalidad. En combinación con una psicoterapia individual a largo plazo, este sería el tratamiento ideal (Piper y Ogrodniczuk, 2007). CONCLUSIONES En general, tanto la literatura como las diversas investigaciones realizadas en los últimos años avalan que se pueden obtener resultados favorables con el tratamiento grupal para los trastornos de la personalidad, y en particular con los tipos límite (Piper y Ogrodniczuk, 2007). 99 10. Terapia de grupo en la atención a la psicosis Vanesa Corella Bazaco INTRODUCCIÓN Definición de enfermedad mental grave y duradera El tratamiento psicoterapéutico y la atención de los enfermos mentales crónicos es uno de los objetivos prioritarios de la salud mental nacional. El descubrimiento de nuevos tratamientos psicofarmacológicos, así como la evolución de la filosofía y la política de la salud mental pública, ha llevado a la desaparición progresiva de los grandes hospitales psiquiátricos, produciendo un gran flujo de pacientes que se atienden en el seno de la comunidad, incrementando el volumen de estos servicios (Stone, 1996). Según el Instituto Nacional de Salud Mental de Estados Unidos (National Institute of Mental Health, 1987) se entiende por enfermo mental crónico o trastorno mental grave aquel que incluye tres dimensiones: Diagnóstico: se refiere a personas que sufren trastornos psiquiátricos graves, fundamentalmente psicosis y especialmente esquizofrenia; así como psicosis maniaco-depresivas, trastornos depresivos graves, trastorno delirante y otros como algunos trastornos graves de personalidad. Duración de la enfermedad y del tratamiento: el criterio de duración del trastorno intenta discriminar al grupo de personas que presentan trastornos de duración prolongada y descartar los casos que, aunque puedan presentar síntomas o diagnósticos de gravedad, aún tengan un tiempo corto de evolución y por tanto un pronóstico todavía no muy claro. Presencia de discapacidad: existencia de una disfunción moderada o grave del funcionamiento global, medido a través del GAF (Global Assesment of Functioning [APA, 1987]), utilizando como punto de corte la puntuación correspondiente a afectación leve (70 o menos) en los casos 100 más restrictivos, o el de moderado (inferior a 50) que indica importante gravedad de los síntomas con afectación grave en el funcionamiento y competencia social. En síntesis, la población enferma mental crónica incluye a aquellas personas con trastornos mentales graves y crónicos (el paradigma es la esquizofrenia) que a consecuencia de los mismos presenta un deterioro en sus capacidades y en su nivel de funcionamiento psicosocial, lo que les lleva a tener dificultades para su desenvolvimiento autónomo en la comunidad y por tanto para su integración social. Evolución de los programas de continuidad de cuidados Podríamos considerar los programas de continuidad de cuidados como el siguiente desarrollo pendiente de una reforma de la atención psiquiátrica que comenzó en España en los años ochenta del siglo XX, casi dos décadas después de que comenzara en Estados Unidos y en países como Inglaterra, Francia o Italia. La reforma psiquiátrica se ha considerado tradicionalmente como el proceso de desinstitucionalización de los pacientes ingresados en los hospitales psiquiátricos, el cierre o transformación profunda de los mismos, y el desarrollo sustitutivo de servicios comunitarios, principalmente los servicios de salud mental comunitarios y otros dispositivos intermedios (residenciales, de día, de rehabilitación laboral o psicosocial). En teoría, esto iba a proporcionar un sistema alternativo de atención (que sólo iba a necesitar ser complementado con breves y ocasionales estancias en las unidades de los hospitales generales) a los pacientes graves y crónicos que la desinstitucionalización hizo salir de los hospitales psiquiátricos. Pero en los países pioneros se constató que la desinstitucionalización y el desarrollo de servicios de salud mental comunitarios resultaban insuficientes para mantener a las personas con trastorno mental grave en la comunidad y los programas de continuidad de cuidados fueron una de las respuestas a esa situación (Alonso, 2007a). En España, el aislamiento político y cultural durante la dictadura, supuso un rechazo a cualquier cambio que fuera una crítica al sistema y, con ello, un retraso en la implantación del modelo comunitario. Finalmente, durante la transición política, se permite una mayor apertura a la sensibilización hacia este tipo de abordaje y hacia la integración de los pacientes mentales. En 1983 el Ministerio de Sanidad constituyó una comisión para definir la reforma psiquiátrica y, en 1986, la Ley General de Sanidad, permite equiparar a los enfermos mentales con el resto de pacientes. Con el ejemplo de otros países, había quedado claro que la mera externalización, no garantizaba la integración de los pacientes y que precisaba de una importante inversión económica para ofrecerles atención continuada (Alonso, 2007a; Alonso y otros, 2004). A principios de 1986, en el contexto del proceso de reforma, el programa de seguimiento del antiguo Hospital Psiquiátrico Nacional de Leganés es el primer intento 101 del que hay constancia en nuestro país de introducir este tipo de programas en la atención a los pacientes graves y crónicos y su transformación en una red de servicios de base comunitaria (Alonso, 2007a; Alonso y otros, 2004). Se lleva a cabo recogiendo los planteamientos de los programas desarrollados en otros países y se organiza como un programa longitudinal y transversal para pacientes que presentan deterioro, déficits o minusvalías causadas por su enfermedad mental y que requieren o se prevé que van a requerir el uso simultáneo o sucesivo de varios dispositivos de la red, tanto sanitarios como sociales. Se organiza con base en los centros de salud mental de Leganés y Fuenlabrada (Madrid), desde subequipos de los mismos, integrados por diplomados en enfermería, trabajadores sociales y, en el caso de Fuenlabrada, auxiliares de enfermería, con el apoyo de un psiquiatra que coordina las acciones del equipo (Alonso, 2007a; Alonso y otros, 2004). Pocos meses después, en 1991, se desarrollan, con planteamientos idénticos, los programas del Área 3 de Madrid (a la que se traslada uno de los promotores de los anteriores), desde los centros de salud mental de Alcalá y Torrejón, donde se confeccionan instrumentos estandarizados para la evaluación de los pacientes y la construcción de los planes individualizados de continuidad de cuidado (Fernández Liria, 1995a). En 1998 la Comisión Regional de Rehabilitación de los Servicios de Salud Mental de la Comunidad de Madrid se plantea como uno de sus objetivos la puesta en marcha de programas de seguimiento en los Servicios de Salud Mental, elaborando unas recomendaciones sobre cómo deben implantarse. El trabajo de un grupo de expertos creado por el Departamento de Salud Mental de Madrid es, en 2001, vinculado a la confección del Plan de Salud Mental 2003-2008 (Consejería de Sanidad de la Comunidad de Madrid, 2002), y su implantación se constituye como uno de sus objetivos prioritarios. Pasan a denominarse programas de continuidad de cuidados y se crea la figura del coordinador de cuidados de salud mental, desarrollándose guías específicas para la implantación del programa en los servicios y para la confección del plan de atención integral. Desde la segunda mitad de los noventa se han desarrollado en todo el Estado español otros programas que atienden a los mismos problemas con algunas diferencias en sus planteamientos y vinculación con el sistema de atención a la salud y los trastornos mentales (Alonso, 2007a; Alonso y otros, 2004). Definición y modelos de programas de continuidad de cuidados La confluencia entre el desarrollo de los centros de salud comunitarios y la progresiva evidencia de que resultaban insuficientes para los pacientes más graves, la expansión progresiva del tratamiento asertivo comunitario y el desarrollo de sistemas de case management que incorporan diversos grados de intensidad, trabajo en equipo y provisión directa de servicios, ha dado lugar a la progresiva expansión de variedad de programas de continuidad de cuidados (Alonso, 2007a). 102 Estos programas constituyen una forma de organizar el acceso a atención que precisan las personas con trastorno mental crónica. No son tratamientos en sí mismos sino el vehículo a través del cual se van facilitar los tratamientos, rehabilitación, cuidados y apoyo necesarios. Se trata de programas en los que se asigna a un profesional (o, a veces, a un paraprofesional) o un equipo específico, un paciente que, debido a un trastorno mental, va a tener que usar sucesiva o simultáneamente un abanico de diversos recursos de salud mental, sanitarios, sociales o comunitarios (Fernández Liria y otros, 1990; Fernández Liria, 1995b; Donas y otros, 1997; Alonso y otros, 2004). Siguiendo a Thornicroft y Tansella (La matriz de la salud mental), definimos la continuidad de cuidados como la capacidad de los servicios pertinentes para ofertar intervenciones capaces de mantener una coherencia a corto plazo, tanto dentro de un equipo como entre equipos (continuidad transversal), o que formen una serie ininterrumpida de contactos durante un período más prolongado de tiempo (continuidad longitudinal) (IMSERSO, 2007). Mueser (citado en Alonso, 2007a) propone seis modelos distintos (ver tabla de la página siguiente): 1. 2. 3. 4. 5. 6. Modelo de agencia de servicios (broker case management). Case management clinic. Case management intensive. Tratamiento asertivo comunitario. Modelo de competencias. Modelo rehabilitador. El modelo que más apoyo ha recibido por parte de estudios experimentales ha sido el de tratamiento asertivo comunitario y el modelo de case management, aunque con conclusiones más controvertidas debido a la variedad de modelos de case management existentes. En ese sentido, las conclusiones reflejadas por algunos estudios (revisiones Cochrane) aconsejan tomar con cautela las recomendaciones que concluye descartar este modelo (Alonso, 2007a). 103 Efectividad de los programas de continuidad de cuidados. Resultados del estudio IPSE En el año 2002 se puso en funcionamiento el estudio IPSE (Impacto de Programas de Seguimiento y Cuidados en la Atención a las Personas con Trastornos Esquizofrénicos en la Comunidad) que tiene como objetivo evaluar el impacto de estos programas en los sujetos con diagnóstico de esquizofrenia atendidos en los programas de continuidad de cuidados de tres servicios de salud mental de la Comunidad de Madrid. Los resultados muestran que, tras la entrada en el programa de continuidad de cuidados, se produce una reducción en el uso de la hospitalización en todas la variables estudiadas: ingresa un menor porcentaje de sujetos y un menor porcentaje visita la urgencia; cada sujeto tiene menos ingresos y se producen menos visitas a la urgencia por 104 sujeto; se producen menos días de ingreso y los ingresos son más cortos. Otro resultado destacable es el hecho de que la reducción en el uso de la hospitalización se mantiene en los cuatro años siguientes (Alonso, 2007b). Impacto de los programas de continuidad de cuidados sobre otras variables: estos programas mejoran la adherencia a los tratamientos, ayudan a reducir los ingresos hospitalarios, mejoran la satisfacción de los pacientes y su calidad de vida (Alonso, 2007a; Fernández Liria y García, 1990). Como señala Lamb, el case management ha sido uno de los instrumentos de eficacia más probada de los utilizados por dicho movimiento, tanto en términos de reducción de reingresos como de mejora de la calidad de vida u otros parámetros de integración social (del Olmo, 2007). ABORDAJE GRUPAL AMBULATORIO EN LOS PROGRAMAS DE CONTINUIDAD DE CUIDADOS Aspectos teóricos y clínicos de la terapia grupal El tratamiento grupal exclusivo de los pacientes crónicos ha resultado ser ineficaz. La terapia es sólo una parte de la gran variedad de necesidades de estos pacientes (Stone, 1996), a los que hay que sumar ciertas necesidades comunes (alimentación, higiene, salud, alojamiento, seguridad, convivencia, afecto, sexualidad, apoyo social y familiar, trabajo, etc.) además de las dificultades y necesidades específicas vinculadas a la problemática psiquiátrica y psicosocial peculiar de este colectivo. El equipo de un programa de continuidad de cuidados designa una persona, denominada coordinador de cuidados (o comúnmente tutor) que supervise la totalidad del plan de actuación individualizado, tenga contacto frecuente con el paciente y le acompañe durante todo el proceso, facilitando a la persona incluida en el mismo las prestaciones de tratamiento, rehabilitación, cuidados y apoyo comunitario más adecuadas a su patología y a su momento vital. Se encargará de: Actividades de apoyo, acompañamiento y asesoramiento al paciente. Control de adherencia al tratamiento. Detección de posibles descompensaciones. Orientación a actividades grupales (psicoterapia, grupos de apoyo, grupos de actividades de ocio, tiempo libre, etc.). Entrevistas y trabajo con la familia y otras personas relacionadas con el paciente. Coordinación con cada dispositivo específico donde se encuentre el paciente. Conexión y coordinación con los recursos sociales y comunitarios en los 105 que se pretende integrar al paciente. Seguimiento de la integración en estos recursos. No obstante, a pesar de que la terapia grupal es sólo una parte de las necesidades de estos pacientes, se ha correlacionado la eficacia de la red de asistencia social no familiar con una prognosis positiva, tanto para los trastornos del estado de ánimo de episodio único como para los trastornos esquizofrénicos (Erickson y otros, 1989). En este sentido también es importante que el programa de continuidad de cuidados cuente con sus propias actividades grupales que además van a tener el valor añadido de que van a facilitar que otros miembros del equipo tengan contacto con los pacientes y la observación directa en otros contextos diferentes. Algunas de las terapias grupales incluidas en los programas de continuidad de cuidados están destinadas a: 1. Grupos de rehabilitación psicosocial y apoyo a la integración social. 2. Intervenciones grupales en trastornos de personalidad: a través de grupos psicoeducativos de preparación para el cambio (multifamiliares, para pacientes o familia y pacientes en conjunto), así como derivación a grupos de rehabilitación psicosocial, si fuera preciso en cada caso. 3. Continuidad de cuidados en el programa infanto-juvenil: destacan los grupos de apoyo o psicoeducativos (tanto para pacientes como familiares), de relajación, de resolución de problemas para reducir las conductas desadaptativas. 4. Intervención temprana en psicosis. Otros capítulos de este manual se dedicarán por entero a los trastornos de personalidad y a la población infanto-juvenil, por lo que en lo que nos concierne nos centraremos en los puntos 1 y 4. Grupos de rehabilitación psicosocial y apoyo a la integración social Orientados principalmente para enfermos mentales crónicos. Como se ha indicado, a pesar de la mejoría y control de la sintomatología psiquiátrica que se deriva de los tratamientos en la atención de salud mental, muchas de las personas que sufren una enfermedad mental grave no están condicionadas por el diagnóstico, sino por la cronicidad, así como por los variados déficits y discapacidades que dificultan su desenvolvimiento autónomo y su integración en la vida cotidiana comunitaria (Del Olmo, 2007). Por ello, estos grupos persiguen una rehabilitación psicosocial que ayude a los pacientes a recuperar y/o adquirir las capacidades y habilidades necesarias para vivir y relacionarse en la comunidad; y que les apoyen de un modo flexible y continuado para 106 favorecer su integración social efectiva en sus entornos sociales y familiares. La mayor parte de estos grupos rehabilitadores ambulatorios son llevados a cabo en centros de día o de rehabilitación psicosocial. Otros, como grupos de apoyo o psicoeducación tanto a pacientes como familiares pueden realizarse en el centro de salud mental. Las consideraciones técnicas de estos grupos están vinculadas a los objetivos terapéuticos y a la evaluación de los principales déficits y conflictos de los pacientes crónicos. Existe un continuo que va desde la resolución de problemas prácticos o el entrenamiento de las habilidades hasta la provisión de apoyo para la exploración de las dinámicas internas. Las técnicas pueden explorarse a través de tres niveles: 1) Las terapias orientadas hacia el insight: ayudan a los participantes a incrementar la comprensión de sus respuestas inadecuadas internas y externas, donde también se exploran las transferencias grupales. El marco es generalmente un centro terapéutico de día en el que se atienden y estructuran también otras facetas de la vida de los pacientes (Klein, Orleans y Soule, 1991). 2) El entrenamiento en habilidades sociales: estos grupos subrayan la importancia de la identificación y resolución de los problemas específicos, el uso del role playing, prácticas de asertividad y la asignación de tareas para modificar la conducta (Hierholzer y Liberman, 1986) con el fin de ir corrigiendo déficits interpersonales que interfieren en su funcionamiento cotidiano. Cuando los pacientes practican habilidades en el grupo, el terapeuta debe encontrar el modo de reforzar los elementos positivos mostrados en el role playing, tales como el contacto visual, tono de voz y posturas corporales. Después de darse el refuerzo, se ofrece un feedback para corregir. En este contexto, el terapeuta debe permanecer activo, animando y ayudando a los pacientes de forma tan específica como sea necesario. 3) Las terapias de apoyo: proveen de una sensación de pertenencia, disminuyen el aislamiento y refuerzan las capacidades de manejo y resolución de problemas en el mundo externo. Así, el apoyo es un elemento fundamental en todo tipo de tratamiento ya que implica que el terapeuta es fiable, está interesado y va a hacer un esfuerzo por comprender los problemas del paciente. Además, el encuadre grupal facilita los sentimientos de eficacia, tanto por parte del que da los consejos como del que los recibe. Se considera que muchos pacientes crónicos no están suficientemente motivados para el tratamiento, aún así vienen a terapia en busca de alguna forma de contacto humano, incluso si están asustados con la perspectiva. En el tratamiento de apoyo, el respeto por las defensas en un contexto de ánimo y las expectativas de cambio, son factores fundamentales. 107 Las tareas terapéuticas incluyen el favorecimiento del contacto con la realidad, la resolución de problemas y el fomento de las expectativas. El setting grupal supone la posibilidad de universalización, disminución del aislamiento social, reconocimiento y refuerzo por parte de los compañeros y el terapeuta, así como la posibilidad de compartir los métodos más eficaces para abordar la ansiedad. Asimismo, otra de las estrategias de apoyo consiste en ofrecer psicoeducación o información sobre la enfermedad del paciente, papel de la medicación o disponibilidad de tratamientos alternativos. El terapeuta debe intentar establecer vínculos entre los miembros y no dejar que un paciente se sienta solo para que compartan las experiencias de su enfermedad. La mayoría de los grupos de pacientes crónicos, en relación a la estructura grupal, no desarrollan la cohesividad de la misma manera que los grupos compuestos por miembros que tienen un buen funcionamiento relativo. La psicopatología de los pacientes es tal que la asistencia irregular es la norma, por lo que una estrategia de vinculación flexible permite a éstos asumir alguna responsabilidad sobre su tratamiento e invertir parcialmente su sensación de falta de poder. El grupo de apoyo está particularmente indicado a pacientes con un déficit en sus relaciones interpersonales, factor prácticamente universal en los pacientes crónicos, que suelen caracterizarse por escaso interés y ausencia de motivación específica para integrarse en el grupo. Sin embargo, esta ausencia de motivación no implica una interferencia con la posible integración en el mismo. En este tipo de grupo se realizan algunas modificaciones del contrato tradicional en función de las estrategias propias (McIntosh y otros, 1991). Los elementos del contrato consisten en objetivos, asistencia (el terapeuta debería intentar que los pacientes se comprometan a asistir puntual y regularmente), contenido, contactos extragrupales (no se prohíben ni se recomiendan ya que el hecho de que los pacientes acaben por contactar entre sí fuera del grupo, a menudo es un paso que supone un incremento de su capacidad de relación, aunque en los casos que resulten contraproducentes puede ser necesario sacar del grupo a uno o ambos miembros) y confidencialidad (igual que en los demás grupos, se les transmite a los pacientes la importancia de mantener la confidencialidad y el anonimato de los miembros). Generalmente, la mayoría de los tratamientos grupales de enfermos crónicos son abiertos y sin terminación prefijada, aunque a veces se da la posibilidad de grupos cerrados, lo cual permite que los pacientes se vinculen y evolucionen juntos durante un período de tiempo. Dentro del proceso terapéutico, distinguimos tres etapas: Etapa pregrupo: los esfuerzos del terapeuta se dirigen principalmente a ayudar a que los pacientes abandonen la seguridad que les da el aislamiento y se muevan hacia un mayor contacto emocional. Es necesario fomentar la implicación empática de los pacientes recién incorporados al grupo con el terapeuta y los otros miembros. 108 Segunda etapa: la dinámica primordial es el intento del paciente de vincularse al terapeuta de forma segura. Suelen aproximarse directamente al terapeuta, quien contesta a algunas preguntas para fortalecer la relación terapéutica, pero también puede iniciar el proceso de relación entre los participantes, invitado a otros que hagan algún comentario. En las siguientes etapas el terapeuta hace un intento de encontrar un tema común en las asociaciones de los pacientes. Las temáticas del juego paralelo son bastante obvias, e indican que la participación de todos los individuos potencia la implicación recíproca de los miembros, quienes comienzan generalmente a dar sugerencias y recomendaciones para la resolución de problemas. TERAPIA GRUPAL CON PACIENTES ESQUIZOFRÉNICOS. INTERVENCIÓN TEMPRANA EN PSICOSIS La esquizofrenia es un desorden con causas y efectos biológicos, psicológicos y sociales (Kaplan y Sadock, 1989). Además de la intervención individual, la terapia grupal también puede resultar útil como complemento de la medicación para ayudar a los pacientes a manejar sus síntomas y mejorar sus habilidades de interacción con los demás, ya que por lo general, tanto las relaciones personales como familiares suelen estar dañadas. Se han realizado investigaciones con pacientes ambulatorios. A medida que avanzaba el tratamiento había más cohesividad y menos conflicto y los temas relacionados con el contacto con los demás fueron los que más se discutieron, resultando darse una mejoría significativa en una escala de tensión y ansiedad social aplicada de principio a fin del tratamiento (Kanas, 1996). Los temas que se discutieron más a menudo fueron los relativos a la mejoría de las relaciones sociales, seguidos de los referentes al contacto con la realidad (Kanas, 1996). Aspectos teóricos y clínicos de la terapia grupal con esquizofrénicos John Rosegrant (1988) afirma que hay tres enfoques teóricos principales (educativo, psicodinámico e interpersonal) para la terapia grupal de pacientes esquizofrénicos: 1. Enfoque educativo: el objetivo de este modelo consiste en ayudar a los pacientes esquizofrénicos a aprender a manejar sus problemas y síntomas más inmediatos, utilizando el consejo y las técnicas educativas. Las técnicas específicas se centran en la resolución de problemas, clases, consejos por parte del terapeuta, ejercicios grupales y, en algunos casos, tareas. 2. Enfoque psicodinámico: aunque el modelo no ignora la importancia de 109 los antecedentes biológicos y genéticos, se centra en la importancia de los aspectos psicológicos del encuentro terapéutico. El objetivo consiste en ayudar a que los pacientes logren una mayor comprensión de los conflictos que provocan sus déficits, y fracasos evolutivos, con el propósito de mejorar sus funciones yoicas y ayudarles a madurar, en el sentido de hacerles relativamente resistentes al proceso esquizofrénico. Se abordan los aspectos inconscientes y los transferenciales, se toman en consideración tanto los hechos del pasado como los problemas inmediatos. 3. Enfoque interpersonal: el modelo subraya el aislamiento social de los pacientes esquizofrénicos y las dificultades que tienen para interactuar con otras personas. A pesar de admitir la presencia de factores biológicos y genéticos, los teóricos interpersonales se centran en los problemas interpersonales actuales y las relaciones desadaptativas observadas en el grupo y creen que se produce un cambio más inmediato, cuando en las sesiones grupales se enfocan las interacciones en el aquí y el ahora. En líneas generales, diremos que el objetivo del tratamiento grupal consiste en ayudar a los pacientes a corregir sus patrones de desadaptación más permanentes, a través de experiencias emocionales correctivas grupales, por medio de animar a los pacientes a modificar sus conductas fuera del grupo. Gradualmente con el apoyo y la discusión, los pacientes comienzan a corregir sus déficits en el funcionamiento yoico y en las relaciones objetales, incrementando la sensación de dominio sobre sus vidas. El grupo debe ser percibido como un entorno seguro donde los miembros pueden discutir sus problemas e interactuar entre sí, en un marco relativamente libre de ansiedad y conflicto. Los terapeutas pueden contribuir a este ambiente de seguridad haciendo comentarios que impliquen apoyo y que se refieran a las tareas, a la vez que desvían la discusión del material ansiógeno. Las intervenciones terapéuticas deben ser claras, concisas y concretas, ya que los pacientes se encuentran desorganizados y confusos a causa de sus perturbaciones en el pensamiento así como de la medicación. La repetición de los mensajes importantes nunca es perjudicial, ya que orienta al paciente y le ayuda a recordar los puntos clave. En todas las sesiones se debe seguir la estrategia de identificar un tema relevante, pedir que los pacientes lo relacionen con situaciones concretas suyas, se den feedback mutuamente y luego animarles a compartir sus estrategias de manejo. Los pacientes terminan la sesión sintiendo que no están solos frente a sus síntomas, que tienen la oportunidad de manifestarse en un ambiente de apoyo, que han aprendido nuevas formas de abordar sus problemas y que se ha incrementado su sensación de dominio (Kanas, 1996). Intervención temprana en psicosis: 110 Una de las principales quejas de los familiares de las personas afectadas de una enfermedad mental grave es la de que ha pasado demasiado tiempo entre su primera consulta en el Servicio de Salud Mental y la derivación a un recurso de rehabilitación. Se considera que los clínicos responsables de estos casos derivan al programa de continuidad de cuidados personas con años de evolución de la enfermedad y nunca a jóvenes con un primer brote psicótico. En la mayoría de los pacientes con un primer episodio psicótico, el tratamiento antipsicótico continuo permite la remisión de los síntomas, pero esto no se traduce en una recuperación funcional. Se ha denominado período crítico a los tres primeros años de la enfermedad, dado que durante este lapso de tiempo se produce un mayor deterioro en el funcionamiento, recaídas sucesivas, síntomas resistentes al tratamiento y serias limitaciones de tipo personal, social y ocupacional. La evidencia reciente sugiere que con la intervención precoz especializada, los pacientes tienen una mejor evolución en lo relativo a su calidad de vida y funcionamiento social global, se reduce la duración promedio de su estancia en el hospital y las dosis de la medicación son menores (Instituto psiquiátrico José Germain, 1997). La demora en el tratamiento de la psicosis tiene los siguientes efectos: La recuperación es más lenta e incompleta. El pronóstico es peor. La enfermedad interfiere en el desarrollo psicológico y social. Se retrasan o abandonan los estudios. Se pierde o abandona empleo. Hay riesgo de abuso de sustancias. Aumenta el riesgo de actividades violentas y delictivas. Se produce una pérdida de autoestima y confianza. Aumenta el riesgo de depresión y de suicidio. Hay tensión en las relaciones y, como consecuencia de ello, una pérdida de apoyos familiares y sociales. Aumenta el malestar y los problemas psicológicos dentro de la familia. Se producen hospitalizaciones innecesarias. Aumentan los costes de la atención. Por todo ello, en los jóvenes que presentan una primera crisis es necesario introducir un tratamiento integral que incluya abordaje psicosocial y psicofarmacológico. Esta intervención puede realizarse desde el programa de continuidad de cuidados, mediante la asignación de un sistema de tutorías, intervenciones grupales y derivaciones inmediatas a los dispositivos adecuados a la situación de cada persona, con el objetivo de reducir el 111 abandono temprano del tratamiento y la morbilidad secundaria (estigma asociado y angustia familiar ante el inicio de la misma). El seguimiento en el programa de continuidad de cuidados se realizará al menos durante el periodo crítico (tres-cuatro años). Intervenciones grupales en atención temprana a la psicosis: Durante más de una década se ha puesto de manifiesto que las intervenciones psicosociales en fases tempranas de la psicosis son esenciales para la futura evolución y pronóstico de la enfermedad y necesarias para prevenir posibles complicaciones y discapacidades asociadas a la misma. Sin embargo y aunque es conocida la eficacia de la terapia de grupo en fases avanzadas de la enfermedad, la literatura sobre terapia de grupo en primeros episodios psicóticos es escasa. La terapia de grupo puede ser especialmente útil en la recuperación de jóvenes, quienes tras padecer un episodio psicótico experimentan la pérdida de su rol social, su status y confianza en situaciones de interacción interpersonal. Más aún el grupo crea un sentimiento de pertenencia y estimula al paciente a plantearse y alcanzar nuevos retos. Miller y Mason (1998) encuentran que el grupo disminuye el aislamiento y favorece la confianza y el apoyo entre iguales. Albinston y otros (1998) describen que participar en programas terapéuticos grupales previene el deterioro y la aparición de discapacidad en el periodo crítico que sigue a un primer episodio psicótico. El grupo ofrece la posibilidad de hablar, resolver problemas, participar en actividades propias de la edad, aclarar dificultades, dar significado a experiencias subjetivas compartidas y evaluar relaciones empáticas entre iguales. De hecho, puede ser especialmente efectivo en algunos casos deteniendo el aislamiento y la discapacidad, mejorando el insight y confianza mutua (producto de la seguridad que el grupo ofrece), favoreciendo el apoyo entre sujetos de edades similares y con los mismos problemas, mejorando sus habilidades sociales, ofreciendo apoyo para afrontar la crisis a través del mutuo apoyo y confianza de pertenecer a un grupo. Se puede hablar, discutir situaciones y problemas personales, dar y recibir consejo y feedback en situaciones y experiencias compartidas, ventilar problemas emocionales y resolver dificultades del “aquí y ahora” (García-Cabeza y González de Chávez, 2011). Dentro de un modelo biopsicosocial, la intervención en grupo es una herramienta eficaz para promover la recuperación y la implicación en la vida comunitaria a la vez que reduce el desarrollo de la discapacidad secundaria a la psicosis y facilita la consecución de objetivos personales (Bravo y otros, 2009). Entre las áreas especificas que deberían tratar se incluyen: Habilidades de afrontamiento y de manejo de estrés. Habilidades interpersonales. 112 Psicoeducación. Entrenamiento y planificación educativa y laboral. Promoción de la salud. Problemas en el estilo de vida como consumo de drogas y prácticas sexuales de riesgo. Para ello, los programas se deben adaptar a las distintas fases iníciales de la psicosis y se pueden ejecutar tanto en escenarios clínicos como comunitarios, cuya terapia debe mantener una relación laxa con las hipótesis procedentes de los distintos marcos teóricos, utilizando en función de la situación del paciente y del grupo estrategias de apoyo, afrontamiento, interpersonales y dinámicas, pretendiendo como objetivo un mayor conocimiento de sí mismo por parte del paciente. Terapia cognitivo-conductual: En la revisión realizada a los tratamientos publicados con resultados consistentemente positivos, encontramos que la investigación actual se ha centrado fundamentalmente en las terapias cognitivo-conductuales, que han mostrado su eficacia en diferentes áreas, recogiendo también otros modelos de los que va saliendo evidencia sobre su eficacia. Los objetivos de esta terapia en la atención temprana a la psicosis son: formar una alianza terapéutica con el paciente, conseguir la estabilización clínica, ofrecer una explicación comprensiva de la experiencia psicótica, proporcionar educación sobre la naturaleza de los síntomas, registrar los pensamientos negativos o molestos y el contexto en el que se producen así como aprender maneras alternativas de tratar con las situaciones estresantes, fortalecer la autoestima, desarrollo de estrategias de afrontamiento efectivas, utilizar estrategias cognitivas para impedir o reducir la morbilidad secundaria y la comorbilidad (Bravo y otros, 2009). Psicoeducación: Tiene como objetivo desarrollar un conocimiento compartido y aumentar el que ya tenía sobre la enfermedad la familia y el paciente. Este procedimiento contribuye a una mejor adaptación y recuperación inicial de la psicosis y a reducir el riesgo de recaídas. Los pacientes y sus familias deben recibir información verbal y escrita adaptada a sus características clínicas, a sus necesidades y a las capacidades de aprendizaje y de asimilación de cada caso desde el inicio de la intervención. La psicoeducación deberá explicar: la naturaleza de la enfermedad, opciones disponibles para el tratamiento y la recuperación, variabilidad natural y los distintos modelos de recuperación así como las posibilidades de futuro y la influencia en ellas de los pacientes y sus familiares. Otros temas que se pueden abordar son los logros de otros pacientes que consiguieron manejar la enfermedad y una buena recuperación, 113 los derechos de los pacientes, estrategias específicas para el manejo de síntomas y plan de recaídas (Bravo y otros, 2009). Trabajo con las familias: El apoyo y la implicación familiar es una contribución fundamental para conseguir una buena recuperación de la psicosis. El primer episodio de una psicosis suele tener un impacto estresante sobre la familia y en el contacto clínico inicial con ella se pueden observar sentimientos de culpa, ira, tristeza y pérdida. A menudo este primer contacto con la familia tiene un formato similar a una sesión informativa y es una oportunidad para explicar el funcionamiento de los servicios de salud mental y la importancia de la implicación familiar en el tratamiento y evolución de la psicosis. Las entrevistas iniciales con la familia deben explorar y obtener una comprensión clara del nivel de conocimiento sobre la psicosis que tiene la familia e identificar sus necesidades actuales. Además de esto serán importantes las observaciones de la conducta del paciente y la historia familiar para el proceso diagnostico. Los focos fundamentales de la intervención familiar serán: 1. El impacto sobre el sistema familiar. 2. El impacto sobre cada unos de los miembros de la familia. 3. La interacción entre la familia y el curso de la psicosis. Se proporcionará psicoeducación y apoyo desde el comienzo de la enfermedad y de manera permanente según las necesidades de cada familia y pudiendo utilizar un formato de tratamiento grupal. En aquellos casos en los que no se produzca una remisión clínica de la psicosis los grupos multifamiliares será el método de tratamiento preferido (Bravo y otros, 2009). Derivaciones a dispositivos en los primeros episodios de psicosis: Un aspecto de vital importancia en estos momentos es que no se produzca una ruptura en el proceso formativo o en el empleo, por lo cual el apoyo del tutor irá encaminado prioritariamente a este objetivo. En el caso de que no sea posible conseguirlo sólo con este apoyo, se planteará la incorporación al centro de rehabilitación laboral. Cuando se sospecha que la evolución de la enfermedad será hacia el deterioro y existe una pérdida significativa en el funcionamiento psicosocial, con déficits en habilidades funcionales y el desempeño de roles, se programará el acceso al centro de rehabilitación psicosocial en el que se abordará el mantenimiento de las habilidades sociales, académicas y profesionales, la redefinición de un proyecto de vida, ajustado a la situación vital presente y el desarrollo de un rol e identidad social positiva. Un dispositivo de especial relevancia en los primeros episodios de la psicosis es el 114 hospital de día, usado en ocasiones como alternativa a la hospitalización en pacientes con dificultades importantes para afrontar su enfermedad o están en condiciones de tratar psicoterapéuticamente cuestiones de su vida que provocan o mantienen su sintomatología actual. En ocasiones, en los programas de continuidad de cuidados se lleva a cabo una intervención en la fase prodrómica de la psicosis en jóvenes con antecedentes familiares y estados mentales de alto riesgo caracterizados por síntomas inespecíficos. El proceso de intervención es básicamente el mismo, con un seguimiento que se prolongará durante un período de al menos tres años, priorizando el tratamiento ambulatorio y trabajo con las familias e incluyendo atención domiciliaria si se precisa, con el fin de mantener los cuidados en la comunidad. Si después de este periodo no se ha producido una transición a la psicosis o a cualquier otra enfermedad grave, se le dará el alta del programa remitiéndole al terapeuta de referencia del Servicio de Salud Mental (Instituto psiquiátrico José Germain, 1997). CONCLUSIONES Estudios que valoran la eficacia del tratamiento psicoterapéutico integrador, que combina medicación antipsicótica con intervenciones conductuales aseguran ser más efectivos reduciendo recaídas y mejorando el funcionamiento psicosocial que aquellos que usan medicación únicamente para tratar la esquizofrenia (Vallina-Fernández y otros, 2001). Según el estudio realizado por I. García-Cabeza y M. González de Chávez, cuyo objetivo consistió en la evaluación de la eficacia de la psicoterapia de grupo con un abordaje psicoterapéutico integrador en la evolución de primeros episodios psicóticos, los resultados al año sólo mostraron diferencias en cuanto al insight y motivación por el tratamiento. En cambio, los resultados al final del estudio fueron significativamente mejores para los pacientes que recibieron terapia de grupo a nivel sintomático ( positivePANSS, negative-PANSS) y adaptación funcional (GAF, relaciones sociales y autonomía). De ello concluye que las intervenciones psicoterapéuticas, entre ellas las de orientación grupal, favorecen la recuperación del paciente psicótico no sólo en lo referente a los síntomas específicos sino también en su funcionamiento global (GarcíaCabeza y González de Chávez, 2011). 115 11. Terapia de grupo en el síndrome de dependencia alcohólica Marta Sanz Amador INTRODUCCION El síndrome de dependencia alcohólica (SDA) es un problema de salud pública de primer orden en nuestro país con importantes costes sanitarios, sociales y económicos. En España se le atribuyen 20000 muertes anuales y los costes asociados a su consumo excesivo superan los 3600 millones de euros anuales (Portella y otros, 2011). El SDA se trata en España en la red de salud mental desde un modelo biopsicosocial que tiene en cuenta los siguientes aspectos (Gual, 2006): Abordaje multiprofesional. El SDA se define como enfermedad crónica con tendencia a la recidiva. El SDA no solo comporta problemas físicos sino que también tiene repercusión en el ámbito psíquico individual, así como en el entorno laboral familiar y sociolaboral. El abordaje terapéutico debe tener en consideración tanto al individuo como a la familia y su entorno sociolaboral mas inmediato. La rehabilitación es un proceso de aprendizaje lento, en el que el retorno ocasional a las conductas anteriores no es excepcional y debe entenderse como parte integrante del proceso de recuperación. El proceso terapéutico lo realiza el paciente. Al terapeuta le corresponde una labor de acompañamiento y asesoramiento, en el que su misión oficial consiste en ayudar al afectado hacer un buen uso de sus propias capacidades en el proceso de rehabilitación. La utilización de técnicas 116 motivacionales, que provocan la confrontación interna, es mucho más útil en este caso que el recurso de confrontación, habitual-mente utilizado en los antiguos modelos conductuales. TERAPIA DE GRUPO EN EL SINDROME DE DEPENDENCIA ALCOHOLICA (SDA) Actualmente, la terapia de grupo está considerada como una herramienta primordial para el tratamiento del alcoholismo. La identificación que hace el alcohólico con los otros integrantes del grupo, que padecen problemas semejantes, le refuerza de forma positiva tanto en lo emocional como en lo cognitivo (Sánchez Peña y otros, 2009). El grupo, como en tratamientos grupales dirigidos a otras patologías, favorecen la aparición de factores terapéuticos adicionales no presentes en la psicoterapia individual (Colli Alonso y Zaldívar Pérez, 2002). En la literatura hay datos que respaldan la eficacia y coste/eficacia del tratamiento grupal en el abordaje del SDA. En general los tratamientos grupales en el SDA se plantean como grupos abiertos dado el alto porcentaje de abandono de los pacientes con SDA. Vannicelli (1995) reporta un aumento progresivo en la aceptación de la terapia de grupo en consumidores de sustancias y también en la modalidad de tratamiento a los familiares. Existe una vasta literatura que defiende la terapia de grupo en alcohólicos, ya sea en forma de grupo de discusión, de orientación psicodinámica, cognitivo-conductual, o interaccional (Colli Alonso y Zaldívar Pérez, 2002) a lo cual se suman todos aquellos estudios que han combinado la terapia de grupo con otros métodos en alcohólicos y demostrado su eficacia (Colli Alonso y Zaldívar Pérez, 2002). No podemos olvidar señalar los diferentes grupos de autoayuda (Alcohólicos anónimos, alcohólicos en abstinencia…) que hay en cada municipio y que en muchos casos son una importante herramienta para mantener la abstinencia. En ocasiones son complementarios con el abordaje que se hace en el centro de salud mental y favorecen la reinserción social. No nos extenderemos en el fundamento y herramientas utilizadas en estos grupos puesto que está fuera del objetivo de este manual. Aunque las recaídas forman parte integral del proceso de recuperación, los tratamientos grupales se orientan a conseguir la abstinencia. Ha habido planteamientos grupales en las que el objetivo es mantener un consumo controlado pero los estudios a largo plazo muestran la inestabilidad en el tiempo de los patrones de consumo controlado (Gual y otros, 2009). A diferencia de los grupos de alcohólicos anónimos los grupos de terapia son moderados por terapeutas profesionales y la inclusión en estos grupos está sujeto a rigurosos criterios de exclusión e inclusión. Las terapias de prevención de recaídas pueden tener una orientación cognitivoconductual y se basan en el modelo de Marlatt y Gordon (1985) que agrupan las situaciones de riesgo de recaída en cuatro categorías: frustración y enfado, tentativas 117 interpersonales, estados emocionales negativos y tentaciones intrapersonales. La terapia cognitivo-conductual dirigida a la prevención de recaídas en pacientes alcohólicos es una de las opciones de intervención psicológica con mayor apoyo empírico en cuanto a los resultados obtenidos (Becoña y Cortés, 2008; Secades y Fernández, 2003). Este tipo de intervención ayuda a mejorar la adherencia al tratamiento, que es un tema crucial en el campo de las adicciones, ya que favorece la recuperación terapéutica al evitar abandonos prematuros de la terapia y posibilita que los pacientes puedan completar los programas de intervención dirigidos a superar la drogodependencia La prevención de recaídas es un programa de autocontrol diseñado con el fin de ayudar a los individuos a anticipar y afrontar los problemas de recaída en el cambio de las conductas adictivas. Basada en principios de la psicología de la salud y en la teoría social cognoscitiva de Bandura, la prevención de recaídas combina los procedimientos conductuales de entrenamiento en habilidades, la terapia cognitiva y el reequilibrio del estilo de vida. TRATAMIENTO GRUPAL DEL SDA EN ESPAÑA. El tratamiento grupal en el SDA en España se realiza por regla general bajo un enfoque motivacional (Levine y Gallogly, 1985). En el modelo motivacional la confrontación externa deja de utilizarse como técnica ya que genera resistencias. Se aportan técnicas que facilitan la escucha reflexiva y facilitan la aparición en el paciente de un dialogo de cambio y la expresión de un compromiso con el proceso terapéutico. Una vez desintoxicado el paciente, en la fase de rehabilitación se pretende que el paciente se recupere de las secuelas de su dependencia, que cambie su estilo de vida minimizando el riesgo de beber, y adquirir habilidades para prevenir recaídas. En la estrategia terapéutica es importante cuidar la alianza terapéutica que le ayude a fortalecer recursos internos y apoyos que faciliten la abstinencia. En la literatura hay publicadas varias experiencias de tratamiento grupal en SDA. En el Centro de Salud Mental de Parla, desde aproximadamente 1997 hasta el momento de su publicación en el libro coordinado por Emilio Gamo (2007, ver Fernández Menéndez e Izquierdo Nuñez, 2007), se ha llevado a cabo una interesante experiencia de tratamiento grupal en SDA. Señalan que en la psicoterapia grupal en pacientes alcohólicos que este grupo ha desarrollado surgen muchos elementos del programa de prevención de recaídas como es la mejora del autocontrol con técnicas de entrenamiento en habilidades sociales, intervenciones cognitivas y promoción de cambios del estilo de vida. Se pretende que el paciente alcohólico aprenda a identificar sus antecedentes, disponga de estrategias de afrontamiento e identifique y llegue a controlar el proceso de recaída. En su trabajo grupal pretenden ofrecer también a los pacientes elementos psicoeducativos propios de una escuela de salud, informando de temas relacionados con el alcohol, sus efectos y consecuencias sobre la salud física y psíquica. Así como el trabajo y la facilitación de cambios más profundos a nivel interno y en la relación con el 118 medio. En el trabajo grupal llevado a cabo en Parla en el período descrito contemplaron los siguientes objetivos: Mejorar la motivación para aceptar un tratamiento y conseguir la abstinencia Incrementar la conciencia de enfermedad. Crear un espacio donde el paciente pueda verbalizar sus emociones negativas. Mejorar las habilidades sociales y formas de comunicación en sus relaciones interpersonales e interfamiliares. Ampliar el apoyo social dentro y fuera del grupo. Incrementar el nivel de autoestima y confianza. Identificar situaciones, actitudes pensamientos de riesgo, así como eventos vitales importantes que pueden llevar a una recaída. Proporcionar estrategias de superación de crisis. Reforzar la sensación de control y competencia. Buscar alternativas conductuales al abuso de alcohol. Manejar situaciones cotidianas problemáticas y plantear metas realistas Conocer aspectos, efectos y consecuencias del alcohol Conocer los focos conflictivos de la persona como la idealización, devaluación, externalización, desafío, grandiosidad, negación y evitación. Fomentar la reincorporación social y laboral. Así mismo han tenido en cuenta en la terapia el proceso cronológico de la adicción, es decir que los miembros se pueden encontrar tanto en una fase de abstinencia inicial como en una etapa de abstinencia más avanzada. Argumentan que el grupo puede aportar una gran variedad de factores curativos. En fases iniciales destacan en importancia el apoyo positivo y la presión ejercida por los demás para el mantenimiento de la abstinencia, la identificación, el sentirse comprendido por los participantes del grupo, la posibilidad de comprender su negación al compararse y aprender de las experiencias ajenas. El grupo intenta que el paciente consiga un reaprendizaje para modificar patrones de conducta, identificar situaciones de riesgo y buscar una alternativa. A medida que avanza el tiempo de permanencia en el grupo, el apoyo inicial que recibe el paciente se transforma en confrontación. En etapas avanzadas el paciente tiene que poder interiorizar aspectos que le llevan a las recaídas, tanto externos como internos, así como su patología de personalidad que 119 puede producir sentimientos y pensamientos negativos recurrentes. Se realiza un proceso de modelado constante entre los distintos miembros del grupo al compartir sus vivencias y formas de afrontar los problemas y encontrar soluciones Señalan que los momentos de recaída dentro del proceso grupal son de gran interés ya que sirven de análisis vivo de una situación de recaída. En este trabajo concluyen que la terapia grupal es un instrumento de alta eficacia en un programa de alcoholismo del centro de salud mental. Hay publicados trabajos posteriores que avalan la eficacia del tratamiento grupal en el mantenimiento de la abstinencia en el SDA. Sánchez Peña y otros (2009) encuentran en un estudio realizado con 200 pacientes incluidos en un programa de alcoholismo de un centro de salud mental que los pacientes alcohólicos que asistían a terapia de grupo obtenían tasas de abstinencia a lo largo de los 24 meses de seguimiento significativamente superiores a los que no iban. A los dos años, el 52% de los pacientes que realizaban terapia de grupo estaban en abstinencia frente al 19 de los que no. Los que acudían a la terapia de grupo tienen, de forma estadísticamente significativa, tasas de abandono menores, en cualquiera de los períodos del seguimiento en los 24 meses. Al cabo de los dos años abandonaron un 35% de los que asistían a terapia de grupo frente al 78% de los que no. Otro estudio que evalúa la eficacia grupal es el de Pilar Calvo Estopiñán y otros (2009) en el que se compara la terapia grupal en prevención de recaídas del alcoholismo frente a seguimiento ambulatorio individual, concluye afirmando que la terapia grupal de prevención de recaída es fácil de aplicar en la consulta externa ambulatoria, eficiente y obtiene mejores tasas de abstinencia en el seguimiento al año, que el tratamiento ambulatorio habitual. La efectividad de los tratamientos para los drogodependientes con trastorno de personalidad es un tema de interés en la actualidad para intentar determinar en qué medida este tipo de alteraciones de la personalidad facilitan o, por el contrario, dificultan la eficacia de la intervención terapéutica que se desarrolla con este tipo de pacientes. Martínez-González y otros (2009) publican un estudio con 80 pacientes diagnosticados de SDA con el objetivo de analizar la eficacia de un programa de tratamiento cognitivo conductual en formato de terapia individual y grupal para personas con un problema de alcoholismo, y determinar el papel que juegan determinadas variables de personalidad en el proceso de recuperación terapéutica. La intervención cognitivo-conductual para la prevención de recaídas muestra resultados satisfactorios, coincidiendo con otros trabajos señalados previamente que consideran el tratamiento cognitivo conductual como un modelo efectivo en el tratamiento de las adicciones. Particularmente se ha visto que las personas tratadas en grupo han obtenido mejores resultados que las tratadas individualmente, ratificándose así los resultados de los trabajos que han destacado la efectividad de la terapia de grupo en el tratamiento de la adicción al alcohol. Encuentran que los pacientes diagnosticados de trastorno de personalidad se benefician igual que el resto. Destacan la adherencia terapéutica como un pilar básico en la intervención 120 independientemente de que tengan o no un trastorno de personalidad. Señalan que el tratamiento de pacientes alcohólicos con trastorno de personalidad se diferencian de otros por ejemplo en la importancia que adquiere la exposición ante situaciones de riesgo en el programa de prevención de recaídas, lo que evidencia la necesaria adecuación de programas de prevención de recaídas para éstos pacientes. Los estudios descritos señalan el tratamiento grupal como una herramienta eficiente en el mantenimiento de la abstinencia en el SDA. Aunque en España se han puesto en marcha programas para el tratamiento del SDA en Salud Mental en coordinación con Atención Primaria, con frecuencia estos programas no incluyen tratamiento grupal. De esta forma el paciente el paciente únicamente cuenta con la oferta de los grupos de autoayuda mencionados previamente. Creo que hay datos que animan la inclusión del tratamiento grupal en los programas, señalando la importancia de hacer una evaluación sistemática de las características de los pacientes incluidos, herramientas utilizadas en la intervención grupal, encuadre del tratamiento psicoterapéutico y fundamento teórico. Aportará datos sobre la eficacia de la intervención estudiar el número, duración e intensidad de las recaídas de los pacientes incluidos en grupo así como de los que no participan en terapia grupal, valorar la adherencia al tratamiento, número de abandonos…. Sería deseable que las experiencias grupales puestas en marcha en el ámbito clínico se evaluaran y compartieran con la comunidad profesional y científica. Sin duda un mayor respaldo institucional a este tipo de intervenciones facilitaría una mejora en la evaluación de la atención que prestamos y una mayor satisfacción y mejoría clínica en nuestros pacientes. CONCLUSIONES El síndrome de dependencia alcohólica (SDA) es un problema crónico con tendencia a las recaídas. Requiere un abordaje multiprofesional. Existe una vasta literatura que defiende la terapia de grupo en alcohólicos, ya sea en forma de grupo de discusión, de orientación psicodinámica, cognitivo-conductual, o interaccional (Colli Alonso y Zaldívar Pérez, 2002) a lo cual se suman todos aquellos estudios que han combinado la terapia de grupo con otros métodos en alcohólicos y demostrado su eficacia (Colli Alonso y Zaldívar Pérez, 2002). El tratamiento grupal en el SDA en España se realiza por regla general bajo un enfoque motivacional (Levine y Gallogly, 1985). En el modelo motivacional la confrontación externa deja de utilizarse como técnica ya que genera resistencias. Se aportan técnicas que facilitan la escucha reflexiva y facilitan la aparición en el paciente de un dialogo de cambio y la expresión de un compromiso con el proceso terapéutico. 121 Los estudios publicados en España avalan la terapia grupal como un instrumento eficiente para tratar el SDA. 122 12. Terapia de grupo en los trastornos afectivos y de ansiedad Lara Kehrmann Irisarri INTRODUCCIÓN Los trastornos de ansiedad y del humor son bastante frecuentes. La Organización Mundial de la Salud los sitúa dentro de los diagnósticos psiquiátricos de mayor prevalencia. Son los trastornos mentales más comunes y el riesgo de padecerlos va en aumento en todo el mundo. En concreto, la prevalencia de la depresión en la población general está en torno al 9-20% (Benedito Monleóny otros, 2004; Brook, 1996; Casañas Sanchez y otros, 2009). A veces, son difíciles de distinguir los trastornos depresivos de los ansiosos y otras, ocurren simultáneamente dificultando el diagnóstico diferencial. Los criterios diagnósticos y la clasificación que hemos seguido, se han basado en el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM IV-TR) (Brook, 1996; American Psychiatric Association, 2002). La terapia individual combinada con la grupal se considera efectiva para el tratamiento de los trastornos de ansiedad y afectivos. La terapia de grupo está sobre todo indicada para aquellos pacientes que presentan dificultades interpersonales. También son adecuados para este tipo de intervenciones pacientes con características dependientes o que experimentan ansiedad en una relación dual. Así como, pacientes con rasgos depresivos. No se recomienda que participen en grupo pacientes con antecedentes de conductas antisociales (Brook, 1996). En términos generales, los objetivos del tratamiento grupal se podrían resumir en (Brook, 1996): Disminución o desaparición de los síntomas clínicos para disminuir el 123 malestar intra e interpersonal. Apoyo emocional por parte de los otros miembros del grupo y del terapeuta. De este modo pierde las sensaciones de “esto sólo me pasa a mí” o “estoy solo”. Psicoeducación acerca de los síntomas, factores de riesgo y de protección, alternativas de tratamiento, etc. Fomentar el insight para lograr una mayor adaptación social. Prevención de recaídas entendiéndolas como parte del proceso y como una oportunidad de aprendizaje. Rehabilitación de las consecuencias negativas de padecer un trastorno mental. TIPOS DE GRUPOS La clasificación de los grupos se puede hacer desde el modelo teórico en el que se base la terapia de grupo o en función del diagnóstico. En cuanto al modelo teórico, nos encontramos con: grupos psicoeducativos y de orientación cognitivo-conductual, grupos de apoyo, grupos de orientación dinámica y grupos de medicación. A continuación detallamos algunas intervenciones grupales en función del diagnóstico del paciente (Brook, 1996): Trastornos de ansiedad Se han descrito algunos programas grupales en función del trastorno de ansiedad que se padezca: Trastorno de pánico: El grupo de Barlow (Barlow y Cerny, 1988; Barlow y Craske, 1989; Barlow y Craske, 1994) desarrolló un programa denominado tratamiento del control del pánico. El programa tiene una parte de psicoeducación, técnicas conductuales de exposición a las sensaciones interoceptivas similares a las que se experimenta en las crisis de angustia, técnicas de reestructuración cognitiva dirigidas a modificar las creencias erróneas del paciente acerca del pánico y de la ansiedad, así como a las cogniciones que sobreestiman la amenaza y el peligro que suponen los ataques de pánico. El tratamiento del control del pánico incluye también un entrenamiento en respiración y/o en relajación y tareas para casa. Este programa se ha aplicado en formato individual y grupal obteniéndose buenos resultados (Botella, 2001). Trastorno de ansiedad generalizada: 124 Dugas y otros (2003) llevaron a cabo un estudio en Canadá de terapia de grupo cognitivo conductual para pacientes cuyo diagnóstico principal fuera el trastorno de ansiedad generalizada. El programa duraba catorce sesiones de dos horas cada una. La frecuencia era semanal. Había un total de 52 pacientes que se repartían en grupos formados entre cuatro y seis pacientes. También había un grupo control (lista de espera). Se obtuvieron resultados positivos en las variables estudiadas: síntomas de ansiedad, tolerancia a la incertidumbre, depresión y adaptación social. Poves Oñatea y otros (2010) llevaron a cabo un grupo terapéutico en el Centro de Salud Mental de Aranjuez. El grupo duró doce sesiones quincenales. El objetivo del grupo era aprender estrategias de afrontamiento frente al estrés y adquirir nuevos recursos. Estaba formado por trece mujeres que consultaron en Salud Mental por problemas de ansiedad. El diagnóstico más frecuente era el trastorno de ansiedad generalizada (diez de trece presentaban este diagnóstico). El resultado fue positivo, ya que el 70% de los miembros del grupo no necesitó tratamiento especializado tras finalizar el grupo. Trastornos fóbicos: La terapia cognitivo conductual resulta útil. Así, se puede emplear la exposición in vivo grupal para disminuir los miedos específicos (Brook, 1996). Fobia social: La mayoría de los tratamientos de esta patología incluyen el formato grupal. Este tipo de intervención implica exponerse a la situación temida con lo cual favorece la habituación y mejora de la fobia social del sujeto (Liebowitz y otros, 2004; Sánchez Meca y otros, 2004). Scholing y otros (1993) desarrollan un programa grupal de orientación cognitivoconductual. El tratamiento consiste en dieciséis sesiones repartidas en dos bloques. La duración es de doce semanas, cuatro semanas para cada bloque y una pausa de la misma duración entre los bloques. Trastorno por estrés postraumático: Se han llevado a cabo terapias grupales desde distintos enfoques teóricos: Koller y otros (1992) llevaron a cabo una terapia de grupo a corto plazo basada en pautas psicoeducativas para los veteranos del Vietnam que sufrieran trastorno por estrés postraumático. Las sesiones didácticas tienen como objetivo la comprensión de los acontecimientos traumáticos así como de las reacciones emocionales consecuentes. Se intenta que los pacientes no oculten las vivencias traumáticas experimentadas. Se dan pautas de conducta y técnicas de control emocional (Brook, 1996). Por otro lado, la psicoterapia psicodinámica de grupo puede ser también un método eficiente de tratar a los pacientes que padecen trastorno por estrés 125 postraumático. El grupo permite hacer un aprendizaje emocional a través de las interacciones entre los miembros del grupo. Son pacientes que tienden al aislamiento social, con sentimientos de soledad, incapacidad y vacío personal. El mundo interno de estos pacientes se encuentra pobre de deseos y de relaciones de objeto motivadoras. De este modo, este tipo de grupos proporciona una oportunidad de relacionarse con los otros en un ambiente seguro. A finales de los noventa se llevó a cabo un grupo de orientación psicodinámica en el Hospital Doce de Octubre de Madrid. El grupo era ambulatorio para pacientes que habían sido diagnosticados de trastorno por estrés postraumático y tuvo una duración de dos años (1999-2001) (Mingote y otros, 2001). Trastorno obsesivo compulsivo: Existen estudios que demuestran que la terapia de grupo de orientación conductual (basada en la exposición a los estímulos que provocan ansiedad) obtiene resultados positivos (Guimón, 2003; Fals-Steward y Lucente, 1994; James y Blackburn, 1995). Trastornos del estado de ánimo Trastornos depresivos: Se han llevado a cabo distintos grupos en función de la orientación teórica y de los objetivos del mismo. Se han demostrado intervenciones eficaces el tratamiento grupal tanto de orientación cognitiva como analítica (Guimón, 2003; Elkin y otros, 1988). Grupos de medicación: la finalidad de estos grupos es informar acerca de los psicofármacos prescritos y lograr una mayor conformidad con el tratamiento. Se emplean técnicas de apoyo y psicoeducativas. Se recomiendan estos grupos para pacientes diagnosticados de trastorno bipolar y de depresiones recurrentes. Uno de los temas estrella en las sesiones de grupo es la medicación. El grupo es un espacio donde el paciente puede expresar sus deseos, miedos y preocupaciones en relación al tipo de fármaco, la dosis y los efectos secundarios derivados. (Brook, 1996). Grupos cognitivo-conductual: Muñoz y otros (2000) han desarrollado un programa basado en el aprendizaje y control de los factores que influyen en la depresión. El programa son doce sesiones divididas en tres módulos: influencia de las relaciones interpersonales en nuestro estado de ánimo, influencia de los pensamientos e influencia de nuestros comportamientos en nuestro estado de ánimo. Grupos de orientación interpersonal: los miembros de estos 126 grupos suelen ser pacientes diagnosticados de trastorno de depresión mayor o distimia. Levkovitz y otros (2000) evaluaron la eficacia de una psicoterapia interpersonal grupal para pacientes con trastorno depresivo (gravedad de moderada a severa). La terapia interpersonal no solo resultó eficaz en relación a los síntomas depresivos sino también en su funcionamiento personal (Benedito Monleón y otros, 2004). MacKenzie (1997) desarrolló un grupo de depresión que se centraba en situaciones conflictivas actuales y futuras, dejando de lado el pasado. El tratamiento constaba de dieciséis sesiones semanales de 90 minutos de duración cada una (Guimón, 2003). Trastorno bipolar: El tratamiento para estos pacientes es a largo plazo. La psicofarmacología suele ser el primer paso del tratamiento. La medicación se suele combinar con la psicoterapia. De esto último, la psicoeducación y los programas para mejorar la adherencia a la medicación, la terapia de pareja y familiar y la terapia cognitivo-conductual han demostrado ser tratamientos bien establecidos (Becoña y Lorenzo, 2001). La mayoría de los grupos descritos en la literatura son de tipo psicoeducativo. Se suele emplear como un elemento coadyuvante en el tratamiento. Colom y otros (2005) plantean un programa de 21 sesiones cuyos objetivos serían fomentar la conciencia de enfermedad, la adherencia al tratamiento y la detección de los pródromos ante las recaídas. Había entre ocho y doce pacientes por grupo. La sesión de grupo, consistía en una presentación acerca de un tema en concreto, seguido de algunos ejercicios en grupo en relación al tema desarrollado y una discusión final. Se obtuvieron resultados positivos ya que los pacientes experimentaban un número menor de recaídas tanto maníacas como depresivas y además los períodos entre recaídas aumentaron (Colom y otros, 2005; García Baró, 2007). Graves (1993) describe un estudio realizado con catorce pacientes diagnosticados de trastorno bipolar y demuestra que la terapia de grupo es beneficiosa gracias a la mejoría de la adherencia al tratamiento farmacológico, la confrontación a los mecanismos de negación y el hecho de que proporciona una mayor consciencia de los factores estresantes (internos y externos). CONCLUSIONES Los pacientes con trastornos de ansiedad y del humor son los que más consultan en los centros de salud mental. La literatura anteriormente descrita defiende que la terapia individual combinada con la grupal es considerada efectiva. Además de suponer un ahorro de tiempo y de recursos humanos. Sin embargo, existen limitaciones en el tratamiento grupal. Pacientes diagnosticados 127 de agorafobia o claustrofobia pueden tener serias dificultades a la hora de asistir o permanecer en las sesiones grupales por la sintomatología que padecen. También estaría contraindicada para pacientes suicidas u homicidas. Por lo que conviene ser cautos a la hora de derivar o poner en marcha un grupo con pacientes de estas características (Brook, 1996). 128 CUARTA PARTE Psicoterapia grupal en poblaciones especiales 129 13. Terapia de grupo en ancianos Marta Sanz Amador INTRODUCCIÓN La aplicación de tratamiento psicoterapéuticos en los ancianos se vio seriamente frustrada por la opinión de Freud acerca de que las estructuras de carácter se hacen más rígidas a los 40 años y que a partir de esta edad cualquier cambio es extremadamente difícil (Botella, 1994, citado en Hernández Zamora, 2005). Si bien algunos psicoterapeutas incluso próximos al psicoanálisis cuestionaron esta opinión, tuvieron que transcurrir varias décadas para que se empezaran a publicar cosas acerca de psicoterapia en la vejez. Knight (1978, citado en Hernández Zamora, 2005) afirma, con base en su revisión de la literatura desde 1959, que la única diferencia entre la psicoterapia de ancianos y de jóvenes radica en las áreas de contenido que caracterizan a unas psicoterapias y otras. Rubin (1977, citado en Hernández Zamora, 2005) atribuye la reticencia a trabajar con ancianos a los conceptos erróneos acerca del psicoterapeuta respecto a la efectividad del tratamiento, a sus mitos acerca del proceso de envejecer y la contratransferencia. La meta final de la psicoterapia en el caso de los ancianos no será el cambio profundo de la personalidad sino el apoyo y el trabajo con metas vitales. En ciertos casos la vejez implica cambios psicológicos que hay que tener en cuenta: soledad, sentimientos de inutilidad, aislamiento social, inactividad, temor a la muerte, depresión. CARACTERÍSTICAS DE LA TERAPIA GRUPAL EN LOS ANCIANOS En la literatura existen varias referencias acerca del éxito de las terapias grupales en los pacientes ancianos. El contexto social aporta un valor añadido a la terapia individual. El grupo mejora la situación de aislamiento y facilita el apoyo que se presta y se recibe ante problemas comunes. Se ha visto que los pacientes en la terapia de grupo mejoran la higiene personal, interés social, funcionamiento mental, relaciones interpersonales y 130 disminuye el deterioro. Si el paciente tiene problemas caracteriales es recomendable hacer una terapia individual además de la grupal ya que el grupo podría rechazarlo (Hernández Zamora, 2005). En el caso de la psicoterapia en el anciano los siguientes aspectos son importantes: Reacciones psicológicas y bioquímicas a los fármacos. Es importante mantener una estrecha relación con el médico. Conocer los sistemas de defensa de la persona añosa: aislamiento, encasillamiento, regresión y negación. A estas edades disminuye la represión en algunos terrenos. Hay que tener cuidado y no arremeter directamente contra las defensas de los ancianos. Los ancianos son más susceptibles a ser mortificados desde el punto de vista narcisista y por lo general no tiene un yo interno ideal al que recurrir como los jóvenes. En general el método más adecuado para los ancianos es la psicoterapia de apoyo (Hernández Zamora, 2005). PSICOTERAPIA GRUPAL EN EL TRASTONO DEPRESIVO En la población geriátrica la psicoterapia de la neurosis depresiva ha recibido especial atención. El modelo de tratamiento predominante para los trastornos depresivos en general es la psicoterapia cognitiva. En los ancianos la intervención grupal se ha revelado especialmente efectiva porque aúna las ventajas del formato grupal (apoyo social, interacción), con el elevado grado de estructuración de la sesiones. Algunos autores señalan que las alteraciones en el rendimiento intelectual debido a la edad, la salud física y la gravedad de la depresión y las diferencias en el estatus cultural y educativo pueden afectar negativamente a la cohesión del mismo por lo que deberían controlarse en el momento de la formación (Botella, 1994, citado en Hernández Zamora, 2005). La terapia cognitivo conductual en formato grupal se ha utilizado también en ancianos con problemas de acúfenos. En 2005 se publicó un estudio con 37 pacientes de los cuales 23 sujetos mayores de 65 años participaron en sesiones grupales de dos horas seis veces a la semana. Se uso un diseño controlado al azar con un grupo de control de una lista de espera. Encontraron que los pacientes que participaron en el grupo obtuvieron mejoría estadísticamente significativa frente al grupo control. No se pudieron identificar qué aspectos específicos de la terapia cognitivo conductual contribuyeron a obtener la mejoría (Andersson y otros, 2005). Otras formas de psicoterapia menos utilizadas en el tratamiento grupal de los ancianos son la psicoterapia grupal psicoanalítica, psicoterapia grupal conductual y psicoterapia grupal ecléctica. 131 En la terapia grupal en el anciano es importante plantear metas específicas a corto plazo que se especifican al principio de la terapia. También se debe asumir una mayor iniciativa para identificar áreas de conflicto y problemas emocionales facilitando el establecimiento de metas terapéuticas específicas. Muchos terapeutas aconsejan, debido a las limitaciones físicas de estos pacientes, sesiones más cortas y frecuentes, aunque es necesario estar pendiente en la observación al principio de las sesiones de hasta cuánto tiempo puede estar dirigida la atención de los ancianos en el trabajo terapéutico. Se ha observado que dependiendo del estilo del terapeuta, los pacientes han aguantado hasta dos horas de terapia. Otros dicen haber tenido éxito introduciendo al comienzo de la sesión música, dulces hasta cantar en grupo como un calentamiento antes de las sesiones de la terapia de grupo. Otros más abogan por ciertas características del paciente como factores positivos potenciales en la situación de terapia ( darse cuenta) introspección. Hay que delimitar bien el papel del terapeuta porque por la situación de dependencia del anciano a veces ocasiona demandas excesivas a los terapeutas (Hernández Zamora, 2005). Al inicio de la terapia son frecuentes los sentimientos de vulnerabilidad, miedo a expresar sus sentimientos Según Groes (1997, citado en Hernández Zamora, 2005) las técnicas utilizadas en las terapias con estos pacientes tienen en común los siguientes aspectos: Proveer a los pacientes de experiencias que contrarresten las distorsiones de la realidad. Facilitar comunicaciones realistas y significativas con otros. Facilitar una participación satisfactoria con los otros. Reducir la ansiedad y mejorar el confort Aumentar la autoestima Proveer de introspección hacia las causas y manifestaciones del proceso de envejecimiento Movilizar y motivar hacia la creación y productividad a su nivel. En 2008 la base de datos Cochrane publica una revisión acerca de la eficacia de los tratamiento psicoterapéuticos para la depresión en pacientes ancianos. Reflejan que no hay muchos estudios de eficacia acerca del tratamiento psicoterapéutico de la depresión en ancianos. Incluyen en la revisión psicoterapias de todas las orientaciones. Encuentran que en la literatura previa muchos ensayos se han realizado con pocos sujetos, y hay pocos datos de estudios randomizados. Las revisiones previas publicadas incluían diferentes tipos de estudios, estudios no randomizados y estudios de seguimiento (Laidlow, 2008; Thorpe, 2001; Pinquart, 2001; Alexopoulus, 2001 y Bartels, 2002, todos citados en Wilson y otros, 2008), por ello dirigen su objetivo a hacer un meta análisis de los ensayos clínicos randomizados. Incluye ensayos realizados en atención primaria, 132 pacientes ingresados, pacientes en tratamiento en salud mental en el ámbito comunitario y pacientes que viven en residencia. Incluyen siete ensayos clínicos que involucran 153 pacientes. En cinco de ellos encuentra resultados positivos con la terapia cognitivo conductual frente a sujetos controles. No encuentran diferencias de eficacia en otros dos estudios entre la eficacia de la psicoterapia psicodinámica y la terapia cognitiva conductual (Wilson y otros, 2008). Desde una perspectiva estrictamente clínica Margarita Robertazzi (2004) describe una experiencia con un grupo de apoyo de mujeres en la tercera edad de diez años de duración. Parte de las opiniones vertidas en el artículo ha sido consensuadas con los pacientes y se han trabajado en las sesiones grupales. Los pacientes tienen un papel activo con el tratamiento. Narrar esta experiencia tiene como objetivo ofrecer un argumento más que demuestre que el tratamiento psicoterapéutico grupal para los pacientes ancianos resulta mucho más conveniente que las múltiples visitas que estos pacientes suelen hacer al médico de atención primaria. TRATAMIENTO GRUPAL EN EL CONTEXTO RESIDENCIAL. Hay varias experiencias publicadas acerca del tratamiento grupal en contexto residencial. Padierna Acero y otros (1989) argumentan que la elevada prevalencia de trastornos psíquicos (30-50%) sobre todo cuadros depresivos en pacientes que viven en residencia y con frecuentes evoluciones crónicas hace pensar que el abordaje grupal puedes ser una herramienta útil en este contexto. En las residencias de ancianos hay que considerar como factores que favorecen la sintomatología depresiva (Woods y otros, 1985, citados en Padierna Acero y otros, 1989): El aislamiento geográfico respecto al medio ambiente anterior del anciano. Espacios físicos poco adecuados a la vida residencial prolongada. Frecuente rechazo social, compartido por los mismos residentes hacia estas instituciones. Los efectos más frecuentes de la vida residencial son: Pérdida de ocupación. Aislamiento de la familia. Pobreza de nuevas relaciones. Sentimiento de soledad. Perdida de la privacidad e identidad. Disminución de la capacidad de autodeterminación y estímulo de las 133 conductas de dependencia. El personal en general se encarga más del cuidado físico con poco tiempo para la interacción social (Wilkin y otros, 1985, citados en Padierna Acero y otros, 1989). La frecuencia del aislamiento social, motivó a Linden (1953, citado en Padierna Acero y otros, 1989) la utilización de abordajes grupales para contrarrestar lo que denominó senilidad psicológica en ancianos institucionalizados, caracterizada por: conductas de dependencia regresiva, auto-absorción mórbida y desvinculación. El autor atribuye este cuadro a las múltiples pérdidas sufridas y a la devaluación social del anciano. La técnica utilizada era muy activa (educación, actividades estructuradas, etc.) y orientada hacia el apoyo. Wolff (1962, citado en Padierna Acero y otros, 1989) realiza diversas experiencias grupales con ancianos psicóticos en instituciones, con una orientación de apoyo, obteniendo mejoras a nivel de habilidades sociales y favoreciendo el número de altas. Señala como ventajas del tratamiento grupal: la disminución de la ansiedad y de las transferencias regresivas, mejoría en la interacción interpersonal y en el contacto con la realidad. Estudios posteriores confirman estos resultados. Lieberman y otros (1979, citados en Padierna Acero y otros, 1989) realizan un estudio experimental sobre la evolución de un grupo de ancianos (nueve meses de duración y periodicidad semanal), basado en la interacción con utilización de actividades estructuradas. Obtuvieron marcadas reducciones sintomáticas (ansiedad, depresión, obsesiones…), mejoría de la autoestima y la capacidad de comunicación, mayor utilización y vinculación al presente para apoyar la autoestima. Padierna Acero y otros (1989) describen su experiencia dentro de la oferta asistencial de un Centro de Salud Mental ofertando tratamiento psicoterapéutico grupal a una residencia del sector sanitario. Incluyeron seis mujeres con sintomatología neurótico depresiva de evolución crónica sin evidencia de deterioro cognitivo. Tras 33 sesiones semanales de apoyo con una duración de una hora, consiguieron dos altas terapéuticas y dos mejorías terapéuticas. López Massó y Rodríguez Hernández (1999) publican un estudio con 48 pacientes seniles con depresión en el ámbito comunitario. Con 21 de ellos se trabajó un formato grupal de 12 sesiones que describen el artículo. El resto constituyeron el grupo control. Encontraron que la aplicación del programa reducía la depresión en el 80,95% de los casos, disminuyeron los casos con ideas suicidas y mejoraron las relaciones familiares. OFERTA GRUPAL PARA LOS CUIDADORES DE PERSONAS DEPENDIENTES El problema de la dependencia es cada vez más importante en la sociedad en la que vivimos. La figura del cuidador es fundamental en la atención al dependiente. Existen varios recursos dirigidos al cuidado del cuidador entre ellas los grupos terapéuticos y 134 psicoeducativos aunque no siempre están disponibles ni es ofertado desde las instituciones. Esto quizás influye en que haya pocas publicaciones realizadas sobre intervenciones de este tipo en países de habla castellana, siendo algunos de los estudios poco rigurosos metodológicamente (Losada y otros, 2006). Hay experiencia de los siguientes grupos: Grupos de apoyo mutuo o autoayuda: los cuidadores participan en un grupo dirigido por un profesional o por otros cuidadores. Se comparten experiencias en grupo. Son sesiones no estructuradas y suelen estar impulsadas por las asociaciones de familiares. Grupos psicoeducativos: se trata de sesiones estructuradas en las que además de información reciben un entrenamiento en habilidades o estrategias dirigidas a mejorar su papel como cuidadores. Javier López y María Crespo (2007) revisaron los estudios publicados entre 1980 y 2004 Se revisan los estudios de intervención con cuidadores de familiares mayores dependientes. Realizaron una búsqueda bibliográfica de los trabajos publicados entre 1980 y 2004 en bases de datos nacionales e internacionales. En la mayoría de los estudios las intervenciones se centran en cuidadores de personas con demencia y los cuidadores suelen ser mujeres. El grupo de cuidadores no es de fácil acceso. Los objetivos y contenidos de las intervenciones varían mucho y no siempre están bien definidos. Los efectos encontrados son modestos. Se alcanzan resultados significativos en la reducción del malestar ante problemas conductuales, pero es difícil mejorar los niveles de depresión. Las intervenciones psicoterapéuticas son moderadamente eficaces. Concluyen que las futuras intervenciones deberían determinar con claridad el marco teórico, así como sus objetivos y utilizar unos períodos de seguimiento más amplios. Pilar Torres Egea y otros (2008) publican una revisión de estudios publicados en el territorio español desde 1995 a 2005. La mayoría de los programas de intervención de apoyo a los cuidadores informales publicados en territorio nacional se han realizado en entidades y organismos públicos o que disponen de financiación pública, habiendo una escasa representación de entidades privadas. Las enfermeras son las profesionales que proponen más estudios de intervención o de soporte a los cuidadores informales. Coincide con la revisión referida previamente en que se dispone de muy escasa evidencia de los resultados obtenidos, a pesar de las numerosas iniciativas y creciente interés de los diferentes profesionales en el desarrollo de estudios de intervención, orientados a dar soporte a los cuidadores informales, en el poco rigor metodológico y en la necesidad de seguir desarrollando ensayos clínicos controlados y aleatorizados. CONCLUSIONES 135 Es posible el trabajo psicoterapéutico a cualquier edad. El trabajo grupal aporta un valor añadido al tratamiento individual por el contexto social. Mejora la situación de aislamiento, supone un estímulo a nivel cognitivo y hay estudios que avalan la mejoría clínica sobre todo en cuadros depresivos y la disminución de ideas autolíticas. Hay que tener en cuenta las características de la población anciana a la hora de poner en marcha grupos. Se trabaja de una forma más directiva y orientada a metas claras, a corto plazo y realizables. Hay estudios que avalan la eficacia del tratamiento grupal en el contexto residencial. A causa probablemente de problemas metodológicos aún no hay suficiente evidencia que avale la utilidad del trabajo con los cuidadores. 136 14. Terapia de grupo en niños y adolescentes Eva Grau Catalá INTRODUCCIÓN Desde las primeras prácticas de psicodrama inspiradas en los trabajos de Moreno en la primera mitad del siglo XX, podría decirse que el abordaje grupal con niños y adolescentes tiene una presencia muy temprana en la historia de la psicoterapia de grupo. Slavson fue pionero en el abordaje terapéutico con niños y adolescentes en grupo en Estados Unidos, enfocándose más intensamente en las interacciones entre ellos que en las relaciones con el adulto (Privat y Quélin-Souigoux, 2003). Trabajó en base al apoyo y la permisividad, concibiendo el grupo como un conjunto de individuos que se tratan juntos en un tipo de formación equivalente a la familia, representando el grupo a la madre, el terapeuta al padre y el resto de miembros al conjunto de hermanos. En la década de los cincuenta en Francia, Anzieu unió psicoanálisis y psicodrama en grupos con niños y adolescentes e introdujo el encuadre y la regla de confidencialidad (los contenidos hablados en el grupo, no pueden extraerse fuera de él), favoreciendo la comunicación a través de la palabra (Vidal y otros, 2013). Posteriormente numerosos autores de orientación psicodinámica han desarrollado distintas propuestas terapéuticas grupales con enfoques, técnicas y encuadres diversos. Como referentes, Torras (1992) señala a Resnik, Schiffer, Sirlin y Glasserman, Speir, Haag, Privat y Rouchy, Villarinot o Bachman y Pérez. TIPO DE INTERVENCIÓN EN EL GRUPO Bajo la visión psicoanalítica la práctica de los grupos se ha caracterizado básicamente por tres tipos de intervención según el sujeto de tratamiento. En primer lugar la terapia en el grupo, tipo Slavson (el individuo es tratado en el seno del mismo sin tener en cuenta los fenómenos propiamente grupales, preservándose el modelo binario de la relación paciente terapeuta). En segundo lugar la diada psicoanalítica formada por el 137 analista por un lado y el grupo tomado en su totalidad como realidad psicológica específica por otro, a la manera de Bion, Foulkes y Anthony (los fenómenos grupales preponderan sobre el individuo). Y la terapia por parte del grupo, representada en el caso de la terapia grupal infantil por autores como Privat y la mayoría de los citados en este capítulo, que tiene en cuenta la dinámica grupal y considera el tratamiento del individuo a través de los procesos grupales). Para este autor, el grupo terapéutico de niños de orientación psicodinámica se considera un formato creativo en sí mismo, generador de emociones y pensamientos comunes que nacen de su propia dinámica más que como un todo construido con cada una de las partes que aporta cada miembro singular (Privat y Quélin-Souigoux, 2003). Desde esta forma de entenderlo, las dimensiones individual y colectiva del funcionamiento grupal toman un sentido interactivo, cuya dosificación es importante que el conductor tenga en cuenta, ya que en ella puede basarse la regulación de la dinámica grupal, que presenta dos extremos. Por un lado produce excitación, actualización de la angustia y puesta en marcha masiva de defensas. Por otro lado posee el factor protector relacionado con el apuntalamiento en los iguales que atenúa la transferencia central hacia el terapeuta. Dirigirse a la totalidad de miembros tiene un efecto para-excitante, sobre todo en las primeras fases del grupo, cuando interesa que se genere cohesión para favorecer el proceso de su construcción y el sentimiento de pertenencia. El terapeuta ejerce la intervención colectiva haciendo manifiesto su interés por lo que procede del conjunto, sin particularizar en el individuo. Las intervenciones individualizadas suelen activar conflictos (rivalidades, sentimientos de exclusión) para los que el grupo no está preparado en sus inicios y no interesa movilizar en momentos regresivos o difíciles, pero que, en cambio, pueden utilizarse en fases más evolucionadas, cuando los lazos entre los miembros son sólidos y la actitud defensiva se ha relajado. Estas intervenciones van dirigidas a trabajar la diferenciación e individualización de los participantes (Privat y Quélin-Souigoux, 2003). Las intervenciones se dirigen al aquí y ahora de la situación grupal (Privat y QuélinSouigoux, 2003) y en todo caso se trabaja potenciando las relaciones e interacciones paritarias en el grupo, a través de las cuales se potencia el yo del niño, lo que conlleva un descenso de la sintomatología. Este proceso no tiene que pasar forzosa ni exclusivamente por el terapeuta (como ocurre en la terapia individual). Su tarea es favorecerlo (Escudero, 2007), estimulando la comunicación entre los participantes con distintas técnicas. Torras (1992) enumera factores terapéuticos inespecíficos que dependen de la personalidad del terapeuta (interés por el niño, aceptación, capacidad de compartir emociones y sentimientos, empatía, dedicación, firmeza, esperanza, paciencia, esfuerzo, etc.), que considera básicos. Por otro lado revisa elementos técnicos específicos, utilizados por distintos autores, con planteamientos referidos tanto al vehículo de comunicación a utilizar para la intervención terapéutica (juego, representación, dibujo, palabra), como al tipo de intervención en sí misma (escucha, sugerencia, comentario, 138 propuesta de actividades comunes, interpretación), a quién o qué va dirigida (conjunto del grupo o individuo, actividad, tipo de material producido por el grupo), en qué momento o fase de la terapia se utiliza y como puede variar según la edad de los pacientes (Torras, 2013). Insiste en que la utilización de técnicas de expresión en los grupos psicoterapéuticos no pasa obligatoriamente por la interpretación verbalizada que otros autores utilizan sistemáticamente en los grupos infantiles. Por un lado habla de la posibilidad de interpretar lo que ocurre en el grupo como algo que el conductor guarda para elaborarlo interiormente y devolverlo al grupo a través de otras herramientas terapéuticas (Torras, 2013). El terapeuta pregunta, relaciona datos, describe, recoge y retoma contenidos. El dibujo, el juego y la palabra se utilizan como facilitadores la comunicación, la colaboración, y la estimulación del pensamiento verbal (Torras, 1992). Escudero (Vidal y otros, 2013) subraya la importancia del juego, no solo como un elemento fundamental en el desarrollo del niño, sino como un vehículo que facilita el paso del modelo grupal que los niños importan al grupo de tratamiento desde su experiencia vital y social previa, a la cultura de grupo terapéutico. El juego evoluciona a lo largo de la terapia desde la descarga psicomotriz defensiva sin contenido psíquico al juego simbólico, que ayuda a la elaboración y al desarrollo pensamiento de los latentes y los niños pequeños. APORTACIONES DE LA TERAPIA GRUPAL EN NIÑOS Y ADOLESCENTES Más allá de las posibles ventajas a nivel cuantitativo, en lo que se refiere al manejo de la demanda y el aprovechamiento de recursos que puede aportar en el medio público (más pacientes en el mismo espacio de tiempo), este abordaje aporta elementos terapéuticos cualitativamente característicos ligados a su propia estructura. Empatía El hecho de compartir experiencias y sentimientos con compañeros de edad y momentos vitales parecidos, en una experiencia de relación y comunicación diferente (expresarse, escuchar y ser escuchado, conocer y ser conocido), “disminuye el sentimiento de anormalidad, mitiga sentimientos de culpa y facilita la empatía” (Torras, 2013). Horizontalidad frente a verticalidad El juego, como elemento terapéutico, demuestra cómo el niño se comporta de forma distinta en el en formato grupal que en la terapia individual. En ésta, se acomoda al código de comunicación de la relación niño-adulto para ser comprendido. El grupo, además de permitir el desarrollo de funciones yoicas sobre este modelo (vertical), proporciona aprendizajes a través de la experiencia con los pares, a los que el niño 139 accede por la vía de las interacciones a nivel horizontal (Escudero, 2007). El grupo ofrece una mejor elaboración de la relación con el adulto. A través de investir al grupo de iguales, el niño adquiere mayor autonomía psíquica e independencia respecto al adulto, hecho que puede incorporar y transportar al medio familiar (Privat y QuélinSouigoux, 2003). Efecto espejo Cada miembro del grupo devuelve a los demás la imagen de su forma de ser. Cada uno ve ciertos aspectos de sí mismo reflejados en el comportamiento y los problemas de los otros, lo que lleva a cada niño a preguntarse sobre su propio funcionamiento (Privat y Quélin-Souigoux, 2003). Capacidad de movilización Otra característica cualitativa del grupo es la capacidad de movilización de la que suelen encargarse los miembros más activos o actuadores, contribuyendo luego los más reflexivos a contener y elaborar. Es importante, por tanto, que el terapeuta facilite las aportaciones mutuas y los intercambios entre los participantes (Torras, 2013). Disminución de la actitud defensiva El formato grupal conduce a una aminoración de las defensas, al permitir un apoyo narcisístico sobre el resto de miembros del grupo, que funcionan como yoes auxiliares (Privat y Quélin-Souigoux, 2003). Mientras que los señalamientos del conductor, a través de los mecanismos transferenciales, serán más fácilmente vividos como los de una figura parental (con el correspondiente grado de rebeldía u oposición según la edad), los comentarios de los compañeros son más fáciles de escuchar, gracias a los factores de empatía e identificación (Torras, 2013) y los posibles cuestionamientos pueden ser mejor tolerados a través de sus intervenciones (Privat y Quélin-Souigoux, 2003). Aportación de un espacio transicional La situación grupal genera un espacio transicional en el que se elabora la actividad de pensamiento compartida por el grupo. En dicho escenario tiene lugar un intercambio entre el espacio interno y el externo, así como una mediación entre el afecto y el pensamiento, (que llevará a una mejor elaboración y regulación entre ambos: el grupo permite la actuación del afecto, pero conduciéndolo a la representación) (Privat y Quélin-Souigoux, 2003). Introyección El trabajo de elaboración colectiva a través de la escucha empática del adulto da la 140 posibilidad de crear normas de grupo (juntos) e introyectarlas. La situación grupal genera un envoltorio colectivo con una función paraexcitante, cuya introyección ayuda a restaurar los envoltorios psíquicos que fallaban en cada individuo (Privat y Quélin-Souigoux, 2003). Identificación Basada en la empatía (Torras, 2013), el grupo favorece la el proceso de identificación (Privat y Quélin-Souigoux, 2003), uno de sus aportes más característicos. Cuando la identificación es evolutiva (transitoria, vinculadora, favorecedora de la elaboración de la propia identidad), constituye la base de la diferenciación. La diversidad que el propio grupo ofrece en cuanto a las características de cada miembro permite la comparación y el contraste entre unos y otros a través del efecto espejo. Ello redundará en el desarrollo de identificaciones constructivas, frente a las identificaciones primitivas (adhesivas, imitativas, dependientemente regresivas) (Torras, 2013), más patológicas. Captación de la realidad interna El grupo ofrece también “posibilidades específicas de expresión y de captación de la realidad interna” que, además de suceder a través de la introspección como en la terapia individual, puede ser externalizada, ante la observación del resto. Lo que cada miembro puede ver en la actuación de los otros, puede facilitar la visión de lo propio (Torras, 2013) a través de un juego de identificaciones imaginarias que lleva a cada niño a preguntarse por sus propias manifestaciones (Privat y Quélin-Souigoux, 2003). Trabajo con los padres Finalmente, la posibilidad de ofrecer grupos paralelos de hijos y padres, complementarios, permite una mayor contención, una potenciación del trabajo de ambos grupos y mejora la asistencia de los niños al realizarse al mismo tiempo (Torras, 2013). El grupo de padres se realiza al mismo tiempo que el de los niños, pero en otro espacio y con otro terapeuta. Tiene la importante función de ayudarles a sensibilizarse respecto al niño, compartir experiencias con otros padres, lo que da la oportunidad de contrastar con otros puntos de vista, pudiendo ampliar así sus propios planteamientos (Torras, 1992), desarrollar la empatía y entender mejor las dinámicas familiares (Torras, 2013). INDICACIONES DE LA TERAPIA GRUPAL Las decisiones de cómo organizar el grupo en general y como seleccionar e indicar en particular, dependen del terapeuta, que tiene que tener suficiente autonomía respecto al resto del equipo terapéutico para llevar a cabo esta tarea. Parece ser que cuanta más experiencia en grupos tiene el profesional, más indicaciones realiza y mejor anticipa el 141 resultado (Torras, 2013). Existen distintas maneras de obtener la información necesaria por parte del profesional desde la toma de datos a partir de la historia clínica o las referencias del terapeuta habitual, hasta la realización de grupos previos diagnósticos o de prueba, pasando por las entrevistas previas con los padres. Los autores consultados coinciden en la mayor preponderancia de las contraindicaciones sobre las indicaciones. Según Foulkes (1986, en Torras, 2013): “todos los pacientes son indicados para grupo excepto si hay contraindicación”. Se señala también la importancia de elegir en un doble sentido, considerando la indicación desde dos dimensiones: la aportación que el grupo puede hacerle al niño y la que el niño puede hacer al grupo (Torras, 2013). Aunque los niños caracterizados por la inhibición y la pasividad, tendentes a la regresión parecen ser los candidatos preferidos por lo estimulante que la interacción y la participación grupal puede aportarles, (Torras, 2013) las indicaciones son muy amplias: “siempre que se necesite un marco contenedor tanto para niños demasiado a la defensiva como para niños invadidos por sus afectos”, incluyendo expresiones patológicas variadas (Privat y Quélin-Souigoux, 2003), que no dependen precisamente del diagnóstico (Torras, 2013). En cuanto a las contraindicaciones se señalan la tendencia a la excitación y al paso al acto graves. Los padres son un factor esencial a valorar y generan sus propias contraindicaciones como la incapacidad para el compromiso respecto a la asistencia (irregularidad, imprevisibilidad). Si existe grupo de padres paralelo, los padres poco estructurados, muy invasivos o psicóticos, que no se beneficien del grupo ni permitan el funcionamiento de éste no podrían incluirse (Torras, 2013). ENCUADRE El encuadre se considera una herramienta de trabajo necesaria para realizar la tarea grupal, más allá de lo que significa el orden en sí mismo o la posibilidad de organizarse (que en el caso de los niños no implica solo a los a pacientes, sino a sus familias). Desde el punto de vista psicodinámico significa un punto de partida de base, un fondo de uniformidad sobre el que resaltarán las dinámicas de grupo, que habrá que identificar para poder trabajar (Torras, 2013). Un grupo de psicoterapeutas de los Servicios de Salud Mental de la Comunidad de Madrid se reunió periódicamente durante cuatro años (1994-1998) para una poner en común cuestiones técnicas y la formativas referentes a la terapia grupal psicodinámica en la población infanto juvenil. Encontraron una serie de criterios coincidentes como la importancia del respeto al encuadre; el trabajo preferente con grupos heterogéneos en los centros ambulatorios; la posibilidad de la selección previa de los pacientes en favor de la eficacia del tratamiento y la inclusión de los padres en el proceso psicoterapéutico. Tras contrastar experiencias prácticas, conocimientos, revisiones y trabajos previos, llegaron a una serie de acuerdos básicos sobre diversos puntos esenciales, que se resumen en la 142 tabla de la página siguiente (Groch y otros, 2000). POSICIÓN DEL TERAPEUTA GRUPAL Y CONTRATRANSFERENCIA En el grupo de niños y de adolescentes se da una situación de disimetría intrínseca entre miembros y terapeuta que no ocurre (o al menos no con tanto nivel de intensidad y realidad) en los grupos de adultos. Dependiendo de la edad, ésta diferencia supone distintos problemas y tipos de intervención. El conductor del grupo debe respetar y favorecer la comunicación entre los iguales y conectar con los movimientos emocionales del grupo, manteniendo la distancia adecuada. Si ésta es demasiada puede suscitar sentimientos de abandono. La intervención excesiva puede ser sentida como una intrusión por los participantes (Privat y Quélin-Souigoux, 2003). La contratransferencia vivida en el grupo de niños y adolescentes es especialmente intensa por ser múltiple y por elicitar vivencias y conflictos infantiles del terapeuta. Pero a la vez es un instrumento que le guía a través de los rápidos cambios de la dinámica grupal y le permite la conexión con la afectividad movilizada por los mismos (Torras, 2013). Son especialmente difíciles las situaciones en que se ponen en marcha actitudes anti-tarea, relacionadas con elementos destructivos del grupo (concepto de anti-grupo, de Nitsum [1996, citado en Torras, 1999]). La movilización que el grupo produce en el terapeuta puede conducirle a contra-actitudes defensivas, por lo que es importante la supervisión y, según recomiendan algunos autores, el análisis personal previo (Privat y QuélinSouigoux, 2003). Criterios coincidentes en cuestiones técnicas y formativas referentes a terapia grupal psicodinámica en población infanto-juvenil (Groch y otros, 2000) Encuadre Condiciones mínimas pactadas con la institución: sala, superficie, material, seguridad. Mantenimiento de unas constantes en el tiempo y en el espacio: sesiones semanales (60 a 90 minutos); duración desde cuatro meses a tres años (media de un año). Normas básicas de funcionamiento: confidencialidad, prohibición de dañarse entre los miembros, de llevarse material del grupo o traer material de fuera, compromiso en la asistencia. Realización de grupos abiertos o cerrados. Criterios de selección Edad: toma en cuenta de la edad cronológica, mental y ciclo escolar. Máximo tres años de diferencia entre los miembros Patología: en general espectro amplio (grupos heterogéneos). También útiles 143 los grupos homogéneos o sindrómicos en determinados problemas (anorexia, enuresis, etc.) Condiciones de los pacientes Importancia de la calidad de las relaciones objetales: - Que el paciente pueda conocer el motivo de consulta, problema o síntoma por el que está en tratamiento para centrarse en la tarea. - Que pueda trabajar a través del juego, el dibujo y/o la palabra. Actitud del terapeuta Actitud participativa en mayor o menor medida. Cambios a través de la transferencia generada en el grupo, relaciones de identificación, puesta en el lugar del otro e intervenciones del terapeuta (interpretación, señalamiento, confrontación) en el aquí y el ahora, teniendo en cuenta la historia individual y del grupo. Importancia de trabajar la finalización del grupo (duelo) y la clarificación de objetivos alcanzados y no alcanzados. Valoración del proceso y evaluación del resultado La observación y seguimiento sistemático de la interacción de los pacientes en el grupo, permitió diseñar un instrumento de evaluación para constatar la eficacia de dichos tratamiento. Criterio de alta Desaparición de síntomas y estabilización general del niño y la familia como criterio central. También se encuentran logros relacionales y desbloqueos intelectuales que se tienen en cuenta como criterios para el alta, aun no siendo el objetivo principal. Presencia de observadores En caso de contar con uno, especificar su desempeño y tipo de participación en el grupo según el nivel de formación. Supervisión Se valora el material de trabajo con el observador, a nivel grupal e individual de cada integrante desde el punto de vista psicopatológico, históricoevolutivo, situacional, etc. Permite estructurar las intervenciones psicoterapéuticas. Es el medio idóneo para el aprendizaje de la técnica y de la función terapéutica. Intervención con padres Indispensable. 144 También se realiza en grupos (objetivos y modalidades terapéuticas diferentes). Reuniones mensuales, bimensuales o grupos de padres simultáneos y paralelos a los de los niños. Favorecen el cambio familiar, repercutiendo positivamente en el niño/a. Adolescentes Requieren de ciertos ajustes: - Duración de un año por término medio. - Utilización exclusiva de la palabra. Menor intervención con los padres. Importancia del trabajo de la fantasía inconsciente del grupo. - Tener en cuenta la necesidad de acercamiento a los pares y de separación de sus mayores, que potencia la eficacia de los tratamientos. CARACTERÍSTICAS DIFERENCIALES SEGÚN EDAD La edad es un factor determinante tanto a la hora de entender el proceso grupal como para el abordaje, la técnica (Privat y Quélin-Souigoux, 2003) y la posición relativa del terapeuta. Los latentes sienten curiosidad y manifiestan interés por lo que les ocurre a los demás. Por ello pueden interesarse más fácilmente por el funcionamiento interno del grupo (Privat y Quélin-Souigoux, 2003). Ello tiene que ver con su momento evolutivo, en el que una vez reprimidos los contenidos edípicos, la energía puede dirigirse a la socialización, tomando relevancia las relaciones los iguales y el aprendizaje (Vidal y otros, 2013). En su medio natural el grupo de latentes se organiza espontáneamente en torno a una actividad lúdica o deportiva, en la que la presencia del adulto no es indispensable y, cuando éste está presente, sirve de referencia social o normativa (Privat y Quélin-Souigoux, 2003). La relación con el adulto que implica la terapia indvidual (situación dual) puede ser vivida como el peligro de volver a lo edípico. El terapeuta puede resultar una figura inquietante y persecutoria o seductora, cuya potencia el latente puede intentar disminuir a base de banalizar su papel. En general en esta etapa los niños no identifican los motivos de consulta (generados por su entorno) como problemas propios. Es frecuente que tiendan a la externalización, (colocando fuera la fuente de sufrimiento) y que sus capacidades no estén todavía desarrolladas como para autoobservarse y construir una narración sobre sí mismos. Estas características e inconvenientes de los latentes hacen del grupo terapéutico un formato extremadamente útil en esta etapa (Vidal y otros, 2013). Con los niños pequeños el intercambio en el medio terapéutico está mucho más basado en el juego que a otras edades, pero la palabra sigue siendo necesaria como vía de acceso al pensamiento verbal. Beá (Beà y Torras, 2013) propone un abordaje para niños de tres a cinco años (en un mismo grupo la diferencia máxima aconsejada es de un 145 año y medio) con problemas evolutivos, y de relación, “estancados entre el periodo sensorio motor y el pensamiento simbólico”. Refiere algunas características diferenciales de los grupos dirigidos a estas edades. Los niños en esta etapa, tienden a la distracción, cambiando con facilidad el foco de atención. Por ello considera una tarea básica del terapeuta la de mantener su interés redirigiendo al grupo a lo colectivo cuando se disgrega. Sugiere no contribuir a la dispersión con estímulos excesivos (demasiado mobiliario, excesivos juguetes a la vez) y acortar la duración de las sesiones (unos 45 minutos). Cercanos todavía a las relaciones binarias, los niños pequeños suelen buscar una relación de exclusividad con el adulto, tendiendo a la comunicación radial con el terapeuta, que intentará abrir al conjunto la información para que circule entre los distintos miembros. Reconocer y verbalizar emociones, poner palabras a lo que sucede en el grupo sin ser demasiado directivo, ayudar a los niños a relacionarse entre ellos y a proponer sus propias iniciativas tratando de que todos participen son tareas indispensables del director. Trabaja la diferenciación (del grupo respecto a otros espacios y del niño como persona separada y distinta de los demás) y favorece simbolización, haciendo, por ejemplo, notar al que falta (se representa lo ausente). La resolución de conflictos se promueve entre los participantes, proporcionándoles medios que les ayuden a poner sus propias normas Para el adolescente el grupo cumple una función especial justo por hallarse en la etapa que está viviendo, caracterizada por las frustraciones y ansiedades asociadas a las múltiples tareas evolutivas en las que se encuentra envuelto. Entre ellas, la separación del grupo familiar y la búsqueda y consolidación de la identidad propia, se juegan de forma característica en el medio grupal. Torras (2002) se refiere al grupo terapéutico de adolescentes como a una formación artificial, organizada para aportar lo que, en ocasiones, el grupo natural no alcanza a desarrollar suficientemente. Señala que el grupo espontáneo es habitual-mente capaz de ofrecer en sí mismo elementos esenciales para cumplir la función evolutiva de la maduración y diferenciación como individuo autónomo, constituyendo una suerte de espacio transicional en el que el adolescente consigue la contención necesaria para la elaboración de sus dificultades, compartiéndolas con los iguales. El que todo suceda en presencia de los otros miembros, así como compartir la misma etapa vital, es una característica diferencial importante de la terapia de grupo respecto a la terapia individual. El adolescente busca la homogeneidad con el resto de miembros del grupo (identidad compartida), que apuntala su identidad temporalmente insegura. Esto le ayudará a disminuir defensas, ensayar relaciones, compartir contenidos de su mundo interno y explorar lo que le angustia. Más adelante, el afianzamiento conseguido será la base de su diferenciación como individuo. La ayuda de la diversidad del grupo y la capacidad especular del mismo será esencial en este proceso. El grupo terapéutico supone la creación de las condiciones necesarias para que todo esto ocurra, proceso en el que el terapeuta tiene un rol de coordinador o conductor, que sostiene la tensión y facilita la tarea elaborativa. En muchos casos el grupo, en su preocupación de reconocimiento mutuo y de búsqueda de identidad, se organiza contra el adulto (Privat y Quélin-Souigoux, 2003) 146 Los grupos de adolescentes también se diferencian de los de otras edades en la forma más intensa en que lo manifiesto oculta lo latente, en la facilidad y precocidad con que suele suceder la cohesión grupal y en las preocupaciones latentes y manifiestas acerca del futuro (Torras, 2002). CONCLUSIÓN El abordaje grupal dirigido a la población infanto-juvenil, cuya necesidad y práctica parecen claramente imprescindibles en la actualidad, especialmente en programas de tratamiento intensivo, tipo hospitalización de día o comunidad terapéutica, es una alternativa igual de interesante y válida en los programas ambulatorios, perfectamente complementaria de la psicoterapia individual (Privat y Quélin-Souigoux, 2003). En el medio público se dan las condiciones necesarias para trabajar con grupos: suficiente volumen de niños —y, por tanto, de demanda— y la posibilidad de que un equipo de profesionales para poder asumir la organización y el trabajo con esta técnica (Torras, 2013). Por todo ello la psicoterapia grupal es considerada un recurso que no debe faltar en un servicio de salud mental comunitario y un posible indicador de calidad asistencial en los programas infanto-juveniles (Villanueva, 2007). ¿Le ha gustado este libro? ¿Quiere aconsejarlo? ¡Deje su opinión en la web de su librería! 147 REFERENCIAS CAPÍTULO 1. PRESENTACIÓN Y MOTIVACIÓN DEL MANUAL Calvo Estopiñán, P., Pérez Poza, A., Sacristán Martín, P. y Paricio García, C. (2009). Terapia grupal en prevención de recaídas del alcoholismo frente a seguimiento ambulatorio habitual. Adicciones, 1 (21): 15-20. De Felipe García-Bardón, V., Oñoro Carrascal, I. y Antón Monllor, C. (2007). 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Torras: Psicoterapia de grupo para niños, adolescentes y familias. págs.: 95-108. Barcelona: Octaedro. Escudero, C. (2007). El juego en psicoterapia de grupo. En E. Gamo: Ante la mirada de los otros. Guía de terapias grupales. págs.: 93-101. Madrid: Ediciones Libertarias. Groch, J.E., De la Iglesia, L. y Villanueva, C. (2000). Actualizaciones en psicoterapia de grupo de orientación psicodinámica con niños y adolescentes en los Servicios de Salud Mental de la Comunidad de Madrid. Cuadernos de psiquiatría y psicoterapia del niño y adolescente, 29: 33-40. Privat, P. y Quélin-Souigoux, D. (2003). El niño en psicoterapia de grupo. Madrid: Síntesis. Torras, E. (1992). Los grupos en la atención psicoterapéutica en la infancia y la adolescencia. Sepypna (revista online), 13-14. [sepypna.com]. — (1999). La actividad anti-tarea en los grupos de niños y adolescentes. Sepypna (revista online), 13-14. [sepypna.com]. — (2002). Grupos de adolescentes. Sepypna (revista online), 13-14. [sepypna.com]. — (2013). Psicoterapia de grupo para niños, adolescentes y familias. Barcelona: Octaedro. Vidal, I., Vera, I. y Escudero, C. (2013). Una experiencia de terapia de grupo con niños en edad de latencia. Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría, 33 (118): 343-352. Villanueva, C. (2007). Grupos terapéuticos en la atención infanto-juvenil. En E. Gamo: Ante la mirada de los otros. Guía de terapias grupales. págs.: 79-92. Madrid: Ediciones libertarias. 164 Sobre la colección Salud mental colectiva Es aquí, en esta encrucijada en la que nos instala con urgencia el debate sobre el tipo de sanidad del futuro, donde surge la inciativa de esta colección. Hacer frente al reto que supone mantener, en estos tiempos pragmáticos y sin valores, un modelo comunitario que haga posible una atención integral, equitativa y eficiente significa una opción política y una opción ciudadana, pero también una responsabilidad de los profesionales de la salud mental. Significa la imperiosa necesidad de adecuar nuestras técnicas, nuestros programas, a una realidad vertiginosamente cambiante. La viabilidad de un modelo público, colectivo, sostenible, implica hacerlo creíble a la población para que lo incluya entre sus prioridades reivindicativas; pero para ello tenemos que avanzar en nuestros programas, en la clínica, en el conocimiento. Tenemos que romper la brecha entre acción y con cimiento para, desde la propia práctica, construir una nueva clínica y una nueva psicopatología hecha desde el cuidado y el respeto a la autonomía de las personas con problemas de salud mental. Los textos de esta colección quieren contribuir a esta tarea. Manuel Desviat Director de la colección Salud mental colectiva 165 Otros ebooks de Grupo 5 Colección Psicología, bienestar y salud Obesidad y trastorno por atracón, María Isabel Casado Morales Hipnosis en el siglo XXI, Héctor González Ordi Psicología y música, María Teresa Orozco Alonso El dolor, Marta María Redondo Delgado y Leticia León Mateos Disfrutar de las emociones positivas, Enrique García Fernández Abascal Inteligencia emocional y educación, Natalio Extremera Pacheco y Pablo fernández Berrocal La ira, Miguel ángel Pérez Nieto y Inés Magán Uceda Colección Salud mental colectiva Hacia una psiquiatría crítica, Alberto Ortiz Lobo Salud mental y atención primaria, Ander Retolaza Balsategui Violencia colectiva y salud mental, Iñaki Markez Alonso Las prisiones de la locura, la locura de las prisiones, Omar Alejandro Bravo Los desafíos de los trastornos de la personalidad, Cristina Rodriguez Cahill Salud mental y atención psicosocial, Paulo Amarante 166 Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del «Copyright», bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento. Terapia grupal: manual para la acción Salud mental colectiva, 4 Colección dirigida por Manuel Desviat © del texto: las autoras © de esta edición: Editorial Grupo 5, Madrid, 2016 Ciclo Grupo 5 S.L.U. Calle de la Olimpiada, 2 28040 Madrid editorial.grupo5.net [email protected] e-ISBN: 978-8-49448-216-8 Este libro fue realizado por Primento, el socio digital de los editores 167 Índice Portada Título Presentación: de la psiquiatría comunitaria a la salud Mental Colectiva Primera parte: Introducción 1. Presentación y motivación del manual 2. Funcionamiento y características de la psicoterapia grupal Introducción Características de la psicoterapia de grupo Aspectos técnicos Terapia grupal en el Ámbito ambulatorio Segunda parte: Psicoterapia grupal desde los distintos marcos teóricos 3. Psicoterapia dinámica de grupo Introducción Bases del funcionamiento de la terapia psicoanalítica de grupo Terapia combinada El terapeuta y sus funciones Psicoterapia breve de grupo Tipos de psicoterapia grupal de orientación psicoanalítica 4. Psicodrama psicoanalítico de grupo Introducción Psicodrama y psicoanálisis Características propias del psicodrama psicoanalítico de grupo Conceptos morenianos. conceptos psicodinámicos La sesión psicodramática Técnicas psicodramáticas Criterios de selección Indicaciones y contraindicaciones Encuadre Aplicación en el sistema público 5. Terapia grupal desde el marco teórico cognitivo-conductual Introducción Historia de la terapia grupal cognitivo-conductual Modelo teórico terapia cognitivo-conductual Terapia cognitivo-conductual aplicada al grupo Conclusiones de la terapia grupal cognitivo-conductual 6. Terapia familiar sistémica Introducción Origen 168 Características de la terapia familiar sistémica Principales escuelas Conclusiones 7. El grupo multifamiliar Introducción Conceptos básicos en la obra de badaracco Función del terapeuta Conclusiones Tercera parte: Psicoterapia grupal en programas específicos 8. Terapia de grupo en los trastornos de la conducta alimentaria Introducción Tipos de grupos Conclusiones 9. Terapia de grupo en los trastornos de personalidad Introducción Trastornos específicos: Tipos de grupos Tipos de grupos Conclusiones 10. Terapia de grupo en la atención a la psicosis Introducción Abordaje grupal ambulatorio en los programas de continuidad de cuidados Terapia grupal con pacientes esquizofrénicos. Intervención temprana en psicosis Conclusiones 11. Terapia de grupo en el síndrome de dependencia alcohólica Introduccion Terapia de grupo en el Sindrome de Dependencia Alcoholica (SDA) Tratamiento grupal del sda en españa. Conclusiones 12. Terapia de grupo en los trastornos afectivos y de ansiedad Introducción Tipos de grupos Conclusiones Cuarta parte: Psicoterapia grupal en poblaciones especiales 13. Terapia de grupo en ancianos Introducción Características de la terapia grupal en los ancianos Psicoterapia grupal en el trastono depresivo Tratamiento grupal en el contexto residencial. Oferta grupal para los cuidadores de personas dependientes Conclusiones 14. Terapia de grupo en niños y adolescentes Introducción 169 Tipo de intervención en el grupo Aportaciones de la terapia grupal en niños y adolescentes Indicaciones de la terapia grupal Encuadre Posición del terapeuta grupal y contratransferencia Características diferenciales según edad Conclusión Referencias Referencias del capítulo 1 Referencias del capítulo 2 Referencias del capítulo 3 Referencias del capítulo 4 Referencias del capítulo 5 Referencias del capítulo 6 Referencias del capítulo 7 Referencias del capítulo 8 Referencias del capítulo 9 Referencias del capítulo 10 Referencias del capítulo 1 Referencias del capítulo 12 Referencias del capítulo 13 Referencias del capítulo 14 Sobre la colección Salud mental colectiva Otros ebooks de Grupo 5 Copyright 170 Índice Título Presentación: de la psiquiatría comunitaria a la salud Mental Colectiva Primera parte: Introducción 1. Presentación y motivación del manual 2. Funcionamiento y características de la psicoterapia grupal Introducción Características de la psicoterapia de grupo Aspectos técnicos Terapia grupal en el Ámbito ambulatorio Segunda parte: Psicoterapia grupal desde los distintos marcos teóricos 3. Psicoterapia dinámica de grupo Introducción Bases del funcionamiento de la terapia psicoanalítica de grupo Terapia combinada El terapeuta y sus funciones Psicoterapia breve de grupo Tipos de psicoterapia grupal de orientación psicoanalítica 4. Psicodrama psicoanalítico de grupo Introducción Psicodrama y psicoanálisis Características propias del psicodrama psicoanalítico de grupo Conceptos morenianos. conceptos psicodinámicos La sesión psicodramática Técnicas psicodramáticas Criterios de selección Indicaciones y contraindicaciones Encuadre Aplicación en el sistema público 5. Terapia grupal desde el marco teórico cognitivo-conductual Introducción Historia de la terapia grupal cognitivo-conductual 171 2 5 8 9 12 12 13 14 18 20 21 21 23 26 27 30 31 33 33 34 35 35 36 41 45 45 47 47 49 49 51 Modelo teórico terapia cognitivo-conductual Terapia cognitivo-conductual aplicada al grupo Conclusiones de la terapia grupal cognitivo-conductual 6. Terapia familiar sistémica Introducción Origen Características de la terapia familiar sistémica Principales escuelas Conclusiones 7. El grupo multifamiliar Introducción Conceptos básicos en la obra de badaracco Función del terapeuta Conclusiones Tercera parte: Psicoterapia grupal en programas específicos 8. Terapia de grupo en los trastornos de la conducta alimentaria Introducción Tipos de grupos Conclusiones 9. Terapia de grupo en los trastornos de personalidad Introducción Trastornos específicos: Tipos de grupos Tipos de grupos Conclusiones 10. Terapia de grupo en la atención a la psicosis Introducción Abordaje grupal ambulatorio en los programas de continuidad de cuidados Terapia grupal con pacientes esquizofrénicos. Intervención temprana en psicosis Conclusiones 11. Terapia de grupo en el síndrome de dependencia alcohólica Introduccion Terapia de grupo en el Sindrome de Dependencia Alcoholica (SDA) Tratamiento grupal del sda en españa. Conclusiones 172 52 54 60 63 63 63 64 68 76 77 77 78 79 81 82 83 83 84 91 92 92 92 99 99 100 100 105 109 115 116 116 117 118 121 12. Terapia de grupo en los trastornos afectivos y de ansiedad Introducción Tipos de grupos Conclusiones Cuarta parte: Psicoterapia grupal en poblaciones especiales 13. Terapia de grupo en ancianos Introducción Características de la terapia grupal en los ancianos Psicoterapia grupal en el trastono depresivo Tratamiento grupal en el contexto residencial. Oferta grupal para los cuidadores de personas dependientes Conclusiones 14. Terapia de grupo en niños y adolescentes Introducción Tipo de intervención en el grupo Aportaciones de la terapia grupal en niños y adolescentes Indicaciones de la terapia grupal Encuadre Posición del terapeuta grupal y contratransferencia Características diferenciales según edad Conclusión Referencias 123 123 124 127 129 130 130 130 131 133 134 135 137 137 137 139 141 142 143 145 147 148 Referencias del capítulo 1 Referencias del capítulo 2 Referencias del capítulo 3 Referencias del capítulo 4 Referencias del capítulo 5 Referencias del capítulo 6 Referencias del capítulo 7 Referencias del capítulo 8 Referencias del capítulo 9 Referencias del capítulo 10 Referencias del capítulo 1 Referencias del capítulo 12 Referencias del capítulo 13 148 149 149 150 151 153 155 155 157 158 160 161 163 173 Referencias del capítulo 14 163 Sobre la colección Salud mental colectiva Otros ebooks de Grupo 5 Copyright 174 165 166 167